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Ya había terminado todo lo que debía hacer en la computadora. Cerré la laptop, me estiré un poco en la silla y solté un suspiro. Afuera el sol ya estaba en lo alto. Las manecillas del reloj marcaban casi la una de la tarde. Mathis se había marchado hacía unos minutos a urgencias. Tenía un caso complicado que atender. Me dio un beso en la frente antes de irse y me dijo con esa voz firme pero dulce:
—Ya no hay pacientes. Anda a descansar, nena.
Lo miré alejarse con esa bata blanca ondeando y me quedé ahí, sin mucho que hacer.
Justo cuando estaba por irme, apareció una señora de la limpieza. Me saludó amablemente y, por instinto, le devolví el gesto. Me puse de pie para dejarle el espacio libre.
Fue entonces cuando la vi entrar por la puerta principal: Saskia, la prometida d
