05. El encuentro inevitable

4445 Words
DOS DÍAS DESPUÉS - PALACIO REAL DE PYRION - NOCHE DE LA FIESTA El gran salón del palacio de Pyrion resplandecía bajo la luz de cientos de antorchas y candelabros. Los sirvientes habían trabajado durante días enteros para transformar el espacio en algo digno de la grandeza del reino de fuego. Tapices bordados en oro colgaban de las paredes, mostrando las conquistas recientes del Rey Sadrac. Las mesas rebosaban de comida: frutas exóticas, carnes asadas, vinos de las mejores bodegas. El aire estaba repleto con música, conversaciones y risas. Brielle, la reina de Pyrion, se movía de un lado a otro del salón con la gracia de alguien acostumbrada a organizar eventos de esta magnitud. Su vestido azul oscuro fluía tras ella con cada paso, y su hermoso cabello oscuro estaba recogido en un peinado elaborado que dejaba ver su rostro aún joven a pesar de los años. A su lado, Vera —la madre de Caleb y Elia— la seguía con expresión igual de concentrada. —¿Los vinos están en las mesas correctas? —preguntó Brielle deteniéndose frente a uno de los sirvientes—. A mi hermano y a mi padre les gusta el vino dulce, no el seco. Los reyes de Talisia son muy quisquillosos con eso, así que por favor asegúrense de tener suficiente vino dulce disponible. Se volteó hacia la princesa Vera, quien estaba a su lado cruzada de brazos viendo como a Brielle le encantaba estar a cargo de los detalles de la fiesta. —Para Thessa y la reina madre Lyanna, en cambio, sírvales vino seco. Tengo buena memoria para estas cosas —agregó con una sonrisa satisfecha a Vera. —Sí, ellas aman el vino seco —concordó Vera—. Ese es más típico de Pyrion, por eso les gusta tanto. En Glacialis nos gusta de todo, así que con mi familia no tengo ningún inconveniente —comentó riéndose. En ese momento, un mesero se acercó con una bandeja de bocadillos para que la reina y la esposa del principe Zelek los aprobaran. Vera tomó uno y le dio un mordisco. Mientras masticaba, su expresión se iluminó y asintió con la cabeza. —¡Está perfecto! Sabe muy bien. —A ver, déjame probar —dijo Brielle tomando otro bocadillo de la bandeja. Lo probó con cuidado y su rostro mostró igual satisfacción. —¡Delicioso! —declaró volviéndose hacia el mesero—. Pongan estos en la mesa principal para que nuestros invitados de honor también los prueben. Y no se les olviden los vinos que les acabo de indicar. —Sí, mi reina —respondió el sirviente con una reverencia antes de retirarse. Brielle asintió, pero sus ojos seguían escaneando el salón en busca de cualquier detalle fuera de lugar. Vera se acercó más a ella, colocando una mano en su brazo. —Brielle, todo está perfecto. Respira. Los invitados ya están llegando y si te ven así de tensa pensarán que algo anda mal. La reina suspiró, pasándose una mano por la frente. —Lo sé, lo sé. Es solo que... estas fiestas son importantes. Representan la estabilidad de Pyrion, nuestra capacidad de mantener la paz con los reinos conquistados. No puede haber ni un solo error. Además ¡Me encanta liderar esto, es tan divertido! —admitió comenzando a aplaudir emocionada. Vera sonrió con comprensión. Ella conocía bien esa presión, Brielle nunca cambiaba, ella amaba liderar, pero en ambientes donde sabía que podía hacerlo, además le gustaba estar al pendiente de detalles como decoración y comida, alegando que esa era su especialidad. —Todo saldrá bien. Como siempre —le aseguró Vera dándole un apretón suave en el brazo. En ese momento, los primeros invitados importantes comenzaron a llegar. La familia del norte hizo su entrada: los primos de Glacialis con sus ropas elegantes de tonos verdes y plateados, los nobles de Talisia con sus túnicas