+ Un rugido grave me hace girar la cabeza. Lo veo. Viktor. Detiene su Lamborghini n***o como una sombra brillante frente a la acera y baja la ventanilla con una sonrisa burlona. Justo entonces suena mi celular. Ana. —Estoy cerca —dice. —Ve directo a mi casa —respondo sin pensar. —¿A tu casa? —pregunta, confusa. Pero Viktor me hace una seña desde el auto, y sin mirar más, completo: —A casa de Viktor. —Ajá… —dice Ana con un tono que grita “esto me lo vas a explicar después”. Termino la llamada. Abro la puerta del copiloto y me dejo caer en el asiento. El interior huele a cuero nuevo y colonia cara. El motor ruge suave cuando Viktor pisa el acelerador y nos alejamos del hospital. —¿Estás seguro de que me tienes comida? —le pregunto mientras me acomodo el cinturón. Él asiente sin m

