Mis piernas temblaron. Mis dedos se aferraron con más fuerza al borde del escritorio. Un calor feroz me invadió desde el vientre hasta la nuca. Me sentía tan viva, tan consumida por ese deseo salvaje, que todo lo demás desapareció. Me rendí. Dejé que me preparara, que mi cuerpo se amoldara a la idea. Cerré los ojos. Respiré hondo. Y entonces… sentí algo más. No era su dedo. Era más grande. Más cálido. Más real. Presionó con paciencia. Se tomó su tiempo. Entró tan lentamente que sentí mi cuerpo abrirse a él, ceder, temblar, adaptarse. Al principio dolía, sí. Una punzada aguda, tensa, que me arrancó un gemido entre dientes. Pero él no se detuvo. Tampoco me apuró. Solo me sujetó con una mano firme mientras la otra descendía por mi abdomen, y entonces… Su dedo tocó mi clítoris. Y todo ca

