3.

1009 Words
Debía salir de ahí en ese mismo instante. Se levantó del asiento y caminó hacia el baño, con la esperanza de que el mal olor no llegara hasta ahí, y conforme iba avanzando, se dio cuenta que la fetidez provenía de alguna parte de ahí atrás. Mery vio de pasada al bebé que todavía sollozaba con hambre, y la que parecía ser la madre se pasaba bebiendo algo de una botella sin etiqueta, desinteresada por el sufrimiento del pequeño bebé. Más al fondo, una pareja de ancianos cabeceaban para no quedarse dormidos, y los demás yacían adormecidos por el sueño. A pesar de que era pleno invierno, adentro del bus, la temperatura debía pasar de los veinte y la chaqueta que llevaba puesta le estaba incomodando por lo que tuvo que sacársela. Adentro del baño, supo que de ahí provenía la pestilencia. El retrete apestaba a heces fecales, era insalubre en todos los sentidos. Tuvo fuertes arcadas, y volitó sobre el retrete. Estaba Mareada y débil, quería solo agua para lavarse las manos, pero de la canilla no salía ni una sola gota de agua. —Mierda… Ya solo quería volver a su butaca, pero la perilla de la puerta de alguna forma se había trabado. —¿Es una broma? Empujó nerviosamente, pero nada, le dio una patada con todas sus fuerzas pero sin éxito. Iba a pedir auxilio, pero como por obra de magia, la puerta se abrió sola. El tipo gordo con tufo a alcohol, el que golpeaba su butaca, estaba plantado frente a ella. —Permiso —dijo ella, sin demostrar que le temía. El tipo no contestó su saludo, solo seguía sonriéndole con la misma sonrisa maliciosa de antes. Mery pretendió pasar de largo, y regresar a su asiento, pero el tipo la retuvo de la mano, e hizo que regresaran unos cuantos pasos, y la metió al baño. Todo fue rápido, y Mery no tuvo tiempo para defenderse. El tipo, con una mano le cubría la boca fuertemente, y con la otra la tenía presionada hacia la pared de metal. —Gritas y te mato, perra —le murmuró, rozando sus labios resecos, demasiado cerca de la oreja derecha, comenzó a manosearla con brutalidad y de manera amenazante. Mery trataba de soltarse, pero el tipo era demasiado fuerte y bruto, se dio maña para bajarle el pantalón. Mery se resistía, pero el tipo era más gordo y bruto, lo único que podía hacer era poner su mente en blanco, hasta que todo terminara y el tipo dejara de usarla. Diez. Once. Doce. Sentía que levitaba, que todo alrededor era blanco, que era el vacío, la ausencia de todo... ahí sentía paz… ahí nada ni nadie podría dañarla jamás. En ese lugar era feliz. Ya nada tenía sentido fuera de allí. Pero un fuerte golpe la hizo descender, devuelta al infierno. —Eres una perra sucia, ¿te crees mejor que yo? Le dijo el tipo complacido, dejándola caer al suelo mohoso. —Escuchame perrita, abres la boca y te corto la cara, ¿lo entendiste? El tipo se arregló el pantalón y, como si nada pasara, salió del baño. Mery se incorporó apenas. Tambaleante, adolorida, ignoraba que por sus mejillas caían lágrimas. No pensaba en nada, en realidad, no sentía nada. Abrió la puerta para irse a su butaca, y vio a otro tipo en frente suyo. Lo reconocía, era el que viajaba al lado del tipo gordo. Mery reaccionó, esquivó sus torpes manos, y casi se libraba de él, pero el bus hizo un salto, y eso hizo que retrocediera a dentro del baño. —No, no, no por favor… Pronunciaba, pero no le salían las palabras, pero estaba consciente de lo que le esperaba, trató de luchar, aterrada, pero era inútil, porque esas manos eran más crueles aún. Siete. Ocho. Nueve. De pronto, ese otro tipo la tenía en la misma posición de antes. Su cabeza golpeaba una y otra vez la pared del bus. Frágil, inútil; no podría evitarlo. De repente la puerta se abrió de una. —¡¿Qué hacen, par de asquerosos?! Exclamó alguien detrás, lo suficientemente fuerte que consiguió asustar al tipo, y este la soltó y dejó libre. Mery se incorporó rápidamente, se trataba de la mujer que se sentaba a su lado, seguía somnolienta y confundida con la escena. Era una suerte que se haya despertado para usar el baño. La mujer permanecía frente al tipo, y aguardaba a se moviera para entrar. Mery aprovechó aquello para adelantarse y salir de ahí velozmente. Caminó, casi corrió por el pasillo del bus hasta llegar a su butaca. Miró de nuevo al tipo gordo, el de la remera verde, sentado detrás. Este la miró y con descaro le sonrió. Mery le restó importancia, rápidamente juntó sus pertenencias y se dirigió a la puerta del bus. El conductor no se fijó en ella. —Por favor abra la puerta, necesito bajar. —¿Pero qué hace? El conductor estaba impaciente. —¡Vuelva a su asiento! Mery insistió. Tenía que hacerlo. —Ne... necesito bajar... —¡Aquí no hay parada! El conductor respondió tajante, dejando de ver la carretera por un instante. —Por favor, solo abra la puerta, ¡necesito bajar! Mery insistía con desesperación. —¡Ya le dije que aquí no hay parada! —¿Cuánto falta para llegar a la siguiente parada? —Bastante. Mery no estaba dispuesta, no podría seguir en ese bus, por más tiempo. —Abra la puerta ya ¡Quiero bajar! Se puso a gritar con todas sus fuerzas, y despertó a los demás pasajeros, quienes aún dormidos comenzaban a quejarse por los gritos. —¡Silencio! Los pasajeros comenzaron a murmurar. —¡Déjela bajar de una vez, así deja de joder el sueño! —¿Qué te pasa, loca? —dijo otro. El conductor, llevado por la presión, paró el bus y abrió la puerta. —¡Baje de una vez, loca de mierda! —gritó tras el volante. Mery bajó al fin.
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