azules que honraban sus tierras del norte de invierno eterno. Abigail llegó del brazo de su hermano Emeric, ambos luciendo la madurez que los años les habían traído. Detrás de ellos venía la reina madre Lyanna del brazo del rey Adair. Los años habían dejado su marca en ambos —canas abundantes, arrugas en los rostros— pero se veían bien conservados y dignos. Los reyes de Talisia, Dael y Thessa, hicieron su entrada con esa presencia majestuosa que los caracterizaba. Finalmente llegaron el rey Aarón y la reina Olena de Glacialis, quienes luego de un rato saludaron a Sadrac y Brielle con la familiaridad de viejos aliados con su montón de hijos detrás de ellos, ya todos siendo adultos jóvenes en sus veintes y adolescentes. El salón se llenaba de voces, saludos, abrazos diplomáticos entre familias que alguna vez habían estado en lados opuestos de batallas pero que ahora compartían vino y comida como si siempre hubieran sido amigos. MIENTRAS TANTO EN EL BALCON DEL ALA ESTE… Asher observaba el jardín principal desde arriba con expresión inescrutable. Su cabello oscuro estaba perfectamente peinado hacia atrás, y su barba bien recortada le daba un aire de madurez que superaba sus años verdaderos. Vestía una túnica color rojo oscuro con detalles dorados que representaban las llamas de Pyrion, y sus ojos azules escaneaban a cada invitado que entraba con la precisión de un estratega evaluando un campo de batalla. David se acercó a su lado, también observando el salón desde la altura. A diferencia de Asher, él se veía menos cómodo con toda la pompa y circunstancia. Su túnica era más simple, de color vino oscuro, y su rostro limpio de barba lo hacía parecer más joven que su hermano mayor. —Esta noche será molesta —declaró Asher sin apartar la vista del jardín—. Tendremos que saludar a todos, sonreír, hacer conversación diplomática. Un fastidio completo, pero necesario. Nuestro padre espera que hagamos nuestro papel. David asintió, con una expresión que mostraba su propio desagrado ante la situación. —Sí, es bastante incómodo. Y más cuando en todas esas ciudades y reinos que nos visitan hoy, nosotros llegamos por la fuerza. Invadimos sus tierras, matamos a muchos de sus soldados, conquistamos sus hogares —se detuvo por un instante, con expresión pensativa—. Y ahora nosotros mismos, los que matamos a su gente, los saludamos y les sonreímos mientras ellos nos sonríen a nosotros. Es... extraño. Hipócrita, incluso. Por eso es que no me gustan estas fiestas. Asher se volteó hacia su hermano, con una expresión que no mostraba ninguna emoción en particular. —Eso es parte de la conquista, David. El más fuerte es el que domina. Así funciona el mundo, siempre ha sido así. Conquistamos con la espada, pero mantenemos el poder con la diplomacia. Los reinos vencidos se arrodillan, juran lealtad, y luego se integran al imperio de fuego. Con el tiempo, las heridas sanan. Las nuevas generaciones olvidan. Y lo que una vez fue conquistado por la fuerza se convierte en parte estable del reino. Es la naturaleza del poder. David se quedó mirando a su hermano durante varios segundos, con una expresión que tenía sorpresa ligado con algo parecido a la inquietud. —¿Qué, por qué me miras así? —preguntó Asher notando la mirada de David. —A veces me sorprende cómo hablas —respondió su hermano menor con honestidad. —¿Cómo hablo? —Hablas como papá —dijo David con tono pensativo—. Aunque de una forma más fría. Más... calculadora. Papá tiene pasión cuando habla de conquista y poder. Tú solo tienes lógica. Asher alzó ambas cejas ante esa observación, se encogió de hombros, pero no dijo nada. No sabía si tomarlo como un cumplido o una crítica. Antes de que pudiera