2. SENTIMIENTO AGRIO

2404 Words
Ella movía su cabello rubio ceniza y lacio de una manera tan particular que me impresionó por un instante. Jugaba con los dedos largos de las manos y rumoreaba cualquier cosa que no podía entender al hombre en frente de ella. Apenas podía adaptarme a su presencia. ¿Cómo era posible que después de tantos años, estuviese aquí? Ahora, en esta misma habitación con una mujer que lucía como su esposa; la cual acariciaba su mejilla y arreglaba el cuello de su camisa. Instantes después me dedico una mirada bastante expresiva y se marchó, sin antes dejar el color carmesí de sus labios sobre el rostro de él. Se sentía como si una tonelada de ladrillos, hubiesen caído sobre todas mis extremidades; dolorosamente. La puerta se abrió y con ello, un hombre lo suficientemente joven entró. Una dulce sonrisa que inspiraba confianza y tranquilidad adornó su rostro. Era alto, y de ojos color avellanas, tal cual como su cabello semi ondulado que caía por debajo de sus orejas y su frente. — ¿Cómo te sientes? —Preguntó, observando las maquinadas a las que permanecía atada. Entonces lo entendí; era el doctor. Asentí levemente. No muy convencida de poder responder y decidí esconder la mirada en cualquier punto fijo sobre la sábana blanca que me cubría. Sintiendo la mirada penetrante e insistente a poca distancia de Mauricio. Lucia perplejo y entumecido cruzado de brazos. Tal parecía que no tenía planes de abandonar la habitación en ningún momento. —Eso es muy bueno. —Argumentó el hombre en frente de mi con aquella misma sonrisa agradable—, ¿Te parecería bien si nos comunicáramos con algún familiar? — ¡No! —Chillé de improvisto. Sentí como mi corazón comenzó a latir con mucho descontrol. El miedo se intensificó por todo mi cuerpo ante el pensamiento de Oscar aquí. Gritándome e insultándose, pues para el de todos modos yo sería la única culpable de tener un accidente. El leve recuerdo de mi cuerpo siendo golpeado se asomó por mis pensamientos. Los gritos marginales se reproducían en mi mente una y otra vez. Y la imagen de su rostro tan cerca de mío hizo que mi cuerpo entrara en colapso, quintándole todo el oxígeno a mis pulmones. Mi pecho subía y bajaba de una manera asombrosa que dolía; dolía mucho allí adentro. Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas y de pronto el sonido repetitivo de las maquinas me hicieron darme cuenta que algo estaba comenzando a ir mal. La habitación se llenó de enfermeras por doquier con jeringas en las manos y todo mi cuerpo emprendió en temblor y a sudar. Intenté hablar, intenté decir algo mientras abría la boca pero todo comenzó a ocurrir en menos de lo que pude imaginar. Mis ojos buscaban un rostro familiar, algo a lo que aferrarme pero rápidamente, la desilusión llegó. El pinchazo en mi brazo provocó que soltara un gemido adolorido y me envió a moverme con incomodidad. Algo verdaderamente fuerte comenzó a vagar por todo mi torrente cuando la lucha por mantenerme despierta y mantenerme en movimiento; se hizo más escasa. Mi cuerpo se sentía exhausto y mis parpados comenzaron a sentirse demasiado cansados como para tener que intentarlo. —Mauricio. ¡Sal! —Escuché a alguien bramar órdenes. Mis ojos bailaron de un lado a otro, en busca de algo, de alguien... Entonces di con él, con unos enormes ojos grises y una figura erguida al final de la habitación. Mauricio. La preocupación se dibujó en sus facciones casi de inmediato y la expresión de su mirada, provocó que mi corazón latiera con mucha fuerza. Luché contra mí misma, pero era casi imposible cuando la bruma del sueño se volvía oscura delante de mis ojos y todo comenzó a dar vueltas a mí alrededor. Por contratiempo exhale un último suspiro antes de que mis parpados cayeran y todo se apagara.                                                                                           *** —Luces realmente preocupado por esta muchacha, Mauricio. —La voz vagamente familiar se escuchó cuando desperté—, creo que deberías comer y al menos cambiarte de ropa. —Lo haré cuando sepa que esta fuera de peligro. Es mi culpa que ella este aquí. —Mi pecho se comprimió ante el reconocimiento de la voz. Unos segundos después; el silencio vino y se escuchó la puerta abrirse. —Doctor. Los exámenes que me pidió. La puerta se cerró y entonces; me atreví abrir los ojos. Era de noche cuando barrí con la mirada todo el lugar. La poca luz que entraba se debía a la gran luna que se asomaba por la ventana. Mi garganta se sentía seca y mis músculos apenas dolían. Solo me sentía cansada y menos adolorida. No sé cuánto tiempo pasó antes de recordar a las dos personas en frente de mí, quienes yacían mirándome curiosos en la poca distancia. La