Don de Amor

Esta es la historia de Emil, mi primer amor y de cómo el mal me lo arrebató. Mi nombre es Max. No sé cómo empezar. La sola idea de ponerlo en letras como una prueba irremediable de todo aquello que me duele, me sumerge en un maremoto de dolor y lamentos, pero tengo que hacerlo, quiero sanar, quiero reparar mis actos, todo el daño que le he causado. Un buen día a la salida de la escuela, sentí una fuerte sensación de que tenía que regresar, aquello me obligó a mirar atrás. Una luz blanca me envolvía como una mano, se apoderó de mí una extraña agitación que me empujaba hacia adelante, era imposible luchar contra aquello, era una fuerza irresistible que me atrapaba y me conducía hacia él. De pronto me encontraba en la orilla de la cancha de futbol. Y ahí estaba él, mirándome fijamente, envuelto en la misma luz, supe entonces que era el responsable de aquella fuerza extraña, peligrosa y sublime. Me miraba a los ojos, en su mirada reinaba la misma sorpresa que yo sentía. Debido a ello se detuvo el partido. Nada podía detener el encuentro con mi destino. En ese momento un temor profundo me invadió la espalda. Sabía que si me dejaba llevar, aquello que estaba a punto de comenzar me cambiaría la vida para siempre. Por el temor a ese algo, o quizás fuera solo por cobardía traté de frenarme, luchaba contra mis propios sentidos, a pesar de que ese algo me suplicaba que no desistiese, que resistiera, que me dejara llevar, pero en ese instante ganó la oscuridad en mí y salí corriendo, resistiendo a tal fuerza sobrenatural. Volvía al camino seguro, al que conocía desde siempre y me sentía protegido, mientras me alejaba un inmenso dolor en el vientre crecía, se incrementaba, se volvía gigante, porque, aunque entonces no lo comprendía bien, lo podía sentir tan claramente, como estoy seguro que cada día sale el sol, que ese día no gané, ese día perdí algo valioso al huir de ese modo, pero que en ese momento me superaba, yo, que no era más que un adolescente que no sabía mucho de la vida había huido de mi destino. O quizás no. En ese entonces no conseguía sacármelo de la cabeza, a ratos pensaba, quería engañarme, que todo era una alucinación, que lo había inventado mi cabeza. Pero no era cierto. Lo que había visto, esa luz blanquecina, que me envolvía y arrastraba, la seguía sintiendo en mi piel, ese estremecimiento que rondaba entre euforia y dolor que sentí al verlo. Pero ¿por qué de un chico? Ni siquiera lo conocía de nada. Y en la escuela nos conocemos de vista todos, a menos que fuera de primer grado, no existía otra explicación. Sin embargo, la sensación de que me observan no se había ido. Era mucho y más fuerte desde esa vez. Nunca fui realmente bueno en nada, no tenía muchos amigos, los pocos que tenía se iban alejándose de mí por cualquier motivo. No importaba ya, me faltaba dos años para graduarme y jamás en la vida volvería a cruzarme con ellos. Un día cuando iba de salida, Boris de tercero me alcanzó una nota. —Esto es para vos. —dijo, como le descubrí una sonrisa dibujada en su rostro, sospeché. La leí de prisa. Era una carta de amor. Me sentí burlado, estaba claro que era una apuesta o una broma pesada, y no pensaba ser la burla de nadie, por lo que la rompí en su cara. — ¿A qué se debe esto? —le increpé. El tal Boris no me respondió y me marché lanzándole mil maldiciones. Estaba seguro que volvía con el chiste a sus amigos que seguramente le esperaban en una de las aulas vacías para reírse de mí, a mi espalda, no me importaba. El resto de esa tarde y en los días siguientes no podía sacármelo de encima ¿quién escribiría una carta de amor como esa para usarla de broma? Me causaba mucha molestia, a pesar de que yo mismo lo había hecho en el pasado, pero distaba mucho, lo que aquella vez escribí carecía de sentido. Esa carta en cambio, tenía algo, estaba cargada de sentimientos, y algo de ella me había llegado al corazón, quizás fuera por eso que la rompí, aunque sea solo una broma me arrepentí de hacerlo. Tenía que hablar con Boris, quería saber quién era el responsable. Pero luego me di cuenta de algo que antes no lo había visto claro. Hasta ese momento no había considerado que fuera él el autor. A los pocos días me lo encontré junto a la dirección. Me acerqué y le pregunté de frente. — ¿Fuiste vos el que la escribió? — ¿Escribir qué? —estaba claro que se había olvidado del tema, y me miraba confundido. — Em, la carta… la que me diste hace… una semana… —Ah, eso, claro que no, ¿cómo iba a ser yo? —estaba de mal humor y no me atrevía a decirle nada más. Así que me marchaba con la duda. —Hey… en realidad no puedo decirte quien me la dio. Lo prometí. Estaba claro que moriría sin saber quién era la o él que la había escrito. Tenía que olvidarlo, dejarlo atrás, como una anécdota más de la vida escolar, ¿no? tal vez un día, en el futuro se lo contase a mis nietos, qué se yo.