El amigo de mi hermano

1361 Words
Y Mathis… Oh, Dios. Mathis me miró. Me miró como si acabara de ver a un fantasma… O como si se diera cuenta de que acababa de meter la lengua donde no debía. —¿Liliane? —murmuró. —Mathis… —dije, cruzándome de brazos, tratando de no pensar en el hecho de que mis pezones seguían duros y mis labios aún sabían a su boca. Saskia nos miró a los dos, como si oliera el escándalo flotando entre nosotros. Niklas no se dio cuenta de nada. Sonrió como un tonto feliz. —¿Ya se conocieron? Qué bien. Mathis, ella es mi hermana. La pequeña. Mi tesoro. Mathis… se quedó callado. —Sí, ya… tuvimos un pequeño… encuentro —dijo con voz tensa. —Un roce —corregí con una sonrisa venenosa. Un roce, sí. Con lengua. Con manos en los lugares indebidos. Con besos que me dejaron marcada. La tensión podía cortarse con un bisturí quirúrgico. Yo sentía el calor en mis mejillas, pero también en mis muslos. Mathis no dejaba de mirarme. Y esa mirada… Esa que decía “quiero repetirlo todo, pero ahora sabiendo quién eres.” Y yo… Bueno. Yo no era precisamente una santa arrepentida. Tenía ganas de jugar. De provocarlo. De ver hasta dónde podía aguantar antes de volver a romper las reglas. Porque si algo tenía claro… Es que el doctor ya había probado de mí… Y no iba a quedarse con las ganas. Y yo tampoco. +++++++++ Acabo de llegar y todo me parece tan, pero tan raro. No lo digo por el clima, que sigue siendo una maravilla. Ni por el aroma del pasto recién cortado ni por el lago que se ve al fondo como si fuera una pintura en movimiento. Lo digo porque, honestamente, no reconozco esta vida. Estoy sentada en una tumbona blanca, con un bikini diminuto que deja poco a la imaginación, al borde de la piscina principal de la casa. Esa piscina que en mi infancia era más grande que mi mundo. Y aquí estoy, como si el tiempo no hubiera pasado, pero todo se ve diferente. Mi hermano, Niklas, está al lado derecho, en short oscuro, mostrando ese cuerpo cincelado por años de gimnasio y genética privilegiada. Su novia Saskia está a su lado, echada en otra tumbona, con gafas oscuras y un pareo blanco que apenas cubre su traje de baño. Y el amigo sexy de mi hermano, ese que casi me hace perder la cabeza, y las bragas, hace menos de una hora, está al otro lado, también sin camiseta, en short beige, bronceado, con ese maldito aire de “soy inalcanzable, pero sé que me deseas”. Mathis Keller. El nombre suena en mi cabeza como un pecado. Y un vicio. Me crucé de piernas despacio, dejando que el pareo transparente se deslizara. Él fingía mirar el agua, pero yo sabía que me espiaba. Los hombres con autocontrol son mi debilidad. Y los que lo pierden por mí, aún más. Niklas se levantó de su tumbona, estirando sus brazos como si no tuviera idea de la bomba s****l que había dejado sola con su mejor amigo. —Ya regreso —dijo con voz relajada—. Vamos, amor —le dijo a Saskia, y ella se levantó con movimientos elegantes, digna de una futura esposa Von Riedel. Perfecto. Nos deja solos. Y esto se va a poner bueno. Casi escuché la música de tensión en el aire. Volteé lentamente hacia Mathis, alzando una ceja. —¿No vas a huir esta vez? —pregunté. Él me miró por fin. Directamente. Sus ojos azules eran hielo puro. —Quiero disculparme —dijo. —¿Otra vez? —respondí, divertida. —Pensé que eras otra persona. —¿Quién? —Celeste —soltó, sin ganas. Fruncí el ceño. Ese nombre no me decía nada. —¿Y quién es esa? —Una amiga que Niklas suele invitar. Me dijo que alguien me esperaba en la cocina. Supuse que era ella. —Ajá —dije, sonriendo con veneno—. ¿Y tú