Libre

1006 Words
—Gracias —le dije, y caminé con prisa, mojando todo el pasillo porque ¿a quién le importa? Mis pies descalzos hacían ese ruidito contra el mármol que me encanta, y la toalla apenas me cubría. Pero ni modo, ya todos me habían visto, y la dignidad la dejé flotando en la piscina hace rato. Cuando llegué a la entrada, ahí estaban los tres. Mi hermano. Su prometida. Y él. Mathis. Con su cara de “yo no fui” y ese cuerpazo cubierto con una toalla en la cintura, aún mojado. Lo ignoré olímpicamente. —¡Liliane! —gritó Ana cuando me vio—. Vamos al lago, los chicos ya nos están esperando. Esa es la mejor invitación, waooo, Ana sí sabe disfrutar. Ambas acabamos de salir del internado, los padres de ella son diferente a los míos, y ahora ella quiere sacarme de mi infierno. —¿Qué chicos? —saltó Niklas, como si le hubieran pinchado el ego. Le lancé una mirada de “¿en serio?” —Ya, cálmate, hermano celoso. Son mis amigos. Recuerda que no todo el mundo fue exiliado a un internado como yo. Ja, ja, ella es buena, Ana y yo somos iguales. —Pero ella me tiene a mí y no a tus amigos —empezó a decir Niklas, pero me crucé de brazos y lo interrumpí con una sonrisa. —Hermano, es suficiente, ¿no crees? —Pueden ir —dijo al fin, rindiéndose. Me giré hacia Ana, emocionada, pero Niklas me volvió a detener con otra de sus frases de padre prematuro: —¿Te vas a cambiar? —¿Para qué? —le respondí con una ceja alzada—. ¡Vamos a bañarnos! Ash, sé que viví en un internado y no es justo que todas las reglas del internado las traiga aquí, —Pero... —Ya sé —interrumpió Ana, como buena cómplice—. Ella ni ha tocado sus maletas. Le traje este short y estas sandalias. Me las tendió y, sin el más mínimo pudor, me bajé la toalla ahí mismo. Sí. Frente a los tres. Me puse el short, las sandalias y hasta me sacudí el cabello con un movimiento de modelo de comercial de champú. —Listo —dije, mientras me ajustaba el botón del short. Me acerqué a Niklas y lo abracé. —Si mis padres llegan, diles que volví a ser libre. O invéntate algo dramático, lo que quieras. Pero no me llames, ¿sí? Besito en la mejilla. —Adiós, hermano sobreprotector. Miré a Saskia con una sonrisa perfecta. —Adiós, cuñada fashion. Y luego lo vi a él. Mathis. Estaba parado ahí, con los músculos tensos, la mandíbula apretada, como si todavía tuviera mi cuerpo grabado en las manos. Y seguro lo tenía. —Adiós... amigo de mi hermano —dije con sarcasmo, clavándole una mirada de esas que queman. Me di media vuelta, agarré la mano de Ana y salimos como dos diosas de reality show. Afuera estaba la camioneta. Grande. Con música electrónica suave y gente por todas partes. Chicos, chicas, todos jóvenes, guapos, bronceados, con cervezas en mano y cara de “esta tarde va a ser una locura”. Ana abrió la puerta trasera y nos subimos. Me senté a su lado, subí los pies al asiento de enfrente como si fuera mi casa, y suspiré con fuerza. —Dime —le dije—, ¿quiénes son todos estos? —Mis primos, mis amigos... —respondió con una sonrisa—. Cuando Teresa me escribió, pensé que algo te había pasado. Así que los llamé y vinimos de una. —Qué dramática —reí—. Aunque sí, algo me pasó. —¿Qué? Me giré hacia ella, le tomé la mano y le puse mi mejor cara de tragedia italiana. —Me enamoré, Ana. Ella parpadeó, como si acabara de decirle que me volví monja. —¿Qué dijiste? —Que me enamoré, perra —le susurré, pegándome a su oído—. Del amigo de mi hermano. Uuuh, eso se escucha tan mal. —¿Mathis? —casi grita—. ¿El doctor con cara de dios griego y culo de atleta olímpico? —El mismo. Me besó. Me apretó. Me lamió. Me dejó loca. —¿Quééé? —Y luego… me rechazó. —¿QUÉ? —Sí. Dijo que soy muy joven. Que soy la hermana de Niklas. Que no puede. Ana se quedó en silencio dos segundos. Luego dijo: —Ese hombre está enfermo. O es masoquista. —No sé, Ana. Por un momento sentí que estaba en el cielo. Y ahora... siento que me estampé contra una nube con ladrillos. —Liliane… —Estoy perdida. Completamente perdida. Y no es justo. Yo no me enamoro. ¡Yo juego! ¡Yo gano! ¿Y ahora me dejan así? —¿Y qué vas a hacer? Me acerqué a su oído y le dije bajito, con una sonrisa maquiavélica: —Voy a hacer que se trague su rechazo. Voy a volverme su maldita adicción. Y cuando me ruegue... decidiré si le doy otra probadita o si lo dejo con las ganas. Ana me aplaudió en silencio. —Esa es mi perra. No soy una santa, las chicas del internado son unas diablas, claro que había unas santas de las que no me identificaba, una que otra vez me fugaba del internado. Llegué a tener un novio, pero no el de mi primera vez... Sí soy virgen, aunque no lo aparento, quien diría que a mis veinte años seguiría virgen. En el internado aprendí mucho, estudié contabilidad... Mis padres quería que me aprendiera muy bien los números, todo para no olvidar nada cuando empiece a trabajar en la empresa de papá. Ellos quieren que haga lo que mi hermano nunca quiso, y detesto que él si pueda hacer lo que quiera y yo no. ¿Será que soy la hija adoptada? Na-ah, eso solo se ve en las novelas, es una locura.
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