1. FRAGMENTADA

2445 Words
—Abigail, ¡Maldita sea! Abre la puerta o será mucho peor para ti. Estaba llorando y temblando al mismo tiempo, no podía evitarlo. No podía dejar de sentirme hundida, miserable y patética. No podía detener el miedo y el pánico que arraigaba día tras día con su presencia. No podía hacer absolutamente nada más que encerrarme en mi habitación y rogar porque los efectos del alcohol se esfumaran. Cada día era peor que el anterior, cada vez él era más fuerte y yo más débil. No podía soportarlo más, lo estaba perdiendo. Estaba desintegrándome en pequeños fragmentos y lo único que podía mantenerme en la realidad, era la esperanza de volver a ver a mi hermano. Por más pequeña e improbable que fuera. Él, Oscar. Cuan miserable y malévolo. Una noche lo arrancó de mí; Lo único bueno que había quedado en mi vida; lo único lindo y puro que me mantenía con vida. Estaba tan ahogado en alcohol y me golpeó tan fuerte que permanecí inconsciente por lo que fueron horas. Cuando finalmente desperté, ya no estaban. Ni el, ni mi pedacito de cielo. Nunca tuve tanto miedo como ese día. Nunca me sentí más vacía cuando admitió con cinismo que lo había vendido a una familia. ¿Cuán cruel podría ser eso? Cerré los ojos con mucha fuerza y me refugié en la esquina de mi habitación. Los golpes sobre la puerta no se hicieron esperar. Cada más vez fuertes, más intensos. Sabía que en cualquier momento iba a venirse abajo, sabía que dentro de poco iba a golpearme tan fuerte que solo Dios sabía cuánto sufría en estas cuatro paredes. Al transcurrir varios segundos dejó de golpetear. No había gritos desde el otro lado, no había insultos. Mi corazón latía con tanta fuerza y miedo dentro de mi pecho, que temía que fuera capaz de perforarlo y salir corriendo. Abrí los ojos con poca valentía y seque las lágrimas que corrían por mis mejillas mientras observaba cualquier punto fijo sobre la puerta. No se escuchaba nada más que silencio, excepto por los sollozos que se escapaban de mis labios y luchaba por detenerlos con mi mano. Por favor que se haya ido, por favor, por favor, por favor Me repetía desde mi fuero interno mordiendo el interior de mi mejilla con mucha fuerza. Enviar aire a mis pulmones se volvía una tarea difícil cuando me ponía de pie. Mis piernas temblaban mientras avanzaba sigilosamente hasta la puerta. Mientras más cerca de ella me encontraba, más ganas de devolver el estómago me provocaba. Dejé salir una inspiración profunda antes de atreverme a tomar el pomo entre mis manos sudorosas, pues aun no era capaz de girarlo. Aun luchaba contra la esperanza de que se haya ido a algún bar, aún tenía la esperanza de que por esta noche no fuera a golpearme. Pero una vez que el pomo giró, todo sucedió a la misma velocidad de siempre. Mi cuerpo se desplomó en el piso y un dolor crónico nació en la boca de mi estómago, enviándome a gemir con mucho pánico. Me faltaba el aire cuando sus dedos largos se envolvieron alrededor de las hebras secas de mi cabello y arrastró mi cuerpo a una larga distancia; Desde mi habitación hasta la pequeña estancia que a él le pertenecía. —Por favor, Oscar, ya no más, por favor, me duele. —Supliqué, y el hilo que colgaba de mi voz apenas me dejaba entender lo que decía. Un grito brusco y doloroso se arrancó de mi garganta cuando una serie de golpes fueron atestados contra el lado derecho de mis costillas, el izquierdo y mi vientre. El dolor se prolongaba tan intenso e inhumano que no podía dejar de sollozar con mucha fuerza sobre el suelo duro de concreto. — ¿Cómo me dijiste? —Preguntó con dureza, mientras hundía las uñas de sus dedos en mi cráneo y me obligaba a verlo— ¿Cómo te he dicho que me digas? Sus ojos rojos me observaban con mucha ira y asco desde arriba; pues yo yacía en el suelo casi sangrando. Su pecho subía y bajaba como si le faltara el aire, como si aún no se fuera colmado. — ¡Dilo! —Papá. Por favor detente, papá. Entonces; dejo de suceder. Ya no me golpeaba, ya no me gritaba, ya no me insultaba. Pero su rostro estaba tan cerca del mío, que el miedo permanecía intacto. Mi pecho dolía tanto que casi se me olvidaba como respirar. —Así me gusta, princesa. —Sonreía cínico. Cerca de mi rostro como si nada hubiese sucedido. Comenzó a secar el sudor de su frente mientras se alejaba. Cogió con mala gana la botella de ron barato casi vacía y le dio un sorbo muy largo, enviando el último trago que quedaba de ella hasta su garganta. —Ve por una de estas. —La dejó rodar por el piso y se dejó caer sobre el viejo y desgastado sillón—, ¡Muévete! —, grito, al darse cuando que aún permanecía completamente adolorida sobre el suelo duro. Rápidamente conseguí ponerme de