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Henry Dunant lascivo y lujurioso

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Atención: Historia con alto contenido +18

Siempre fuimos tres.

Mi hermana mayor Marianne, mi gemela Lucy, y yo. Henry Dunant.

Te sumergeré en mi vida, y en mis deseos y pensamientos más oscuros que solo un hombre lascivo y lujurioso, como yo puede tener. ¿Te animas a seguir leyendo?

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1. Mi adorada maestra Sofía.
1. Mi adorada maestra Sofía. Henry. Somos tres. Mi hermana mayor Marianne tiene dieciocho años, mi gemela Lucy y yo, diecisiete y medio. Los tres somos inseparables. Aun a nuestra edad no tenemos experiencia e ignoramos los usos de nuestros órganos sexuales, pues verás querida amiga, mis hermanas y yo dormimos en la misma habitación desde los doce años, por orden de mi madre, ya que por años tiene pesadillas recurrentes en los que somos secuestrados por unos delincuentes y que ella no nos ve nunca más en la vida, y como le aterra que pueda volverse realidad, ha hecho que durmamos en una sola habitación, además de eso, no tenemos permitido salir a la calle solos, así que mis hermanas duermen juntas en una cama, y yo solo en otra. Cada vez que estamos a solas, y cuando el aburrimiento es mortal, nos examinamos las diferencias de nuestros sexos, descubrimos de esa manera que si nos tocamos mutuamente recibimos un placer desmedido, mi gemela descubre que cada vez que sube y baja mi chorizo con la mano, como ella lo llama, entonces este se pone firme y duro como un palo. Ella también siente gozo cuando yo le acaricio su rosada conchita. Es tan poco lo que realmente sabemos y aún no podemos ni siquiera imaginar todas las posibilidades que tenemos en este descubrimiento, en nuestro despertar s****l. Tengo vellos en torno a la base de la pija, a Lucy le ocurre algo parecido, mientras tanto, a Marianne, que es la mayor de los dos, por algún motivo hasta este día, por algo que no entendemos sigue siendo lampiña pero ambas están magníficamente desarrolladas, con dos duros y abultados montes de Venus. No tenemos ninguna malicia y estamos acostumbrados a contemplar nuestros cuerpos desnudos sin la menor verguenza. Cómo mi papá es diplomático, se la pasa viajando y jamás está en casa, mi madre asegura que no existe una escuela local que esté a nuestra altura de educación, y por eso es ella la que nos da clases en casa, pero de un tiempo a esta parte, salud comienza a verse afectada, y tienen que poner un anuncio en el periódico y tras una larga y exhaustiva selección, se decide por una encantadora joven de nombre Sofía. A la semana la maestra Sofía llega a casa. Después del desayuno mamá nos lleva al salón que usamos de aula. —Bien, queridos hijos, les dejo desde ahora al cuidado de Sofía. Tienen que obedecerle en todo. Ella va a encargarse de sus clases, porque yo ya no estoy en condiciones de seguir ocupándome de sus estudios. Mamá se gira hacia la nueva maestra y le dice: —Temo que puedan comportarse como unos niños consentidos y malcriados, pero te recuerdo que Carla prepara los más ricos budines y que siempre tendrás una porción en la cocina a tu disposición, pero ten en cuenta que si no los mantienes a raya, y no los castigas cuando se lo merezcan, te aseguro que me enfadaré contigo seriamente. Mientras mamá habla, noto que los ojos de Sofía se dilatan con cierto gozo por algún motivo. Ahora la maestra Sofía tiene carta verde para castigarnos de manera severa si a ella se le viene en gana. Sin embargo la maestra Sofía parece una persona realmente amable, tiene veinticinco años, un rostro en verdad hermoso, un cuerpo perfecto e imponente, y viste siempre con la pulcritud más cuidada. Es sin lugar a dudas una mujer encantadora que me ha cautivado nada más verla, a pesar de esos sentimientos que despierta en mí, la dureza de su expresión y la dignidad de su porte nos infunde a mis hermanas y a mí respeto y temor. Al principio todo marcha sobre ruedas; solo que ahora Sofía ha notado que mi madre nos trata como a niños pero a sus ojos ya no somos más unos niños. Más tarde ese día se entera de que, por pedido de mi madre por dos meses tiene que compartir el dormitorio con mis hermanas y conmigo. Imagino la cara con la que ha recibido la noticia, de seguro no le ha gustado la idea. Como siempre, al llegar la hora de acostarnos damos un beso a mamá y nos retiramos a nuestra habitación. La maestra Sofía viene al dormitorio unas horas más tarde. Después de entrar y cerrar despacio la puerta, mira hacia mi cama para ver si duermo. Yo, aunque no sé por qué intento hacerle creer que estoy dormido, y consigo mi propósito, a pesar de que ella me mira a la cara y podría adivinar que solo simulo dormir. Acto seguido comienza a desvestirse. En cuanto se da la vuelta, yo abro los ojos y comienzo a devorar ávidamente sus encantos desnudos según van apareciendo ante mí. Al girarse nuevamente vuelvo a