responder, David desvió su atención hacia la entrada principal del salón. —Mira —dijo señalando hacia abajo—. Más invitados. Asher siguió la dirección de su mirada y vio entrar a un grupo de cinco personas que le llamaron la atención entre el resto de los que ingresaban al palacio: tres mujeres y dos hombres. Lo primero que notó fue que todos llevaban sus rostros cubiertos, quizás por eso era tan notorios. Las mujeres usaban velos delicados que ocultaban sus facciones, y los hombres llevaban bufandas enrolladas alrededor de sus cuellos que subían hasta cubrir la mitad inferior de sus caras. David frunció el ceño, también observando a esos invitados de rostros cubiertos con curiosidad. —¿Cuál es el reino donde los hombres y mujeres se cubren los rostros así? No recuerdo haber visto esa costumbre antes. Asher entrecerró los ojos, estudiando al grupo con atención. —El reino de Crishinia del sur. Es territorio desértico, sufren tormentas de arena constantes. Por lo general su gente siempre se cubre los rostros para protegerse del polvo y el viento —respondió con un tono de voz tranquilo, pero luego agregó con voz más baja—. Pero en este momento no están en Crishinia para necesitar cubrirse el rostro. Aquí no hay tormentas de arena. David asintió, captando el tono sospechoso en la voz de su hermano. —Es extraño, ¿verdad? —Muy extraño —concordó Asher, sin apartar la vista del grupo. Había algo en ellos que le resultaba... familiar. No podía identificar qué exactamente, pero su instinto —ese instinto que su padre había entrenado durante años— le decía que había algo fuera de lugar. La forma como se movían, como observaban el jardín con ojos que escaneaban demasiado, como si estuvieran memorizando cada detalle... Antes de que pudiera analizar más, una voz profunda interrumpió sus pensamientos. —¡Asher! ¡David! Ambos hermanos se voltearon para encontrar a Pyro acercándose a ellos con pasos lentos. La bestia de fuego lucía exactamente igual que hace nueve años: cabello oscuro lacio y largo, ojos dorados que brillaban con luz propia, y una presencia que hacía que el aire a su alrededor pareciera más cálido. Vestía ropas simples —una túnica roja oscura que seguro le prestaron— que contrastaban con la elegancia elaborada de los demás invitados. Asher olvidó por completo a los extraños invitados del salón. Su rostro se iluminó con una sonrisa verdadera mientras bajaba las escaleras rápidamente para encontrarse con Pyro. Cuando llegó a su lado, lo abrazó con fuerza. —¡Qué alegría que sí viniste! —exclamó Asher con entusiasmo mientras Pyro aceptaba el abrazo con algo de renuencia—. Pensé que te quedarías en Monte Ignis ignorando mi invitación como siempre. Pyro gruñó, pero correspondió el abrazo el tiempo suficiente antes de apartarse. —Solo vine porque Elmud vendrá y porque deseaba tomar vino. Pero eso de esas fiestas y toda esa bulla no me gusta. Demasiada gente, demasiado ruido. Prefiero mi montaña y mi soledad. Asher se echó a reír, sacudiendo la cabeza. —Sí eso ya lo sé, nunca cambias, señor Pyro… —¿Por qué habría de cambiar? —respondió Pyro encogiéndose de hombros—. El cambio es para los mortales que tienen poco tiempo. Yo tengo toda la vida para ser exactamente como soy. David se acercó también, saludando a Pyro con una sonrisa más reservada pero igualmente cálida. —Es bueno verte, Pyro. Han pasado años desde la última vez que te vimos en forma élfica. —Si, supongo —concordó la bestia de fuego con una mínima sonrisa, en el fondo le agradaba verlos así cara a cara y no en su forma de dragón. Mientras los tres conversaban, ninguno notó que, en el jardín principal, los cinco infiltrados del norte acababan de quitarse sus velos