pie. Encorvada corrí hasta el pequeño cuarto de baño y cerré detrás de mí. Una vez sola, una vez segura; me dejé ir. El dolor era tan abrumador y humillante, que apenas podía era capaz de soportar estar dentro de mi propia piel. Apenas era capaz de mantenerme en piezas unidas. Apenas era capaz de mantenerme despierta. Mis costillas dolían y mi cabeza podía sentir que en cualquier momento estallaría en un millón de piezas. Lo estaba perdiendo; ya no podía soportarlo más. Ya no quería vivir esta vida pero no había nada que pudiera hacer al respecto cuando era mi hermano, quien estaba de por medio. No podía irme así, sin más, sin asegurarme de que él estuviese bien. Tragué el dolor que crecía cada vez un poco más y lave mi cara con agua fría antes de alizar las arrugas de mi camisa y abrir la puerta. El miedo de verle y tenerle en el mismo lugar nunca desaparecía. Se hacía cada vez más fuerte y traumático para mí; a pesar de que aprendí a vivir con ello, no podía evitar que el terror desmenuzara mi piel. Salí por la puerta principal y baje rápidamente las escaleras de aquel poco colorido edificio. La tranquilidad con la que la brisa acariciaba mi cara, me enviaba un poco de paz interior. Las calles estaban atestadas de personas que sonreían las unas con las otras, las conocieras o no. Tan ajenos a los problemas que sufrían cada uno de ellos. Me pregunté si esas sonrisas eran reales o mostrarían felicidad. ¿Eran felices realmente? ¿Era alguien capaz de descubrir el inmenso dolor que había detrás de una sonrisa? No podía dejar de preguntarme que le hice a la vida. ¿Cuál era el castigo que estaba pagando para vivir encadenada a tanto sufrimiento? A tanto dolor, a tanta crueldad. No había nadie que pudiese mirarme a los ojos y ver lo rota que estaba mi alma, porque nadie sufre el dolor ajeno, y tuve que aceptarlo durante mucho tiempo Mi cuerpo se tambaleó cuando una mano gruesa sujetó mi codo y tiró de mí en su dirección, mientras yo luchaba por dejar de toparme con cuerpos de hombres sudorosos y sumergidos en alcohol. ¡No, no otra vez! Traté de ahuyentar el pánico cuando giré sobre mi eje y un hombre robusto de grandes brazos me sonreía con malicia y entusiasmo. —Por favor, suélteme. —Supliqué, mi voz se escuchó débil y temblorosa. Era tan patética. —Oh, no, dulzura. —Acercó su rostro hacia el mío y la mezcla de cigarro y alcohol me producían ganas de devolver el estómago—, Oscar debería sacarte mucho provecho, aunque estés toda desaliñada. Yo pagaría muy bien por ti. Su agarre se volvió tan fuerte que lastimó mi brazo y estaba tan resignada a no poder defenderme que solo cerré los ojos y espere que cualquier cosa sucediera. Pero segundos después ya no sentía ni su aliento, ni su tacto. La repulsión comenzó a desaparecer por un momento. Abrí los ojos y el hombre en frente de mí lo escuche reír a carcajadas, siendo observados con gracia por la multitud de cerdos que tomaban sin control. Aproveché el bochorno y salí corriendo de aquel lugar, casi con las lágrimas quemando mi garganta. Apenas podía concentrarme en lo que sucedía a mi alrededor mientras avanzaba, apenas podía ser consciente de que corría por la calle, apenas era capaz de... El sonido estruendoso de una bocina me hizo detenerme abruptamente; soltando la botella de mis manos y antes de que fuera capaz de reaccionar algo duro y caliente impactó fuerte contra mi estómago, robándome el oxígeno y enviándome directamente al asfaltado. El dolor se intensifico por todo mi cuerpo de una manera rápida y punzante. Lagrimas calientes corrían por mis mejillas y no era capaz de moverme, me encontraba aturdida y desconcertada, todo a mi alrededor parecía nublarse por un instante antes de escuchar murmullos fuertes que no conseguía comprender. Unas manos fuertes y cálidas me sujetaron por los brazos y me encontré con unos ojos. Unos grandes y grises bajo largas pestañas. Mi corazón retumbó contra mi pecho ante el recuerdo de unos casi iguales, unos que jamás pude volver a ver. Traté de moverme, traté de decir algo cuando mi cuerpo fue levantado del piso, pero apenas podía mantenerme despierta ante la abrogación, el impacto y el dolor. — ¡Mauricio! —Se escuchó una voz femenina y autoritaria en la distancia, antes de que mis parpados cayeran y todo se volviera gris.                                                                                               *** El continuo pitido que se escuchaba junto al pie de mi odio me sacudió de la bruma de mi sueño. El silencio detrás de eso me incitó abrir los ojos y moverme, pero mi cuerpo se sentía demasiado agotado para tener que intentarlo y mis parpados bailaban de un lado a otro pero no conseguía abrir los ojos. No tenía la fuerza suficiente para intentar luchar contra el dolor en mi cuerpo. Apenas tenía fuerza para respirar. Se sentía como si toda la fibra de mi organismo se hubiese marchitado antes de cerrar los ojos y por primera vez desde que estaba despierta me atreví a pensar: ¿Qué me pasó? — ¿Hasta cuándo vamos a tener que estar con esta chiquilla? —Hasta cuando sea necesario, Morgan. No quiero a la prensa detrás de mí después de este accidente. Murmullos irreconocibles invadieron mi audición y permanecí inmóvil durante un par de segundos cuando una puerta se abrió y se cerró abruptamente a los pocos segundos. Entonces, me atreví abrir los ojos. El aspa de un ventilador girando fue lo primero que vi, el color blanco se adueñaba de toda mi visión y una ventana cerrada fue lo único que cambiaba de color. Me sentí confundida y atontada por un momento, antes de darme cuenta que estaba en la habitación de un hospital. —Despertaste. —El ronquido de una voz me invito a mover los ojos hasta dar con la figura erguida junto a la puerta. Un rostro vagamente familiar apareció en mi campo de visión y un frio recorrió mi espina dorsal cuando me encontré nuevamente con dos grandes lunas grises bajo aquel parpadeo perpetuo. — ¿Estas bien? —Ojos grises se acercaron a mí con pasos sigilosos y tragué la resequedad de mi garganta. Asentí lánguidamente y no pude evitar la mirada penetrante que me regalaba. Había algo extraño y excepcional en su expresión, en la manera tan particular como me miraba, como si estuviese tratando de buscar algo en mi rostro, tal vez una línea de expresión, no lo sé. Se sentía una conexión, una empatía, pero de cualquier modo no me gustaba para nada como sus ojos estaban tan clavados en cada rincón de mis facciones. Y sin hablar de cómo lucia, desde las hebras castañas hasta el fino y elegante color de sus ojos. Era considerablemente un hombre joven tratando de llevar una vida adulta bajo esa capa de vello fácil y seriedad en su entrecejo. — ¿Quieres que llame a Patricio? —Preguntó; la notoria confusión surcó en mi expresión—, Tu médico. —Oh... —Fue lo único que salió de mi boca cuando bajé la mirada y negué vagamente con la cabeza. El abrió la boca para decir algo, pero al darse cuenta que nada salió de ella, la cerró. Lucia nervioso; para nada encajaba con el hombre seguro y confiado que se adaptaba a su porte. —Eres tú, ¿Verdad? —Hubo un hilo reconocible en su voz, y mi cuerpo tembló—, Abigail. ¿Eres tú? Pude sentir mi corazón latir fuertemente. Pude jurar que él también lo hizo cuando se acercó a mí, la inexpresión de su mirada me provocó dolor de estómago. Y el reconocimiento de su voz, de sus ojos, de la manera en cómo me miraba hizo que mi pecho se hinchara de una manera abrumadora, tanto, que me comenzó a faltar el aire. No... No podía ser él. No podía ser el chico que se metió dentro de mi piel, no podía ser el mismo chico que me sonreía desde afuera de la escuela. El chico que se robó mi primer beso, mi primer sentimiento. No podía ser el mismo que se marchó un día porque lo nuestro no podía ser, no podía ser el mismo chico que desde que decidió marcharse, mi vida se convirtió en el peor de los infiernos. Los recuerdos de acumularon uno a uno, de una manera tan dolorosa que pude sentirlo. Y por más que estaba tratando de evadirlos volvieron de una manera involuntaria. Desde el primer momento hubo algo inquietante en ese gris tan particular de sus ojos. Eran los mismos ojos de Mauricio. Mi Mauricio. Una marea de emociones corrió a través de mí en ese momento y no pude llegar a la conclusión de que si estaba triste, feliz, eufórica, enojada o todas al mismo tiempo. Pero entonces, ¿Qué hacía con el desastroso dolor que dejó dentro de mí cuando decidió marcharse? ¿Acaso era cruel tener un poco de felicidad? ¿Acaso éramos criminales por amarnos? No luchó por mí, por mi amor, por mi corazón. No tenía derecho a regresar después de cuatro años que dejó sobre mis hombros como una carga, no tenía derecho a remover ese dolor que decidí enterrar cuando entendí que solo me aferraba a un recuerdo. —No. —Dije bajito, cuando la desilusión golpeó su rostro. Abrió la boca para decir algo, pero la puerta se abrió abruptamente y el olor a perfume de mujer invadió mis fosas nasales. Y en efecto, una mujer esbelta y perfilada entró por la puerta, acercándose al hombre en frente de mí y envolviendo su brazo alrededor de él. La escena provocó que un nudo se instalara en la boca de mi estómago. —Por fin despiertas chiquilla, dormiste seis horas. —Escupió, con una mirada llena de fastidio. ¿Seis horas? Oh, no... ¡Oscar!
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