sueles besar, manosear y casi follarte a tus amigas apenas las ves? Él apretó la mandíbula. —No fue así. —¿No? Porque tus manos parecían tener otra versión. Mathis se movió en la tumbona, incómodo. —Fue un error. No debía pasar. —Fue perfecto —dije—. Pero tranquilo, no voy a gritarlo. No eres tan especial. Mentira. Lo era. Y lo sabía. —Liliane… —¿Sí? —No pondría mis ojos en ti. Nunca. Eres la hermana de mi mejor amigo. ¿Perdón? Lo miré en silencio un segundo. Luego, solté una carcajada. —¡Por favor! Hace un rato me tenías contra la pared como si no pudieras respirar sin tocarme. Él cerró los ojos, exasperado. —¡Basta! No puedo. Soy mayor. Soy médico. Soy el mejor amigo de Niklas. ¡Y tú acabas de salir de un maldito internado! —Tengo veinte años, Mathis —dije, incorporándome en la tumbona con lentitud—. Y acabo de pasar diez años entre mujeres vestidas como monjas. Si no me vuelvo loca ahora, ¿cuándo? Me puse de pie. Deslicé el pareo por mi cintura hasta que cayó al suelo. Su mirada me siguió. Cada centímetro. —No te he pedido matrimonio, cariño. Solo un poco de… diversión. —Liliane… —¿Sí? —Eres un problema. —Y tú eres muy aburrido. Dicho eso, di un salto ágil y me tiré al agua. La frescura me abrazó de inmediato. Y entonces… El drama. —¡Ah! ¡Mi pierna! ¡Aaah! —grité como una actriz profesional. Manoteé, pataleé, fingí un calambre de campeonato. Mathis tardó tres segundos en lanzarse. Tres. Solo tres. Y ya me tenía entre sus brazos. Me levantó del agua como si fuera una pluma. Sus brazos eran firmes, seguros. Su pecho contra mi espalda. Y yo… sonreí. —Deberías ser mi salvavidas, ¿sabes? Para pediatra, eres un experto en rescatar chicas sexis en bikinis. Él me miró fijamente. Mojado. Irritado. Y jodidamente guapo. —¿Estabas fingiendo? —Obvio —respondí, y llevé mis manos a su pecho, mojado y duro. —Liliane… —Tú tienes la culpa, Mathis. Te metiste en mi cabeza como un chicle pegado. No puedo sacarte. Él apretó los labios. Cerró los ojos. Respiró hondo. —No puede ser… entiendes que tu hermano… —¿Mi hermano qué? —susurré, y me incliné hacia él. Lo intenté besar. Lo juro. A solo un centímetro. Y él… me empujó. No con violencia. Pero con fuerza. —¡No! Basta, Liliane. ¡No puedo! Me quedé en el agua, paralizada. Humillada. Herida. Y más encendida que nunca. Él salió de la piscina sin decir más. Agarró su toalla. Y se fue. Literalmente, se fue. Me dejó. Como si yo fuera un error, una niña malcriada. —Maldito idiota —murmuré entre dientes, nadando hacia el borde. Me apoyé con los brazos, jadeando. No estaba acostumbrada a perder. Y mucho menos a que me rechazaran. Pero esto no se acababa aquí. No, doctor Keller. Esto recién comienza. +++++++++ Salí de la piscina como toda una reina ofendida. La toalla envuelta en mi cuerpo mojado, el cabello chorreando, el orgullo herido y esa sensación entre las piernas que aún ardía gracias al doctor guapísimo que decidió rechazarme como si yo fuera... ¿qué? ¿una niña? Por favor. —¡Teresa! —grité mientras entraba a la casa, con el agua marcando cada paso que daba por el suelo brillante. Ella apareció justo en el pasillo, con ese delantal de encaje que usa desde que tengo memoria. —Ana te está buscando, niña —me dijo con su voz calmada, como si no notara mi cara de “me acaban de escupir el alma”. —¿Dónde está? —En la entrada, con tu hermano. —¿Con Niklas? —fruncí la frente y rodé los ojos al mismo tiempo—. Qué mezcla... —Y con el doctor Mathis —añadió Teresa con una media sonrisa. Ay, Teresa... ni se imagina el escándalo.
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