y bufandas. EN EL JARDIN PRINCIPAL - MOMENTOS ANTES Miriam respiró profundo cuando al fin cruzaron las puertas del palacio. ¡Lo habían logrado, estaban dentro! Luego de días de planificación, de comprar la ropa correcta, de memorizar detalles sobre ese reino de Crishinia del sur, finalmente estaban en el palacio real de Pyrion. —¡Lo logramos! —susurró Seraphina a su lado, con una voz que apenas contenía la emoción—. ¡Estamos dentro del palacio real! —No cantes victoria todavía —advirtió Miriam en voz baja viendo de lado a lado—. Esto apenas comienza. Ahora viene la parte difícil: mantenernos infiltrados sin levantar sospechas. Keith miró alrededor del salón, observando cada detalle con ojos críticos. El calor era asfixiante, incluso peor que en las calles. Las antorchas y los cuerpos de cientos de invitados hacían que el aire fuera denso y sofocante. —Una parte de mí esperó que el palacio real no fuera tan caliente ¡Pero está peor! —murmuró quitándose la bufanda que cubría su rostro sudoroso—. Detesto este reino. Maldición. Pero luego Keith se volteó observando a las mujeres en el salón. Muchas usaban vestidos ligeros, con escotes generosos y telas que apenas cubrían lo necesario. Era la moda de Pyrion, adaptada al clima brutal de esa época del año que justamente, era verano, la temporada más calurosa de todas. —Estas mujeres lobo van casi desnudas —comentó con una expresión entre sorprendida e incómoda. Seraphina, quien acababa de quitarse el velo, miró alrededor con ojos brillantes de curiosidad. A diferencia de sus hermanos que se enfocaban en aspectos estratégicos o incómodos, ella estaba fascinada por la belleza del lugar de verdad —Todo es muy bonito —susurró observando los tapices, las columnas decoradas, las mesas repletas de comida—. Me da curiosidad saber quiénes son los príncipes. ¿Creen que estén aquí? —Pasaste muy rápido de la comida a los príncipes de este reino, se nota tus verdaderos intereses, Seraphina —dijo Violeta, mirando de reojos a su hermana que se encogió de hombros. Miriam asintió ante el comentario de Seraphina, también escaneando el salón. En el fondo, ella también sentía curiosidad, no lo iba a negar. —Lo más seguro es que estén aquí. Es su palacio, su fiesta. Pero no sabemos cómo lucen. Padre nunca tuvo esa información, o quizás la sabía, pero nunca nos la dio. Solo sabemos que el rey Sadrac tiene hijos, pero desconocemos cuántos son varones o mujeres. —Me sorprende que no sepas eso, hermanita —interrumpió Keith cruzándose de brazos, con ese tono arrogante que tanto irritaba a los demás—. Hasta un tonto lo sabría. El rey de Pyrion tiene cuatro hijos, dos varones y dos hijas. ¿Acaso no investigas lo básico antes de irte directo a lo más complicado? Miriam apretó la mandíbula, sintiendo cómo la irritación subía por su garganta. —Cállate, Keith. Es solo que... —se detuvo, detestando no tener una respuesta inmediata—. En fin, para eso estamos aquí, ¿no? Somos un equipo. Cada uno debe investigar diferentes aspectos. No solo estoy yo. —Por supuesto que es un equipo —respondió Keith con sarcasmo—. Alguien tiene que hacer el trabajo real. Porque si es por Violeta, ella solo está obsesionada con cumplir su estúpida venganza personal. Thane solo está aquí de adorno siguiéndola a todas partes. Seraphina dejó su cerebro en las montañas heladas. Y solo quedamos tú y yo, Miriam: la futura reina y el más fuerte de nuestro ejército —hizo una pausa dramática, señalándose a sí mismo con una sonrisa presumida—. Es decir, yo. Violeta le lanzó una mirada asesina que prometía dolor futuro, pero Keith la ignoró por completo. Luego, ella siguió en lo estaba haciendo, buscando un rostro en particular: cabello