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Estoy en mi escritorio. Llevo horas tecleando sin parar, revisando nombres, confirmando citas, acomodando tiempos entre llamadas, anotaciones, y saludos cordiales a pacientes con cara de todo menos alegría. Lo bueno es que ya son casi las doce del mediodía y vamos por la mitad de pacientes.
Wao.
Definitivamente fue una mañana rápida.
Claro, la mayoría son consultas rutinarias. Lo sé porque casi todos traen la cara de “solo vengo por los resultados” o “necesito una constancia médica porque mi jefe no me cree que estuve enfermo”. Nada que me impresione. Nada que haga que el mundo se detenga.
Estoy a punto de estirarme y tomar otro sorbo del café que ya sabe a cartón cuando escucho una voz conocida, y veo una figura aún más conocida que entra a mi espacio como si fuera suyo. P
