2.

1136 Words
Volvió a fijarse la hora en el celular. Sólo cinco minutos habían pasado, suspiró impaciente, como intentando distraer a su mente, comenzó a contar hasta veinte, como lo hacía siempre en situaciones de tensión. Era un de los muchos métodos que le enseñó su primera psiquiatra al cumplir los quince. Cuando terminó el ejercicio, se sintió mejor, algo calmada. Cerró los ojos, esperando que el sueño le gane y pueda quedarse completamente dormida. Sentía que estaba cansada de vivir, afuera de su cuerpo sólo le aguardaba un mundo frío, hostil, pero adentro en su mente, ella podría encontrar paz. Víctor era su tesoro secreto. A pesar que odiaba los secretos, ella misma guardaba unos tantos, pero Víctor era el mejor de todos y quería soñar con él, siempre. Pero no conciliaba el sueño, debido a que el tipo de atrás se puso a tambalear los pies y golpeaba su butaca. Mery lo toleró por algunos minutos, quizás se canse y se detenga, piensa. Pum, pum, pum. Ya era suficiente, y se dio la vuelta, para ver quién era el descerebrado, y vio que se trataba de un tipo gordo, y corriente y que a pesar de que estaban en pleno invierno vestía una remera verde con una palmera amarilla que lo hacía lo suficientemente vistosa a leguas. Mery calculó que no pasaba de los treinta y que además tenía un fuerte tufo a alcohol barato, que antes no lo habría sentido si no hubiera tenido que darse la vuelta. Ahora aquél tipo la miraba sorprendido, por lo que de inmediato dejó de balancear sus pies. Mery pensaba que ya no valía la pena decirle algo al respecto. Se acomodó de vuelta en la butaca, sin ganas de dormir un poco, estaba malhumorado, y sin nada más que hacer, se puso a revisar el celular. Releyó algunos mensajes antiguos de Víctor. Sonrío pensando en él, era muy curioso para ella, siempre que los leía lograba sentir paz. Las horas pasaban, ahora Mery contemplaba el paisaje por la ventanilla trabada. Admiró un paisaje más bien árido y sin embargo encontró fascinante ese aire de nostalgia que le transmitía. Estaba aletargada, iba a quedarse dormida, cuando volvió a sentir el ruido debajo de la butaca, y entonces, aquella sensación de paz y bienestar, se esfumó casi de inmediato. Esta vez no pensaba ser paciente, y de giró hacia atrás. Estaba completamente irritada. El tipo la miraba a los ojos, y sonreía mostrándole unos dientes amarillentos. Era una sonrisa malintencionada, desafiante, incluso arrogante. Mery sintió recorrer un escalofrío por todo su cuerpo, No quería pecar de prejuiciosa, pero intuía que ese tipo no era de confiar, y prefirió quedarse callada. —¿Qué te sucede? ¿Te molesta que alguien como yo se sienta detrás de alguien como vos? —le dijo el tipo, y el tufo salió de su boca tan fuerte que Mery sintió arcadas. Su volumen hizo que algunos pasajeros, se despertaran y se volvieran hacia ellos. —Solo quiero que deje de golpear la butaca —pidió ella amablemente. El conductor se dio cuenta que algo pasaba, al verla supuso que seguía con lo de la ventanilla. —¡¿Qué sucede ahora?! —la miró con impaciencia. Mery no iba a callarse. —Sólo quiero que deje de patear la butaca —explicó, mientras esperaba que el tipo se defendiera. El conductor miró al tipo, y le examinaba por el retrovisor, cuidadosamente. —¡Estás borracho, no molestes a la señorita! —le ordenó entonces el conductor, a lo que el tipo no respondió nada. Mery aspiró profundamente y sostuvo el aire y contó mentalmente hasta veinte, entonces expiró, se sentía mucho más relajada volvió la mirada hacia la ventanilla. El paisaje era el mismo desde hace rato, era llanura monótona pero agradable para sus ojos. Ya por costumbre volvió al celular. Reparó en seguida en la hora, suspiró al calcular mentalmente las horas que quedaba de viaje, luego miró de reojo a la mujer de alado. Aún dormía profundamente sin enterarse de lo que ocurría a su alrededor y como si aquello fuera su verdadera intención, se volvió hacia ella, apoyándose una vez más en su hombro. Ella misma tenía sueño, bostezaba, comenzaba a sentir los párpados pesados y el cansancio corporal de toda la vida. Despertó sobresaltada por el agudo y desesperado llanto de un bebé. Había dormido dos horas, pero el despertar de esa forma le había causado migraña. Aún somnolienta y con los ojos entrecerrados buscó unas aspirinas en el bolsillo delantero, y se los tragó de una. Bastaba sentir el sabor de ellas en sus pupilas gustativas para estremecerse, aquella sensación curiosamente, hacía que desapareciera de forma instantánea aquella molestia. Afuera, el paisaje era siempre el mismo, tierras baldías, secas, sin un ápice de vida. Giró un poco la cabeza para volver a contemplar a la mujer de alado que aún dormía. No debía pasar de los cuarenta, pero era demasiado voluminosa, debía padecer de obesidad mórbida, desbordaba de la taquilla. Mery pensaba que tenía la suerte de ser delgada, porque al menos así ambas viajaban cómodas, claro, dentro de lo posible ya que el bus no llegaba a cumplir ni un poco con lo que prometían en la publicidad. Un momento después, volvió a quedarse dormida, su sueño era ligero y cada tanto abría los ojos, siempre pendiente de que todo se encontrara en orden. Era aquello lo que odiaba de viajar, nunca descansaba mientras viajaba, ya fuera en avión o en tren; en este caso no era diferente. Pum, pum, pum. Había olvidado por un momento el incidente anterior y tal vez lo habría olvidado para siempre, si no estuviera volviendo a ocurrir. Esperó algunos minutos para ver qué pasaba ahora. Miró de reojo a la mujer de al lado, pero esta vez tampoco se enteraba, sumergida en un sueño tan pesado como ella. ¡Cómo la envidiaba! Esta vez para evitar un escándalo intentó distraerse pensando en otras cosas. Sobre todo no quería causar problemas al conductor que, a esa altura ya debía guardarle rencor. Mery pensaba que era injusto pero ante todo, quería llegar lo antes posible al Chaco, y verse con Víctor. Pero ser paciente no servía, el constante pum, pum, pum le estaba devolviendo la migraña con mayor intensidad. Volvió a contar hasta veinte. El tipo de atrás seguía provocando, y ella estaba a punto de perder el control. Como última medida, buscó las pastillas para calmar sus nervios y se tragó dos juntas. Pasaron unos largos diez minutos y el efecto de las pastillas no lograban disminuir la migraña. Seguramente el tipo de atrás pretendía que perdiera el control, pero no se lo iba a permitir. —Aire, me faltaba el aire... Necesitaba salir de ahí, necesitaba aire fresco, en ese preciso momento.
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