rubio, ojos que recordaba vagamente. El bastardo que se había quedado con su dragón de hielo. Si estaba aquí, lo encontraría. Y cuando lo hiciera... Sus pensamientos de venganza fueron interrumpidos por una voz femenina alegre. —¡Bienvenidos a Pyrion! Los cinco se voltearon algo asustados con distintas reacciones, para encontrarse a una joven hermosa acercándose a ellos con una sonrisa radiante. Su cabello castaño caía en ondas perfectas sobre sus hombros, y su vestido naranja como el fuego resaltaba sus ojos azules. La princesa de Pyrion tenía diecinueve años, pero había una gracia natural en su forma de moverse que hablaba de años de entrenamiento en etiqueta real. Shiloh les hizo una reverencia elegante, con una expresión cálida y sincera. —Bienvenidos a nuestro reino. Es un placer recibir invitados de tierras lejanas. Keith la observó de pies a cabeza, notando de inmediato su belleza. Thane hizo lo mismo, con expresión que mostraba clara admiración. Ambos intercambiaron una mirada breve que decía: "Que bonita." Shiloh, ajena a sus pensamientos, continuó con su sonrisa. Su meta era saludar a la mayor cantidad de invitados posibles, y por casualidades del destino, les tocó el turno a esos “invitados” que no eran más que infiltrados. —Permítanme presentarme. Soy Shiloh Volcaris, princesa de Pyrion —dijo con orgullo y una sonrisa. Los cinco infiltrados sintieron como si les hubieran tirado agua fría. Abrieron los ojos con sorpresa, pero rápidamente se recuperaron e hicieron reverencias coordinadas. Habían practicado para este momento. —Es un honor, princesa —dijo Miriam con voz suave y controlada. Shiloh, sin dejar de sonreír, observó a las tres mujeres con mucho interés. —Ustedes son muy bonitas. Todas ustedes —dijo con honestidad—. ¿De dónde vienen? No reconozco sus rasgos. Deben ser de muy lejos. Violeta abrió la boca para responder, pero su mente se quedó en blanco. El nombre del reino... ¿cuál era? Cri... Crishi... ¿Cómo se llamaba? —Venimos de Crishinia —completó Miriam con suavidad, cubriendo el momento de pánico de su hermana con naturalidad—. Del sur. Somos refugiados que buscamos asilo. Shiloh asintió con expresión comprensiva, a punto de responder cuando algo llamó su atención. Sus ojos se iluminaron al ver tres figuras acercándose desde las escaleras del segundo piso. —¡Oh! ¡Pero qué bueno, justo a tiempo! —exclamó volteándose hacia los recién llegados—. Permítanme presentarles a mis hermanos. ¡Vengan, vengan! Les hizo señales con la mano, llamándolos con entusiasmo. Cuando Pyro vio a Shiloh desde la distancia, se detuvo en seco. Sus ojos dorados se abrieron de par en par, y sintió un nudo horrible en su garganta que le cortó la respiración por un momento. «Dianesa», pensó con dolor agudo. «Se parece tanto a ella... ahora es peor…» La misma forma de sonreír, la misma gracia al moverse, todo. Por un momento, fue como ver un fantasma del pasado. Pero a pesar del dolor que le provocaba, Pyro no se fue. Tragó saliva, respiró profundo, y continuó caminando junto a Asher y David. No iba a huir como un cobarde, eso sería demasiado estúpido de su parte. Con ignorarla era más que suficiente. De inmediato, los cinco infiltrados del norte se voltearon cuando escucharon pasos acercándose. Cuando vieron quiénes venían, el tiempo pareció detenerse, en especial para las tres muchachas. Miriam sintió como su corazón dejaba de latir por un segundo completo. Sus ojos azules se abrieron como platos mientras procesaba lo que veía. Ese cabello oscuro, esos ojos azules, la piel canela esa presencia que había estado en sus sueños y pesadillas durante diez años... «Es él», pensó, llena de pánico y algo más que no quería