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Lo que se siente ser la otra

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Blurb

Marian Pérez creció en un hogar donde el amor se mezclaba con el dolor, en un matrimonio disfuncional marcado por el maltrato. Soñaba con escapar, con encontrar un amor que la hiciera sentir segura, y creyó haberlo hallado en Antonio Sánchez. Durante quince años, construyeron una vida juntos y tuvieron cuatro hijos, pero su felicidad se desmoronó cuando él la abandonó por otra mujer, quien le daría el hijo que tanto deseaba.

Casi tres años después, Marian vuelve a abrir su corazón a Zuriel Ladera, un hombre que le devuelve la ilusión y le hace creer en el amor otra vez. Sin embargo, el destino parece ensañarse con ella: cuando más lo necesita, Zuriel también desaparece, dejándola embarazada y con el alma rota.

Pero Marian no es una mujer que se rinde fácilmente. Entre lágrimas y cicatrices, descubrirá que la verdadera fuerza no proviene de los hombres que entran y salen de su vida, sino de sí misma. Porque alguna vez, todas fuimos Marian. Alguna vez nos hicieron creer que no podríamos más, pero nos levantamos. Y, como las guerreras que somos, siempre salimos victoriosas.

---

DISTANCIA

Ella estaba mejor sin mí, claro que sí, mucho mejor… Aunque extrañaba los momentos de amor que disfrutaba a su lado no era felicidad lo que podía brindarle en la situación que estaba sino más bien un caos, un desastre que le generaba a sus ilusiones y a mi estabilidad una situación de angustia, de impotencia, de frustración.

Era su sol de cada día, iluminaba sus espacios en la luz de mis ojos apenas llegaba la aurora en la tibieza de mi voz, era la brisa fresca que acariciaba su rostro cuando su mirada posaba en las palabras que le escribía provocando sus temblores, sus ganas de hacer realidad sus deseos de volver a sentir los rocíos de pasión en los espacios de su piel.

Pasaba semanas, meses sin tener noticias suyas lo que llevaba mis pensamientos en algunos momentos a dudar de sus sentimientos, de sus emociones, de sus promesas de una vida a mi lado para siempre; pero entendía sus miedos, sus temores, su angustia, mientras mi corazón en cada uno de sus suspiros se aferraba a satisfacer sus fantasías, sus ansías.

Amarme así era algo que ella jamás imaginaba, algo que no esperaba, que asestó de llenó en lo más profundo de su alma, alma en la que solo bastaban unas letras, un cruce de palabras para avivar las llamas, llamas que la hacían desnudarse por completo, entregarse a mí como jamás lo había hecho logrando en el torrente de mis venas su mejor versión.

Ángel de las Letras Derechos Reservados.

Imagen de la web.-

LA MUSA QUE NO SUPE AMAR

Hizo todo lo que estaba a su alcance para demostrarme su amor, se jugó como nadie jamás se había jugado, era una mujer dispuesta a todo sin importar los prejuicios o la condena social que caería sobre su espalda, sobre su conciencia, sobre su moral.

Aún llena de temor me buscaba como el agua a la arena de la orilla para mojarme en sus besos, en sus caricias, en la fuerza de sus impulsos, me arrastraba en su pasión, me tiraba encima del pecho los rocíos de sus deseos, deseos que derretían mis ganas.

Conocía el punto exacto de mi cuerpo, era dueña de cada poro de mi piel, cada grieta tenía las marcas de sus uñas y en mis venas latía su talismán, le gustaba tomar en su mano para sentir la rigidez de su volumen, entonces la conducía hasta los bordes de su manjar.

Hizo todo lo que podía y aún más, me confesó su secreto, el secreto de su amor divino, la veneración a su ángel, a su poeta, a su escritor, quería ser el trazo eterno de mi pluma, quería ser la musa, la musa que cada noche me inspire, la musa que por cobarde no supe amar.

Ángel de las Letras- Derechos Reservados.-Imagen de la Web. Misiones --FRAGMENTUS

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( Capítulo 1: La semilla de un destino...Conociendo una de las caras del amor )
Marian Pérez, a sus catorce años, apenas empezaba a descubrir el mundo desde la sombra de una niñez marcada por el dolor. Era una joven reservada, amante de los libros y los dibujos, atrapada en el caos de una familia disfuncional. Su padre, DIván Pérez, un hombre de raíces indígenas y temperamento violento, había teñido su hogar con gritos y golpes, mientras Rosa, su madre, soportaba en silencio una vida de humillaciones. Marian soñaba con escapar, con hallar un lugar donde pudiera ser libre y feliz, lejos de la oscuridad que la rodeaba. Una tarde de abril, mientras el sol caía sobre Santa Bárbara del Zulia, Marian se refugió bajo el árbol junto a su casa, con un libro entre las manos. Era su costumbre, su forma de evadir la realidad. El sonido de un auto interrumpió su lectura. Alzó la mirada y vio a su padre descender, seguido de un hombre desconocido. Aquel extraño, alto, de piel morena y porte imponente, tenía una presencia que no pasó desapercibida para Marian. —Bendición, papi —saludó con timidez al acercarse. —Dios te bendiga, hija. Ven, quiero que conozcas a alguien —respondió DIván, soltando una bocanada de humo de su cigarro. El hombre, llamado Antonio Sánchez, era un mecánico reconocido que había llegado al pueblo para reparar los camiones de carga de Iván. Su mirada se cruzó con la de Marian, y aunque apenas intercambiaron palabras, algo cambió dentro de ella. Por primera vez, sintió algo distinto: admiración, curiosidad y, quizás, una chispa de amor juvenil. —Tiene usted una hija muy bonita, señor DIván, digna de admirar —dijo Antonio, estrechando la mano de Marian con suavidad. —Es verdad, mis hijas son reinas. Gracias a Dios esta no tiene amigos, sus únicos compañeros son los libros y sus dibujos —respondió su padre con orgullo. Antonio sonrió, y aunque la conversación parecía superficial, las miradas entre ambos decían más de lo que las palabras podían expresar. Durante los dos meses que Antonio trabajó en los camiones, Marian y él encontraron formas de coincidir. Sus encuentros, aunque inocentes, se volvieron cada vez más íntimos. Conversaciones fugaces, miradas que hablaban en silencio y algún beso robado sellaron un vínculo que crecía día a día. Una mañana, después de clases, Marian salió camino a la parada del autobús. Estaba ansiosa; sabía que Antonio partiría pronto, y la idea de no volver a verlo la inquietaba. Al escuchar un auto detenerse a su lado, su corazón se aceleró. Era él. —Hola, princesa —la saludó con una sonrisa y un beso en la frente. Así la llamaba desde que se conocieron. —Hola, mi amor. ¿Cómo estás? —preguntó ella, tratando de ocultar su nerviosismo. Antonio parecía igual de nervioso. Condujo en silencio por unos minutos hasta que Marian rompió el mutismo. —El sábado te vas… ¿Vendrás a verme a veces? —susurró con esperanza. —Por eso quiero hablar contigo —respondió él, mirándola de reojo. Marian lo observó, intrigada. —Quiero hablar con tus padres, Marian. No quiero dejarte. Ven conmigo, te juro que te haré feliz. La propuesta la llenó de felicidad y temor. Pensó en su padre, en su madre, en la vida que dejaría atrás. —Antonio, solo tengo catorce. Mi padre no lo permitirá. —Tu papá no es el problema; él está de mi lado. Solo hay que ver cómo reacciona tu mamá. Marian guardó silencio. Sabía que su madre, Rosa, nunca iría en contra de la voluntad de Iván. Rosa era una mujer de ojos claros, a los que Marian llamaba "ojos tristes" en sus pensamientos. Había soportado una vida entera al lado de un hombre que la golpeaba y la menospreciaba. Marian nunca entendió por qué su madre aceptaba vivir así, pero sabía que no quería ese destino para sí misma. En su mente, Marian ya había tomado una decisión. Irse con Antonio no era solo una declaración de amor; era su escape, su única oportunidad de empezar de nuevo, lejos de los gritos, las lágrimas y los golpes que habían empañado su infancia. Ella quería ser libre. Y Antonio parecía ser la llave que abriría la puerta a esa libertad.

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