Viktor rió como si supiera un secreto enorme. Bueno… sí lo sabía. Después de unos minutos en los que solo se oían gemidos de felicidad (por la comida, aclaro), risas y uno que otro eructo discreto —Ana, no yo, Viktor se levantó y fue hacia una bolsa que había dejado sobre el sofá. —Nena… te tengo esto —dijo con una sonrisita. Giré el cuello sin parar de masticar. —¿Qué es? —Regalo. Ya que hoy renaciste como mujer libre y un poquito más perra. Solté la risa mientras él dejaba la bolsa frente a mí. La abrí con curiosidad. Lo primero que vi fue encaje. Rojo. —¿Me has comprado bragas? —Y un shortcito. Y una camisa suelta, sexy, para dormir. Estás en proceso de reinvención, y nada dice “me liberé de los traumas” como una buena tanga. —Waooo —dije estirando el encaje entre los dedos—. ¿