identificar. «El elfo del bosque. El que...» Violeta y Seraphina tuvieron reacciones similares. Los ojos de ambas se abrieron con shock genuino al reconocer a dos de los tres jóvenes del bosque. El pelinegro y el... «El rubio no está aquí», notó Violeta con decepción aguda. «Maldición. Pero si están ellos dos, sin duda él estará también» Por su parte, Asher y David también abrieron los ojos con reconocimiento instantáneo. La pelirroja pecosa. La rubia de ojos miel. Las reconocían a la perfección a pesar de los años transcurridos. «Las chicas del bosque», pensó Asher con su mente trabajando a velocidad de rayo. «Las jinetes de los Virtex del señor invernal. Son espias del norte. Están aquí. En mi palacio. Vestidas como refugiadas de Crishinia.» Pero no podía decir nada. No aquí, no ahora. No con Pyro a su lado, quien podría incinerarlas en un segundo si supiera quiénes eran de verdad. No con cientos de invitados presentes. No sin causar un escándalo diplomático masivo. Así que hizo lo único que podía hacer: fingir. David llegó a la misma conclusión. Sus ojos se encontraron con los de Asher en un segundo de comunicación silenciosa. Ambos entendieron a la perfección: actuar con normalidad, no revelar que las conocían y quienes eran, mantener las apariencias. Shiloh, completamente ajena a la tensión que llenaba el aire, sonrió con orgullo mientras hacía las presentaciones. —Ellos son mis hermanos: Asher, el príncipe heredero, y David el segundo príncipe. Y él es el señor Pyro, una de las bestias elementales y gran amigo de nuestra familia. Keith se adelantó, decidiendo tomar el control de la situación antes de que alguien dijera algo incorrecto. —Somos refugiados del reino de Crishinia —anunció con voz firme y segura—. Buscamos asilo en Pyrion después de que conflictos en nuestras tierras nos obligaran a huir. Asher dio un paso adelante, acercándose directo a Miriam. Sus ojos azules se clavaron en los de ella con una intensidad que hizo que la pelirroja se sonrojara sin poderlo evitar. El príncipe heredero se inclinó en una reverencia elegante, tomando la mano de Miriam de forma decente y cortés. Cuando sus dedos tocaron la piel de la pelirroja, ambos sintieron una chispa de electricidad que los atravesó como un relámpago. Asher levantó la mano de ella hasta sus labios, besando sus nudillos con una suavidad que contrastaba demasiado con la frialdad calculadora de su expresión. —Bienvenida a Pyrion, señorita refugiada de Crishinia —dijo con voz profunda que hizo que algo se retorciera en el estómago de Miriam. Él la miraba de una forma que parecía atravesarla, como si pudiera leer cada pensamiento que cruzaba por su mente. «¡Lo sabe! También me reconoció», pensó Miriam sintiendo el pánico trepar por su garganta, aunque su rostro permanecía muy tranquilo. «Aunque han pasado ya diez años... ¿o quizás no? No, no puede ser posible. No creo que sea tan obsesionado como yo. Ambos hemos cambiado. Él también. No creo que sepa quién soy realmente.» —Es un placer recibir a alguien tan... interesante —agregó Asher, con un énfasis casi imperceptible en la última palabra que hizo que el corazón de Miriam latiera más rápido. Sus ojos nunca dejaron los de ella. Era una mirada que decía claramente: "Sé quién eres. Y jugaremos este juego hasta que yo decida lo contrario." Miriam tragó saliva, manteniendo su expresión neutral con esfuerzo monumental. No podía dejar que él viera cuánto la afectaba su presencia. —El placer es mío, príncipe Asher —respondió Miriam con voz suave y firme. David, por su parte, se acercó a Seraphina con pasos menos seguros. A diferencia de Asher que irradiaba confianza y control, David se veía muy nervioso. Sus mejillas