Me arrodillé a sus pies y esperé a que me viera. Se tomó su tiempo, y sus ojos entrecerrados finalmente se posaron en los míos. Mi vocecita sonaba tan extraña en esta casa sin sonido.
"Tengo una petición, señor." No me gustó cómo salió, pero era una petición. No sabía cómo expresarlo de otra manera. Detestaba pedirle algo, no era mi estilo.
"Dilo, esclavo." Respondió con un tono cansado y distante.
"No me quedan más pastillas anticonceptivas, señor."
"¿Ninguno?" Me miró.
"No señor."
Suspiró y se hundió aún más en la silla. Me di cuenta de que no quería lidiar con esto ahora mismo. Sabía que no lo haría y lo temía.
"Voy a conseguir algo", fue todo lo que dijo. No me sentía muy seguro, pero su palabra era todo lo que tenía.
Más tarde, esa misma noche, oí su llamada telefónica suplica
