Francesca se atragantó con su propia saliva. Literalmente. Tosió dos veces y me miró con las mejillas color tomate. —Liliane… yo soy diseñadora de vestidos, no sexóloga. —Bueno, pero seguro tienes experiencia, ¿no? —le dije con una sonrisita traviesa—. No me vas a decir que nunca te ha pasado por la cabeza. Ella soltó una carcajada nerviosa. —¡Ay Dios! Qué incómoda eres… —dijo, pero no sonaba molesta, más bien divertida—. A ver… ¿Quieres la verdad? —Siempre. Se sentó en la silla frente al espejo, cruzó una pierna con elegancia y habló con la mirada perdida: —La primera vez… no es como en las películas. No hay fuegos artificiales, ni una orquesta de fondo. Es incómoda. Rara. A veces hasta dolorosa. Pero eso no quiere decir que no valga la pena. —¿Entonces se siente feo? —No. Pero t

