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Atracción Prohibida

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intro-logo
Blurb

Después de diez años encerrada en un internado de élite en Inglaterra, Liliane Von Riedel regresa a casa con veinte años, curvas de escándalo, carácter explosivo y cero filtros. Heredera mimada, divertida y un imán de problemas, no está lista para comportarse... ni para seguir las reglas de sus padres aristócratas que, en secreto, planean casarla.

Pero todo se complica cuando conoce al mejor amigo de su hermano: Dr. Mathis Keller, pediatra de fama internacional, arrogante, irresistible y con un cuerpo capaz de arruinar la paz mundial. Él la confunde con otra, la besa sin saber quién es… y desde entonces, ambos quedan atrapados en una tensión que arde más que el sol suizo.

Él es mayor. Ella es la hermana menor de su mejor amigo.

Él quiere alejarse.

Ella quiere que se queme en su infierno.

Entre fiestas junto al lago, escapadas clandestinas, miradas que dicen demasiado y toques que no deberían suceder, la pasión amenaza con destruir todo lo que han prometido proteger.

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Regreso caliente
+LILIANE+ Mi dedo deslizaba lentamente por la puerta del refrigerador, buscando algo que realmente valiera la pena. ¡Tengo hambre! Frutas. Yogures. Agua con gas. ¿Y el pecado? ¿Dónde diablos está el pecado en esta casa? Había regresado a Suiza después de diez largos y malditos años en un internado en Alemania, y todo lo que encontraba era fruta sin azúcar y botellas de agua mineral con etiquetas en francés. Rodé los ojos. Estaba en bikini. Rojo. Minúsculo. Pecaminoso. Demasiado atrevido como para ser legal en esta casa de millonarios reprimidos. Y mi estómago rugía como si llevara siglos sin probar algo más que disciplina y castidad. Entonces, justo cuando saqué una caja de fresas, lo sentí. Unas manos fuertes. Ardientes. Seguras. Agarrándome por la cintura. —¿Pero qué...? No terminé. Porque me alzó del suelo como si fuera una muñeca de porcelana. Y de inmediato… Sus labios se posaron sobre los míos. ¡Dios mío! ¡Me besó! No un beso cualquiera. Un beso húmedo, hambriento, salvaje. Lenguas jugando. Lenguas batallando. Lenguas conquistando. El refrigerador se quedó abierto. La caja de fresas cayó al suelo. Y yo también. Caí. Pero en la puta tentación. Él me suspendió en el aire como si yo no pesara nada. Me aplastó contra su pecho duro como el pecado y me llevó directo hacia la pared más cercana de la cocina. Me aprisionó. Su cuerpo era fuego. Su boca era dinamita. Y su lengua... mi perdición. —Mmmmh —gemí contra su boca, sin poder evitarlo. Una de sus manos bajó directo a mi culo. Lo apretó. Fuerte. ¡Fuerte! —¡Ah! —gemí más fuerte—. ¡Oye…! Pero él no se detuvo. Me tenía atrapada. Y yo no quería que me soltara. Su otra mano subió. Y sin permiso, sin aviso… Apretó mi pecho. Mi maldita teta izquierda. La masajeó con fuerza. Y lo peor, o lo mejor, es que lo hacía como si supiera exactamente cómo me gusta. Mi bikini temblaba. Yo también. —Mmmh… —jadeé cuando sus labios bajaron a mi cuello—. Dios, ¿quién eres tú…? Pero él no respondió. Solo mordió. Chupó. Me marcó. Mis piernas no eran mías. Mis pezones estaban tan duros que si alguien los tocaba con una cuchara, sonarían como copas de cristal. —Celeste… —susurró él con voz ronca y grave, caliente como el infierno. ¿Celeste? ¿Quién carajos es Celeste? —Espera, ¿qué dijiste? —pregunté con un hilo de voz, pero sin dejar de gemir mientras él me sobaba los dos pechos como si le debieran dinero. —Estás más caliente que nunca… no me hagas esperar tanto la próxima vez —murmuró, bajando la mano hasta rozar mi entrepierna por encima del bikini. —¡Mierda…! —gemí, sintiendo cómo me ardía cada parte del cuerpo. Lo tenía encima, besándome, mordiéndome, pellizcándome los pezones, agarrándome el culo como si fuera de su propiedad… y yo no hacía absolutamente nada para detenerlo. —Celeste, ¿vienes al lago o quieres que te coja aquí mismo? —¿¡Qué!? —abrí los ojos—. ¡¿Qué dijiste!? Y fue ahí que todo se fue al carajo. —¡Liliane! —se escuchó la voz familiar de Niklas, entrando desde la terraza con su tono protector. Mi hermano, no puede ser… —¿¡Mi hermano!? —solté en pánico, empujando al hombre que aún tenía una mano completa metida entre mis tetas. Él se quedó congelado. —¿Tu… qué? —preguntó, sin entender. —¡Ese que viene es mi