expresión en sus rostros era casi alarmante. — ¿Te sientes bien? —Mauricio fue el primero en hablar. Lucia desorientado y cansado al mismo tiempo. Su suéter fino de lana estaba arrugado a los costados y no parecía darle mucha importancia a su aspecto. Asentí con una sonrisa débil y desgastada que seguramente no llegaba hasta mis ojos, pero esta vez; me sentía mejor. Aunque el cansancio seguía ahí como si no hubiese dormido lo suficiente. — ¿Hace cuánto no visitas a tu medico? —La pregunta del hombre joven a su lado me saco de mis cavilaciones. No pude evitar sacar la cuenta de los años que tenía sin venir al hospital. Reí para mí misma. —No lo sé. Tenía diez años o tal vez menos cuando tuve lombrices y me llevaron de emergencia. —Entiendo. —Enarcó sus cejas con estupor—, ¿Estas segura que no hay nadie que pueda venir por ti? Negué rápidamente y mordí el interior de mi mejilla para evitar cualquier alteración que provocara despertar mis nervios. —Si hay algo que haya producido el accidente; dígamelo. Soy mayor de edad y me hago cargo de mi misma. Mauricio se tensó y el hombre a su lado me regaló una mirada triste; como si estuviese en frente de un pequeño cachorro indefenso, ileso y desprotegido. —Por el accidente no hay mucho de qué preocuparse. Solo fueron golpes leves que no dejaran secuelas. — ¿Entonces, quiere decir que estoy bien? —Mi voz se escuchó como un susurro inestable. El solo hecho de pensar que esta misma noche tenía que volver a casa me retorcía el estómago de una forma violenta. No quería volver. No quería, no quiera... —No del todo. —No pude entender la expresión de su rostro—. Me vi en la necesidad de practicarte unos estudios mientras estuviste inconsciente. Pues tu estado de cansancio, lo delgada que eres y otras señales me dejaron muy inquieto. — ¿Algo está mal con su salud? —Intervino Mauricio. —Creo que eso me corresponde solamente a mi saberlo —Tosí—, del accidente estoy bien. No creo que sea necesario que siga aquí. Agradezco mucho la preocupación, pero ya no es su obligación cuando me encuentro completamente bien del incidente. Tragué el nudo que se formó en mi garganta y me atreví a levantar la mirada. Encontrándome con un rostro golpeado por mis palabras. Mi pecho se hundió con dolor, pero no pude describir si este llegó hasta mi corazón. Pues he sentido tanto dolor durante mucho tiempo, que no era capaz de reconocer otro sentimiento. Hubo un largo silencio en los segundos que corrían, pero finalmente desistió y me evito la mirada. Patricio se encogió de hombros dándome el derecho de la razón y la confidencialidad. Una vez que la puerta se cerró me sentí menos tenso y me dediqué a permanecer serena y madura ante lo que el hombre en frente de mí, tenía que decirme. — ¿Qué tengo? —Las palabras fueron arrancada de mis labios, casi por inercia propia. —Nada que no se pueda controlar—, Me regaló otra de esas sonrisas que tan fácil se le daba—. Pero tienes casi todas; por no decir todas las defensas bajas. —Dijo, mientras leía en los papeles de sus manos—. Estas muy delgada, e incluso más de lo normal para tu estatura y tal como lo presentí; estas falta de vitaminas y sobre todo hierro en tu cuerpo. Tu hemoglobina se encuentra demasiado baja, apenas y llega a siete. Podía jurar que mi expresión ahora mismo, era una completa confusión porque él lo noto y negó optimista. —Tienes una anemia con principios de ferropenia. Lo que probablemente durante un largo tiempo te ha dado mucho sueño, presentas dolores constantes en las articulaciones y con muy poca energía para rendir en el día. ¿Estoy equivocado? Negué lentamente. Desde hace un par de meses me había sentido más cansada de lo normal y apenas podía comer cuando Oscar no se encontraba en casa; lo que quería decir que solo ingería algún tipo de alimento una vez al día. A veces, eran solo eran granos que habían quedado del día anterior. — ¿Te produces el vómito? — No —Respondí. No estaba enferma de esa manera. Con tantos problemas, no iba a cargar uno más sobre mis hombros como la bulimia o la anorexia. —Bien. Creo que dentro de un par de horas podrás volver a casa. Siempre y cuando sigas al pie de la letra las indicaciones que te voy a dar. Entonces; abandonó la habitación. Se sentía como si finalmente pudiese respirar a gusto cuando me encontré sola bajo aquellas cuatro paredes. Pensé en que le iba a decir a mi padrastro cuando llegara a casa. Seguramente iba a golpearme, no iba a importarle en lo absoluto que estuviera en el hospital. Ni siquiera iba a impórtale que estaba enferma y que tenía que seguir indicaciones médicas. Todo seguiría tal cual una vez que llagara, o tal vez peor. Una tristeza crucial inundó mi pecho ante la vida