Nos quedamos quietos. En completo silencio. Solo nuestras respiraciones lentas, fingidas aún. Por si acaso. —¿Ya podemos parar? —murmuré, con una sonrisa en los labios. —Cinco segundos más. Por dramatismo. Esperamos. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Y luego nos separamos lentamente, como si el hechizo se hubiese roto. —Espero que esas cámaras hayan captado el premio que acabamos de actuar —bromeó Viktor mientras se acomodaba la ropa. Yo le di una suave palmada en el pecho. —Casi me convences de que era real. —Casi te convenzo… pero no tanto como Mathis, ¿eh? Me congelé. —¿Qué? —Liliane, por favor —dijo en voz baja—. Lo dijiste en el auto. Lo traías en la mente desde que cerramos la puerta. En algún punto… tus ojos no me estaban viendo a mí. Me mordí el labio, sin saber qué decir.