fingir que duermo. Sofía, toda una mujer se despoja poco a poco de sus prendas tan sólo a dos metros de mi vista: la contemplación de esas maravillas, tanto la de sus adorables y magníficas tetas, como la de sus piernas esbeltas y sus pequeños pies cuando pasa a descalzarse y a quitarse las medias, hace que mi pene se erecte y alargue hasta un extremo doloroso. Una vez que Sofía se despoja de todo salvo de la blusa, se agacha para recoger la falda que ha dejado caer hasta sus pies, al tiempo que alza la falda mis ojos se clavan en su culo esplendoroso, de una blancura deslumbrante y brillante. Como la luz le da de lleno y Sofía sigue inclinada, puedo ver que un vello oscuro le cubre la parte inferior de la raja. Luego, al volverse para poner su falda sobre una silla y coger el camisón, y mientras deja caer la blusa al suelo, se pone el camisón por la cabeza, tengo por unos segundos delante de mí su precioso vientre, cuyo monte de venus está tapado por un vello oscuro y rizado. Es tanta la excitación que me produce esa visión tan voluptuosa que estoy a punto de desvanecerme. Se acerca después a la cama, donde se sienta para quitarse los zapatos y medias, y ¡ay, qué muslos, piernas, tobillos y pies tan maravillosos tiene! La luz se apaga a los pocos minutos. Escucho cómo la preciosa mujer se acuesta y poco después respira profundamente. Yo en cambio no puedo dormir y permanezco despierto casi toda la noche, aunque quiero evitar desvelarme por el temor de que se de cuenta y sospeche que estado observándola mientras se desviste, y cuando por fin me duermo no es más que para soñar con todas las maravillas que he visto. Transcurre así un mes. Noche tras noche Sofía va cobrando confianza y, segura de mi ingenuidad, vuelve a brindarme exquisitos y prolongados panoramas de sus encantos; aunque la verdad es que sólo puedo gozar de ellos cada dos noches, ya que la falta de sueño me deja al día siguiente profundamente dormido, cuando prefiero mil veces seguir admirando los encantos de mi adorable maestra. Con todo, no cabe duda que estos sueños agotadores permiten que baje aún más la guardia, y sin embargo, gracias a esto, me ofrece momentos únicos, de los que, de otro modo no podría gozar. Sofía, antes de ir acostarse suele ir dos veces al baño, al que me meto silenciosamente, después de ella, y puedo disfrutar de una agradable vista de sus rosados labios abrirse en medio de unos exquisitos rizos oscuros para vaciar toda el agua que contiene, y eso me excita tremendamente. Me obliga a acudir a mi mano para dar alivio a mi pija, la rigidez es tal que temo que va a estallar de un momento a otro. No sé si mi madre ha reparado en los frecuentes abombamientos de mis pantalones, o porque comienza a considerar inadecuado que comparta la habitación con Sofía, pero el hecho es que ha decidido trasladar mi cama a su propia habitación. En cualquier caso, y como sea, sigo siendo tratado como un niño por mi mamá y por todos los de la casa. Incluso Sofía da la impresión de haberse olvidado de mi sexo; además, ciertamente no se comportaría con la misma confianza si se diera cuenta que soy un chico de mi edad. En todo este tiempo jamás la he visto cohibida por mi presencia. En los días de calor, me siento en el cesped, al lado de la sombrilla, con mi libro en las manos sobre las rodillas, Sofía se sienta en la silla, enfrente de mí, con sus preciosos pies apoyados contra un taburete, y su tejido sobre el regazo, atenta a la lección que recita mis hermanas y sin la menor conciencia de pasarse media hora exhibiendo ante mi mirada ardiente sus deliciosos tobillos y piernas, y es que, sentado donde estoy en una posición tan baja que la de ella y con la cabeza reclinada como si estuviera absorto en el estudio, mis ojos quedan justo debajo de su falda alzada. Sus medias blancas, bien ajustadas y ceñidas, resaltan los contornos de sus esbeltas piernas, y descubro que en días de calor no lleva calzón. Sentada en esa postura, con las rodillas más elevadas que los pies apoyados en el taburete, y las piernas algo separadas para sostener con comodidad el tejido sobre su regazo, quedan enteramente expuestos a mi vista sus gloriosos muslos y la parte baja de su voluminoso culo, entre el que sobresale su rajita rosada abrigada por una mata de rizos oscuros. El ventilador que tenemos cerca, eleva suavemente su falda y me deja ver sus tesoros, enciende en mí un deseo tan intenso que me deja al borde del desvanecimiento. Puede haberme zambullido en su falda y haberle besado esa deliciosa rajita y todo su alrededor. ¡Ella no tiene ni la menor idea de la pasión que está despertando en mí! Oh, querida maestra Sofía, te amo tanto, desde tus perfectas zapatillas, tus apretadas y brillantes medias de seda, hasta el glorioso abultamiento de tus pechos en los que mis ojos se deleitan casi todas las noches, y esos adorables labios que de todo lo tuyo es lo que más ansío poseer.

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