Llegando a casa. Capítulo 3

802 Words
Luego de aquella llegada extraña, vamos camino a la casa de la familia por la Ruta 68, rumbo a Viña del Mar. En esa enorme propiedad vive uno de los hombres más respetados —y temidos— de Chile: Maximiliano, el padrino de la mafia, el hombre al que todos llaman “tío”, aunque no sea familia de sangre. Crecí escuchando historias sobre él. Historias que te hacían dudar de que fuera humano… un diablo caminando en la tierra, frío, cruel, implacable. Su palabra es ley. Y quien se atreve a contradecirlo… firma su sentencia. No recuerdo mucho de él. Apenas destellos: esos ojos azul profundo que heredó del abuelo, y una presencia que llenaba la habitación incluso cuando yo era apenas un niño. Espero no ganarme su desagrado. No porque haya hecho algo malo, sino por lo que soy… por el secreto que llevo escondido desde siempre. En una familia mafiosa, ser gay se considera una debilidad. Y eso podría costarme más que la vida. Mi padre nos dejó hace dos años. Oficialmente, por un accidente causado por un ebrio que se pasó un semáforo. Una mentira tan absurda que casi daba risa. Nunca lo creí. Sé que fue un plan. Alguien quiso borrarlo del mapa. Yo tenía treinta y cuatro en ese entonces. Después de perderlo, mi madre… mi mejor amiga… no lo soportó. No pudo seguir sin él. Su suicidio terminó por quebrarme por completo. Desde entonces decidí no confiar en el amor. Es un juego cruel del destino creado solo para destruirte. Una mano se posa sobre mi cabeza y me saca de mis pensamientos. —¿En qué piensa esa cabecita tuya, osito? —pregunta Sebastián. Le sonrío. Hace años que nadie usa ese sobrenombre. Me lo dieron porque amaba los ositos… y aún conservo el que me regaló Maximiliano. Solo pensar en él me provoca un escalofrío que me sube por la columna. Y no entiendo por qué. —Nada, Seba… —susurro—. Solo es raro volver sin mamá y papá. Una lágrima cae sin permiso. Mi hermano me abraza con fuerza. —Lo sé, Teo. Yo también los extraño. Los bebés igual. Pero ya no falta mucho para descubrir qué pasó con papá… y vamos a vengarlo. Me quedo helado. —¿Qué quieres decir con eso? ¿Por qué dices “vengar su muerte”? —Cuando lleguemos a la casa, te cuento —responde con seriedad, y se niega a decir más. La ciudad aparece frente a nosotros. Tomamos un desvío que nos lleva a un portón gigantesco que bloquea toda vista al interior. Dos guardias saludan al chofer. Uno se acerca a mi hermano, que baja el vidrio. —El Don los espera. Otra vez esa sensación. Ese mal presentimiento que no me suelta. Avanzamos por un camino rodeado de árboles. El aroma que entra por la ventanilla es fresco, casi perfecto. Al mirar hacia adelante, veo la casa… o más bien, el castillo. Imponente y hermoso. Apenas bajamos, mi primo Daniel corre hacia mí. —¡Por fin puedo saludarte bien! —dice, casi saltando de emoción—. Tenemos resguardo todo el día… Cuando iba a preguntar por qué, Sebastián carraspea. Daniel entiende la señal y guarda silencio. Entramos al hall principal. Un mayordomo mayor nos guía a un salón enorme, elegante, demasiado ostentoso para mi gusto. Nos sentamos. Intento hablar, pero no alcanzo a terminar cuando escucho su voz. Esa voz. Me congelo. Ni siquiera me atrevo a girar. Su presencia me hipnotiza, como un imán imposible de resistir. Siento sus pasos acercarse. Cuando se coloca frente a nosotros, levanto la vista… Y dejo de respirar. Dios… es como si un ser del Olimpo hubiese descendido a hablar con simples mortales. Alto, piel bronceada, cabello n***o como una noche de tormenta, manos grandes —demasiado grandes—. Imagino esas manos en mis caderas, empujándome contra la pared, o contra este mismo sillón… ¿Qué diablos estoy pensando? Es mi “tío” Maximiliano. El mejor amigo de mi padre, su hermano. El hombre más peligroso del país. El que me regaló mi osito cuando era niño. Su rostro es una obra de arte: labios gruesos, hechos para besar… o destruir. Y esos ojos. Azules de mar embravecido. Tormentosos. Magnéticos. Una descarga eléctrica recorre mi columna y baja, quemándome todo el cuerpo, llenando mi m*****o, dejando un pequeño jadeo, creo que me correré si habla Maximiliano no aparta su mirada de mí. No dice nada. Solo me observa, como si quisiera leerme el alma. Y juro que veo una pequeña sonrisa, casi oculta. Luego pasa su lengua por su labio inferior. Mi cuerpo reacciona sin permiso. Mi corazón golpea mi pecho. Y una sola pregunta me atraviesa la mente: ¿Qué mierda está pasando?
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD