—No quiero darte lástima… —continué—. Pero el día de las madres, Navidad y Año Nuevo, yo los pasé encerrada. A veces sola. Imagínate eso. Por eso le tengo un cariño especial a mi vibrador. Le digo “mi chiquito”. Es como mi droga. Me tranquiliza, me da afecto. Cero traumas. Cero explicaciones.
Viktor se reía sin parar.
—Todas ustedes están enfermas, Dios mío.
—Enfermas no, queridas. Ilustradas. Ahí fue donde realmente aprendí de sexo. Y no de libros. Aprendí de las perras que salían del internado, se comían el mundo y volvían con historias que parecían cuentos eróticos en vivo. Cómo fue su primer novio, qué les hizo, cómo las dejó... Y yo anotando mentalmente, como buena alumna.
Él me miró con una ceja levantada, algo entre la diversión y el morbo.
—¿Pero tú… en serio? ¿Eres virgen?
M