estaban algo sonrojadas cuando tomó la mano de Seraphina. —Bienvenida —dijo con voz que salió más baja de lo que pretendía—. Espero que su estadía en Pyrion sea... placentera. Seraphina sintió su propio rostro arder. Sus mejillas se pusieron rojas mientras miraba a David, recordando vívidamente aquel día en el bosque hace diez años. Y ahora aquí estaba, tocando su mano, mirándola con ojos que parecían igual de confundidos que los suyos. —Gracias —susurró apenas capaz de formar palabras. Pyro observaba toda la interacción con expresión neutral, aunque sus ojos seguían desviándose hacia Shiloh de vez en cuando. Cuando ella al fin se dirigió a él, tuvo que hacer un esfuerzo consciente para no alejarse. —¡Hola, señor Pyro! —exclamó Shiloh con entusiasmo—. Soy Shiloh. ¿Me recuerda? Hace años que no lo veía. Debía ser muy pequeña la última vez. Pyro tragó saliva, luchando contra el dolor que le provocaba verla tan parecida a Dianesa. —Sí... creo que te recuerdo —mintió con voz más ronca de lo normal. La verdad era que apenas la recordaba como una niña pequeña. Pero ahora, viéndola así de grande, era imposible no ver a su amada en cada gesto, en cada sonrisa. Mientras los príncipes interactuaban con Miriam y Seraphina, Violeta, Thane y Keith se sintieron extrañamente fuera de lugar. Como si sobraran en esa escena. Los tres intercambiaron miradas incómodas, sin saber qué hacer o decir. «El rubio no está aquí», pensó Violeta con frustración ardiente. «Dónde diablos está el maldito ladrón usurpador...» Keith observaba la interacción entre Asher y Miriam con ojos entrecerrados. Había algo en la forma como el príncipe miraba a su hermana que no le gustaba. Era una mirada demasiado intensa, demasiado posesiva. Como si ya la considerara suya y eso le pareció bastante raro. Thane, por su parte, notó cómo David no podía apartar los ojos de Seraphina. Y cómo su hermana tampoco podía dejar de mirarlo. Frunció el ceño, sintiendo un instinto protector despertar en su pecho. «Esto se va a complicar», pensó con certeza absoluta. «Esto se va a complicar mucho.» Shiloh, demasiado ajena a todas las tensiones no dichas, continuaba sonriendo con alegría. —Deben estar cansados del viaje. ¿Les gustaría que les mostrara el palacio? O quizás prefieren descansar primero. Tenemos habitaciones preparadas para todos los invitados de honor. Los refugiados siempre son bienvenidos. Miriam, recuperando su compostura, sonrió con esa máscara perfecta de refugiada agradecida. —Es muy amable de su parte, princesa. Quizás más tarde podríamos aceptar el recorrido. Por ahora, solo queremos disfrutar de la fiesta y conocer este hermoso reino. Asher al fin soltó la mano de Miriam, pero no se alejó. Se quedó a su lado, con presencia que era imposible ignorar. —Entonces permítanme personalmente darles la bienvenida correcta —dijo Asher con voz que sonaba cortés pero que tenía un filo oculto—. Después de todo, es mi deber como príncipe heredero asegurarme de que todos nuestros invitados se sientan... seguros. La palabra "seguros" sonó casi como una amenaza velada. O quizás como una promesa normal y ella solo andaba viendo cosas. Miriam no estaba segura de cuál de las dos, pero ambas opciones la inquietaban de igual manera. «Este príncipe es peligroso», pensó manteniendo su sonrisa bastante falsa y forzada. «Siento que es más peligroso de lo que imaginé. No es solo fuerza física. Es su mente. La forma como me mira, como si pudiera ver a través de todas mis mentiras... no me agrada...», pensó sin dejar de estar roja como un tomate. La noche apenas comenzaba, y ya sabían que nada saldría como lo habían planeado.
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