Pronto llegó el fin de año, y estaba sumergido en mis exámenes. Una tarde, cuando no tenía nada que hacer, ya que al tener las más altas calificaciones de mi curso el profesor me dijo que podía marcharme. Decidí quedarme y hacer hora. No se me apetecía regresar a casa y ver las constantes peleas de mis padres, por entonces en casa ya se hablaba de divorcio. Eso no me podía importar menos. Me acerqué al kiosco y compré un sándwich, pero alguien vino por detrás y me empujó y mi sándwich fue a parar al suelo. Estaba fastidiado. Fastidiado y con hambre y sin un billete encima. Quería irme de ahí, ya no soportaba el ruido, la alegría del resto. Escuché que alguien me llamaba por mi apellido.
—¡Hey, Castello! ¡Castello!
Al ver quién era me quedé congelado. Mi corazón bombeaba dolorosamente. Comencé a sudar de forma alarmante, y me faltaba el aire. Era el chico de la cancha de futbol. Desde aquella vez que no lo había vuelto a ver, y ahora lo tenía enfrente. Me miraba y esperaba una respuesta. Pero yo solo deseaba salir corriendo.
—¿Te conozco de algo? —aunque no era del todo mi intensión, sonaba torpe. Él, sonreía tímidamente, parecía que hacía un gran esfuerzo en acercarse a mí, pero yo no lo entendía entonces.
—No creo que me conozcas. Voy a segundo dijo. —Me disponía a marcharme y se puso delante de mí. Me alcanzó un sándwich.
—Toma, acabo de comprarte otro ya que mi amigo hizo caer el tuyo.
Pero yo no lo recibí.
—No lo quiero, gracias. —estaba hambriento, pero no podía aceptarlo. Estaba furioso, sin motivo. Decidí que lo odiaba, aunque lo único que había hecho era ofrecerme su sándwich amablemente. Escuché que alguien le llamaba, que le decía "mira con quién hablas, esos de cuarto se creen la maravilla, y ese es el peor de todos" Aproveché eso y pasé de largo. En realidad, huía de su presencia.
No supe nada más se él hasta que un día, en las prácticas de música para la ceremonia de fin de año, nuestro profesor de música nos llevó a la práctica general. Allí lo volví a ver. Estaba rodeado de sus amigos, se veían contentos. Yo desde el lugar que me habían puesto me limitaba a pasar de largo la vista. Trataba de relajarme, y en el intento rompía los lápices que tenía en la mano. Sacaba de la mochila uno tras otro, todo estaba bien si tenía algo en los dedos sudorosos. Cuando llegó el maestro empezó con la práctica, luego reunió a varios de nosotros en los que estaba él, y entonces me llamó.
—Castello. Acérquese.
Había olvidado que sería yo el que iba a leer el discurso de fin de año y en ese momento me odié por haber aceptarlo. Iba a hacer un papelón. El maestro me esperaba con impaciencia, pero yo no me movía. No podía hacerlo. Salí corriendo. Sentía su mirada fija en mí, y la de todo el mundo.
Dado que había dejado olvidado mi mochila en la sala de música, me encerré en el baño. Necesitaba respirar aire puro. ¿Pero qué mierda me pasaba? Yo no solía actuar de esa manera. Estaba seguro que había hecho el ridículo y sería una vez más el motivo de las bromas. Trataba de calmarme, cuando alguien tocó la puerta.
—¿Te encuentras bien?
Era él. Como una pesadilla. Como en todas las malditas pesadillas que había tenido desde aquella vez.
—¡Déjame en paz! —grité. Y como no me contestó nada, parecía que se había ido.
Cuando abrí la puerta, ya estaba mucho más relajado, sintiéndome ridículo lo vi en la esquina del baño. Estaba esperando pacientemente a que saliera. Me miraba fijamente, como si quisiera decirme algo, pero yo temía. No sabía qué, pero temía. Traté de ignorarlo y salir, pero él se interpuso en la puerta.
—¿Qué es lo que haces aquí?
—El profe me mandó a ver si te sentías bien… bueno, en realidad me ofrecí yo…
—¿Por qué? Apártate. Déjame salir… —Le decía eso, pero él se mantenía a distancia.
—Quería que habláramos.
—Yo no te conozco. —Le miraba con desprecio, por dentro temblaba sin motivo alguno. En cambio, él se veía ansioso y yo no tenía idea de lo que esperaba de mí.
—Pero yo a ti sí.
—Déjame salir. Te lo advierto.
— ¿Te resulta difícil hablar conmigo? Yo sé que me odias, pero yo a ti te amo… yo sé que no me crees, quizás yo no te guste… pero quiero que lo sepas…
No sabía cómo tomármelo, seguro bromeaba, tenía que ser eso.
—Bueno, ya, es una más de esas bromas que suelen hacer… estoy harto.
—No, no es eso. Lo digo con mi corazón en la mano… te veo siempre que llegas, en el recreo, en el pasillo, en todo momento yo te veo. Y he deseado desde el primer día en que te vi que me vieras. Que sientas lo que yo siento por ti…
—Deja de decir esas cosas… no es gracioso…
El respiró hondo, me daba la impresión de que le costaba mantenerse en pie.
—Cuando rompiste mi carta supe que no había otra forma… tenía que acercarme a ti. Frente a frente como ahora.
No sé cómo hizo para acercarse, pero lo tenía a centímetros de mí. A pesar de estar en primero tenía mi misma altura. Y no quitaba sus ojos de mí.
—Tenía que encontrar la manera de tenerte como justo ahora te tengo. —Y me besó en los labios. Era la más dulce sensación que hasta ese momento pude tener, vi de vuelta esa luz blanquecina que nos envolvía, nos unía. Sentía que me elevaba en el cielo y que estaba bien. Todo estaba bien en mi vida. Pero entonces me vi embargado en el miedo. Mis manos lo habían apartado de mí. Cuando recobré el sentido, mantenía en las manos su calor, la suavidad de su tacto.
—Andas diciéndome todas esas cosas sin conocerme. No lo puedo considerar siquiera…
—Pero es la verdad… te conozco. Sé que casi siempre tienes migrañas, sé que necesitas estar a solas. Sé que tienes miedo a perderte.
Todas esas cosas eran ciertas, pero él ¿cómo podía conocerme? No existía una sola persona que me describiera cómo él lo había hecho. Eso lejos de alegrarme me asustaba. Esta vez yo retrocedí. Él me miraba triste.
—El tiempo se acaba…—susurró con pesar.
Entonces el timbre sonó y aproveché eso para salir. Yo no miraba para atrás, pero no tenía ganas de regresar a la práctica. El pasó por mi lado sin mirarme. Pero podía sentir que tenía tan pocas ganas de volver a clases como yo.