Capitulo 2. Primer encuentro.

1216 Words
Capítulo 2. Con mentiras y manipulaciones, Haimi logra que Cayetana se quede, pues de ello depende su bienestar; sabe que Ameliz es capaz de todo para mantenerla en casa y con ello la manipula a su antojo. Las palabras de Osvaldo no fueron solo palabras, pues en casa todo estaba cambiando, incluso el orden de las cosas, sobre todo la posición de Ameliz en casa, pues ahora es ella quien cuida de su abuela a tiempo completo, y cuida de la casa tras llegar de la escuela, siendo eso lo único que no ha perdido, tras convertirse en la sirvienta de la casa, recibiendo de su madrastra y su hermana múltiples humillaciones y acoso que la debilitan. Con sus 20 años, Ameliz, quien se graduó de la secundaria con honores y ha ganado una beca para la universidad, ha conocido nuevos horizontes y nuevas personas que iluminan su vida, como lo es Noah Canfort, un estudiante de leyes que se ha convertido en su salvador, pues es su tutor y guía en las horas libres, además de un gran amigo y hasta el hombre que ama. Sin embargo, las cosas cambian con el tiempo ante la llegada de su recién graduada hermana Thais, pues no se conforma con hacerle la vida a cuadros en la casa, sino que también se encarga de molestarla en la universidad, donde le hace la vida imposible, luchando por obtener todo aquello que Ameliz ha logrado, incluyendo a Noah. —¿Qué te hice yo para merecer tu odio? Thais, no somos tan diferentes, eres mi hermana, no puedes actuar de esa manera. —¿Que no somos tan diferentes? ¿Acaso has perdido el juicio? ¿Te has visto en un espejo? Tú no lo mereces, no sé qué te hace pensar que sí, pero el hecho es que ese hombre no es para ti, no lo tendrás. —No es tu decisión, tú no sabes lo que siento por él, ni él por mí, no puedes mandar en los sentimientos de las personas. —¿A no? —exclama con arrogancia, enarqueando la ceja izquierda, se cruza de brazos y acomoda su postura con arrogancia. —Si no es mío, no será tuyo. —Eres despreciable, Thais. —¿Qué dijiste? —Se mueve aproximándose a ella mientras su abuela se mueve angustiada ante la escena, sin poder hacer nada. —Repítelo. —Vete, Thais, no voy a caer en tus provocaciones. —¿Qué tiene tu abuela? Creo que necesita un baño. —Dice tomando un balde con orina. —Nooo… —Ameliz levanta su mano y con ella la empuja; Thais cae abriendo la puerta de golpe y con la misma intensidad cae por las escaleras, regando todo a su paso. —¡AAAAH! —Los gritos de Haimi alertan al Osvaldo, quien aparece ante la escena. —Thais, Thais, hija. —Acude angustiado Osvaldo para intentar sostenerla. —Papá, Ameliz, Ameliz me ha empujado, ¡AAAH! Me duele, papá, ayúdame. Una noche fría y oscura, una reprimenda más que Ameliz debe soportar frente a su abuela, quien casi no puede hablar, y le duele ver cómo Osvaldo la golpea con un cinturón, marcando la delicada piel de Ameliz, quien tiembla sobre el suelo ante la agresividad de su padre, que no se detiene hasta cansarse. —Te has vuelto una desgracia para mi familia; si no fuera por Haimi, las hubiera arrojado a las dos a la calle. Ameliz no le da respuesta, espera que se marche y se arrastra hasta las piernas de su abuela, quien llora de dolor junto a su nieta, a quien acaricia poco a poco. —¿Por qué?, ¿Por qué, abuela?, ¿Qué hice mal?, ¿Por qué me odia tanto? —Tu belleza, mi niña, es su maldición, tu bondadoso corazón la atormenta, tu futuro es brillante y ella solo está destinada al fracaso. Seca tus lágrimas, Isabela, y levántate, no les demuestres que te lastiman. Con belleza y el estatus, Thais se enfrenta a su hermana por el amor del hombre por el cual está perdidamente enamorada; no solo desea su belleza, sino su inteligencia y dinero, pues ahora Noah es m*****o de un gabinete de abogados en el cual gana muy bien, siendo la mano derecha de su padre en los negocios. Para Thais, un premio más a su codiciado corazón, que lucha por conseguir lo que ella desea cuando lo desea sin importar lastimar a su hermana en el proceso, pues lo que menos desea es que sea feliz. —¿A dónde crees que vas? —pregunta con arrogancia Thais sentada sobre el sofá con un tobillo vendado. —Ese no es tu asunto. —Responde sin más Ameliz, saliendo en busca de su compañera de clases, quien ha quedado con ella para estudiar después de los días que tuvo que faltar a la universidad por el dolor de los golpes que le dio su padre. —Ameliz, por aquí —dice la rubia de ojos café que levanta su mano con ánimos. —¿Qué hacemos aquí? Esto no es la cafetería. —Lo sé, pero era la única manera de sacarte de casa. Ven conmigo, Ameliz, hoy ha regresado uno de los corredores más famosos de la Fórmula 1, quiero que me acompañes a verlo. —Kenya, sabes que no me gustan estas cosas. —Vamos, amiga, te aseguro que te vas a divertir, vamos, di que sí, di que sí. —Ok, ok, pero no me quedaré por mucho tiempo, debo volver con mi abuela. —Lo sé, solo serán dos horas. Juntas se mezclan entre la multitud; la carrera ha comenzado y todos aplauden con gran alegría. La multitud es algo que ella poco tolera y se siente incómoda. Al cabo de una hora, la carrera se detiene para descansar; los corredores se van a tomar un descanso mientras los mecánicos hacen mantenimiento. —Voy al baño… —dice Ameliz a Kenya, quien busca con desesperación a su ídolo. —¿Qué? —Que ya regreso. —Ok. Ameliz camina a los baños, los busca y camina hasta el área superior, encontrando por fin uno. Al salir del tocador, Ameliz trata de volver por donde ha venido, pero no lo recuerda; camina en círculos cuando de repente escucha a una multitud. Un hombre viene corriendo, toma del hombro de otro hombre un saco y corre hacia ella, quien apenas logra reaccionar. Cuando lo siente sobre ella, su agarre la empuja a un pasillo donde es acorralada entre los brazos de aquel desconocido, quien sin previo aviso la besa. Los paparazzi pasan y ellos pasan desapercibidos. Sus miradas se unen, una extraña sensación los invade; Ameliz apenas puede reaccionar y, en cuanto lo hace, lo abofetea con fuerza. —¿Te has vuelto loca? —Aléjate de mí, pervertido. —¿Acaso no sabes quién soy yo? —No, y no me interesa saberlo, aléjate de mí. Ameliz sale corriendo y él la sigue hasta la mitad del pasillo, donde se detiene al ver a sus hombres de seguridad. —¿Está bien, joven Fisterra? —pregunta el hombre al verlo distraído. —Sí. Escucha, quiero que me investigues a esa mujer, síguela, quiero toda su información. —De inmediato, señor.
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