Esa tarde, Marian decidió hablar con Antonio sobre el negocio que estaba a punto de emprender. Antonio escuchó atentamente y, antes de que ella pudiera terminar, comentó:
—Todo me parece muy bien. Es más, me alegra mucho. Tú eres capaz de manejar y levantar un negocio aquí o donde sea, eso lo sé. Tú y tu combo de maniáticas son buenas en lo que hacen; tus cuentas bancarias y las de ellas lo certifican. Pero... ¿y los niños? No quiero que se vayan. Ellos lo tienen todo aquí, y no creo que quieras dejarlos. ¿Cómo vamos a hacer?
La gran pregunta, esa que aún no tenía respuesta.
—No lo sé... —murmuró Marian mientras se dejaba caer sobre la cama, al lado de Antonio.
Él la observó con calma. Aunque había sido su primer amor y esposo, hacía años que no existía entre ellos nada más que una ami