hermano! ¡Niklas! —dije, medio jadeando, medio gritando. Él me bajó de inmediato al suelo, retrocediendo medio atónito, con el pecho agitado y el deseo todavía brillando en sus ojos. —¿Qué...? Espera… ¿cómo dijiste que te llamas? —preguntó, con voz entrecortada, como si se le hubiera roto el sistema nervioso. Lo miré directo a los ojos. —Liliane. La hermana de Niklas. Se llevó la mano a la boca. —Oh… mierda… —susurró. —¿Y tú? ¿Quién eres tú? —pregunté, todavía sintiendo mis pezones dolorosamente erectos por su masaje. —Mathis… —dijo con una expresión de horror mezclada con deseo y algo de culpa—. Soy Mathis Keller. El mejor amigo de tu hermano. Y ahí… Justo ahí… Nos miramos los dos, jadeando, sudando, llenos de marcas de mordidas y de besos prohibidos. Y lo único que pude pensar fue: "Estoy jodida. Estoy tan deliciosamente jodida." Mi corazón aún galopaba como loco después de ese beso. Bueno, beso no... Ese faje impúdico, lujurioso y gloriosamente equivocado. Me arreglé el bikini como pude. Me bajé la parte de arriba, que estaba más afuera que en su lugar, y me pasé la mano por el cuello, donde el descarado me había dejado marcas como si yo fuera un menú del que él pensaba volver a servirse. ¡Mierda! Estaba temblando, excitada y a segundos de explotar... y entonces… —¡Liliane! La voz. Esa voz. La reconocería en cualquier parte. Niklas. Mi hermano. Volteé hacia el pasillo y ahí venía. Con una mujer al lado, una rubia elegante, con vestido de lino blanco y gafas oscuras. Él me miró con ojos desorbitados, se detuvo en seco, parpadeó un par de veces como si su cerebro no procesara lo que estaba viendo. —Espera… espera… ¿¡tú!? Sonreí, llevándome una mano a la cintura, como toda una reina del escándalo. —Soy Liliane, tonto. Tu hermana. Él abrió los ojos aún más y caminó hacia mí a zancadas. Dios… estaba enorme. No recordaba que mi hermano se hubiera convertido en ese… hombre. Doctor Niklas Von Riedel. Treinta años. Médico cardiólogo. Orgullo nacional. Diamante social. Y mi hermano mayor. Alto, guapo, con barba perfectamente recortada, piel ligeramente bronceada, camisa blanca abierta en los primeros botones y un pantalón azul marino de lino que decía “soy rico y relajado a la vez”. Yo corrí hacia él. Como si tuviera diez años otra vez. Como si no me hubiera dolido tanto haberlo perdido durante esa década. Nos abrazamos. Fuerte. Real. Mi cuerpo contra el de él, sintiendo que por fin algo de casa volvía a mí. Él se agachó un poco y me susurró al oído: —Hermana… mi pequeñita hermana… ¿por qué no me avisaste? ¿A qué hora llegaste? Dime... Me separé de él con una sonrisa traviesa, y el rubor aún fresco por culpa del pediatra que casi me mete en la nevera, pero fingí inocencia como toda una Von Riedel. —Hace un par de minutos —respondí—. Vine en taxi. Ana se fue a su casa, y yo vine a la mía. Teresa me recibió. Le pedí que no dijera nada. Me dijo que nuestros padres no estaban y… bueno, aquí estoy. Dándote esta sorpresita. Él volvió a abrazarme. Más fuerte esta vez. Y cuando se separó, se limpió una lágrima con disimulo. Ese gesto suyo de “yo no lloro, soy un doctor prestigioso”. —Estoy feliz de que estés aquí, Liliane. De verdad… no sabes cuánto te extrañé. Yo asentí, conteniendo mis emociones, que por dentro hacían fiesta con confeti emocional. Y entonces… la rubia. La elegancia con tacones. —Permíteme presentarte —dijo él, girándose hacia ella—. Ella es Saskia Reinhardt, mi prometida. Prometida. Ah. La nueva reina de la casa. La mujer que ocupa el trono que yo alguna vez pensé que sería mío para siempre como la favorita de papá. Saskia era una rubia escultural, de ojos grises, labios pintados de rojo perfecto y un cuerpo hecho a medida, sin duda. Le tendí la mano con la mejor sonrisa que podía fingir. —Un placer, Saskia. Ella me dio un apretón de mano firme, como diciendo “puedo parecer delicada, pero no me subestimes.” —Y este es Mathis Keller, mi mejor amigo desde la universidad. Médico pediatra. Treinta años. Fama internacional. Uno de los hombres más reconocidos de Europa en su especialidad. Yo tragué saliva. ¿Qué? ¿Qué él es quién? Niklas seguía hablando: —Trabajamos juntos en la clínica privada, la que ya conoces, aquí en el pueblo. Él se mudó hace tres años a Suiza. Vive en la villa junto al lago. Sus padres viven ahora en Alemania. Es como un hermano para mí. HER-MA-NO. Mi cara… no sé cómo no me desmayé.

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