++++++++++++++++++++++++++++ Ya llevamos hasta el décimo paciente. Son las tres de la tarde. Y esta vez, sí… sí tuve tiempo de medio comer. Milagro celestial. Pedí en la cafetería y me lo trajeron directo al escritorio: ensalada con pollo, un refresco frío y un café que casi me devuelve la fe en la humanidad. No era gran cosa, pero para mí, en ese momento, era un banquete. No me importaba que me vieran. ¿Vergüenza? ¿De qué? Eh, estoy trabajando, no paseando. Comía entre un paciente y otro, y claro, dejaba el tenedor en cuanto tenía que llamar al siguiente niño. Profesionista, pero con hambre. Lo gracioso era que las madres me miraban con una dulzura que no esperaba. Una incluso me dijo: —Se ve que eres una reina. Y otra me trajo un chocolate. Un chocolate. Me sonrojé como tonta, pero