que me tocó vivir. Pude sentir las lágrimas viajando por mi rostro. Esas que eran las únicas que me acompañaban, las únicas que sentían mi dolor. Mire hacia el techo tratando de detenerlas y un sollozo se aproximó. El sonido de la puerta abriéndose sigilosamente me dio el tiempo necesario para secar las lágrimas y cambiar la expresión posiblemente destrozada de mi rostro. Los ojos grises de Mauricio clavados en mí, fueron lo primero que vi cuando gire sobre mi hombro. Aferré mis manos a la tela blanca que cubría mis extremidades. —Hola. —Se escuchaba diferente. Diferente hace un par de minutos... Hace un par de años. —No deberías seguir aquí. —La inseguridad en mi voz hizo que quisiera hundirme dentro de las sabanas. Una risita carente de humor surcó de sus labios y negó levemente con la cabeza mientras se adentraba completamente a la habitación. —Y tú no deberías seguir fingiendo. Sé que eres tú, Abigail. Por un segundo el aire se volvió más denso y en ese momento se sintió como si hubiese olvidado la forma de respirar. No me sentía capaz de decir nada. Mi boca se abrió y se cerró de golpeo, se sentía como si todo fuese quedado atascado en mi garganta y lo único que deseaba es hundirme en mi propia desdicha. No lo necesitaba ahora en mi vida. No cuando decidió marcharse, no cuando ya de mí no quedaba nada; no cuando se llevó lo único bueno que pude haber tenido; mi corazón. —Al principio reconocerte se hizo difícil ¿Sabes? No lucias como aquella niña con vida dentro de sus ojos. Abigail pero esa expresión tan particular tuya no la había visto jamás en otra persona, yo no podría olvidarla... No podría olvidarte, no así. —Por favor, no. —Rogué para que no siguiera escudriñando en el pasado. La confusión arraigó en su voz ante el acto de mi rechazo. Rápidamente, la desilusión llego hasta sus ojos. —Estas tan cambiada. Debes tener veinte años, aunque no lo parezca. —Se acercó hasta mí, pero giré mi cabeza—, Todavía sigues usando ese bonito color de cabello. —Por favor, detente... Las lágrimas quemaban la parte posterior de mi garganta y luche contra mí misma para mantenerlas ahí. No iba a llorar, no en su presencia. —Me gustaría que habláramos, tal vez podríamos... —No hay nada de qué hablar. —Abigail... —Trató de tocar mi brazo, pero mi rechazo fue inminente. —Te fuiste, te largaste y nunca más supe de ti. ¿Qué quieres ahora? ¿Por qué regresaste? ¡No tienes derecho! No puedes simplemente aparecer así. No podía. No podía seguir. Los recuerdos comenzaron a vagar alrededor de mi mente de una manera tan arrolladora que podría llegar a sentirse como un dolor físico. Sin él, los días eran vacíos, las noches oscuras y el frio se sentía inaplazable. Sufrí su ausencia, la llore, la grite, me sentí destrozada en pequeñas piezas. Me sumergí en un mar de desolación y adversidad. Me vi atrapada la crueldad que vivía sin él, sin su mano que pudiese salvarme del abismo. Él ya no estaba, se había ido... Y con él, se llevó las piezas diminutas de mi corazón, se llevó la fè, la esperanza y el amor. Se llevó todo con él, pero no me llevo a mí. —Yo no podía quedarme Abigail. —Su rostro palideció—, era ilegal tener esa clase de sentimientos por ti. A pesar de que lo intenté, no podía, tu solo eras... —Una niña. —Finalicé por él. De pronto, lucia como si hubiese sido golpeado con un bate de béisbol y la expresión en su rostro, se convirtió en una casi sin vida. Mi corazón sufrió mucho con su ausencia, que pensé que no podría sufrir más. Pero su presencia me demuestra lo contrario y si, aun podía sufrir un poco más. La suplica que bailaba en sus ojos, provocó que mis entrañas se revolvieran con violencia. Trató de llegar hasta mí una vez más, pero el rechazo involuntario no pudo hacerse esperar. Ese gesto causó mucho dolor, pero no supe si fue a él o a mí. —Por favor, vete. —Mi voz estaba rompiéndose. —Abigail... — ¡Por favor! ¡No! Basta, aléjate. —Soné más dura de lo que pretendía, pero conseguí que se alejara. No me atreví a mirarlo porque casi dolía llegar hasta sus ojos. Sentía que me ahogaba con mi propio aire y que me hundía dentro de una tormenta llena de emociones. Me conformé con los besos clandestinos, con las preguntas sin respuestas, me conformé con el simple hecho de estar en sus brazos antes de volver a la realidad, me conformé con un amor hipócrita y vicioso, me conformé con la poca paz que me daba a su alrededor. Me conformé con tan poca cosa, porque sentí que era demasiado para mí. Sentí que aquello era mucho más de lo que me merecía; y entonces terminó por hacerme pedazos. Tal vez la culpa no fue suya por invitarme al abismo. Tal vez fue la mía por saltar.
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