Capítulo III

1739 Words
Sentí los brazos de Froy sobre mis hombros, intentando consolarme con intenciones de que me calmara. Pero realmente no podía. Sentía que era aquél último peso que caía sobre mis hombros para hacerme colapsar. El pasado, el presente y el futuro colisionaban en mi mente mientras pensaba acerca de que cada segundo que pasara se volvía totalmente incierto. Levanté levemente mi cabeza para verle una vez más. Me exprimía el corazón no haberme podido despedir de él, sentía que nunca me perdonaría a mi mismo por ello. Acordaba que sería un peso eterno con el que cargaría hasta el final de mis días, donde me volviera a reencontrar con él. Lo veía doloroso, pero lo veía justo siendo que yo había sido la persona de la disputa en primer lugar. Era muy tarde para arrepentimientos en esos momentos. Sentía la mirada curiosa de algunos socios de mi padre, de lejanos familiares y gente que sabía bien que no había visto jamás en mi vida. Todos rindiéndole luto en silencio, observando la escena que hacía frente a su cajón. Al ver que la calma no llegaba a mi cuerpo, Froy decidió tirar de mi hacia atrás por un momento. _Escucha, Ian. Necesitas calmarte. Intenta recuperar la compostura. Tragué en seco, asintiendo con mi cabeza mientras sorbía mi nariz. _Sí, lo siento. Mis disculpas. Antes de que siguiera la conversación, me retiré por un momento hacia el patio trasero, tomando un atajo hacia un acantilado que daba a la costa del mar mediterráneo. Una vez me encontraba lo suficientemente lejos, caí sobre mis rodillas, rendido. Miré al cielo despejado de ese día; no había una sola nube y el cielo se mezclaba en el horizonte con el azul del mar, en un hermoso paisaje. Una suave brisa arrastraba algunas hojas y flores de los árboles cercanos, dejándolas caer delicadamente sobre el agua. Miré de manera incierta hacia el horizonte, hacia el final del camino, buscando alguna respuesta. Un leve indicio, una pista, algo. Sentía que todo me abrumaba y que no podía saber que decisiones tomar en esos momentos. Mi cabeza no pensaba en nada, y en todo a la vez. Toqué mi bolsillo izquierdo, buscando en él mi cajetilla de cigarrillos, pensando en que quizás la nicotina podría ayudar a calmar mis pensamientos, aunque fuera de manera momentánea. Aún de rodillas, metí mi mano dentro de él. Sentí algo extraño dentro de éste, por lo que saqué el objeto en cuestión, para observar mejor de qué se trataba. Una tarjeta blanca con un código de barras y una sola llave.  Hice memoria casi al instante, recordando hace unos meses que papá me las había dado, bajo el lema de que si todo salía mal, él me dejaba todo lo relacionado a la familia en esos dos objetos. Ahora tenía total sentido, sobre todo si lo unía con su carta pidiéndome que fuera la nueva cabeza de la mafia. Al darme cuenta de ello, una brisa fría sopló con un poco más de fuerza en el lugar. Fue tal el cambio de temperatura, que me dieron escalofríos. Nunca fui de creer en entidades, ni en magia, ni mucho menos en Dios. Pero por alguna extraña razón, levanté mi cabeza al cielo por un momento y hablé. _¿Qué diablos haces? ¿Por qué te has ido justo ahora? ¿Qué no ves que no puedo ser capaz de dirigir todo esto? Las lágrimas comenzaron a salir nuevamente de mis ojos, mientras aún mantenía la cabeza inclinada. Bajé mi mirada al suelo, y miré por un momento las dos cosas en mi mano. Con una rabia súbita, golpeé el césped mientras volvía a llorar, desconsoladamente. _¿Qué no ves que te necesito? ¡No puedo sólo! ¡Nunca pude! ¡Sólo soy un maldito imbécil de veinte años que cree que sabe lo que hace pero...-tomé una pausa mientras intentaba recuperar el aire y calmar mi sollozo. Negué con mi cabeza mientras sostenía mi rostro con mis manos.-...pero la verdad es que no sé ni donde estoy parado en este mismo momento. Me sentía tan frágil. Indefenso. Inseguro. Sentía que toda esa sensación de poder y de tener el mundo en mis manos se desvanecía como arena entre mis manos. Me encontraba viéndome pequeño, perdido y desconcertado.  _Estoy seguro que él lograba ver todo ese potencial que tú no puedes ahora. Giré rápidamente mi cabeza hacia atrás, encontrándome con Michael Bennet, el papá de Alex. No lo veía hacia un buen tiempo, y por lo que sabía, luego del asesinato de Alex desapareció de los focos por un tiempo. Él me otorgó una leve sonrisa mientras se sentaba a mi lado. Yo sólo lo observaba en silencio. _Que el camino se encuentre con niebla no significa que esté acabado. Sólo debes de tener la suficiente precaución para proseguir hasta que te sientas seguro de nuevo. Pero nunca debes dejar de avanzar. Eso sólo complicará las cosas. Sonreí levemente ante sus palabras. Sabía que seguramente no entendía en su totalidad el contexto de mis palabras, simplemente pensando que se trataba de la muerte de papá. Sus palabras me hacían ilusión porque de cierta manera, en pequeñas expresiones, podía ver a Alex en él. Sabía que había pasado por un dolor similar hace poco con su pérdida y el hecho de que se acercara a consolarme me resultaba de alguna manera, reconfortante. _Espero que ambos estén en un buen lugar. Mencioné, mientras miraba hacia la costa en el horizonte. Lo oí sonreír de igual manera. Parecía tener una tranquilidad inquebrantable. _Oh, sí que lo están. Este lugar no era para ellos. La otra vida seguro les traerá algo mejor.  _A veces le extraño mucho. Dije mientras hacia contacto con él por primera vez desde que había llegado. Él sonrió amargamente mientras bajaba su mirada con algo de nostalgia. _Yo también, hijo. Me enteré de lo sucedido estando fuera del país. Estuve sin comer por días, y me sentí perdido por mucho tiempo hasta que logré entender que nada de lo que yo hiciera en este plano lo traería de nuevo.Fue simplemente asumir que se había ido, y que seguramente en comparación con las cosas que vivía aquí, allá está muchísimo más en paz. De vez en cuando visito su tumba y le cuento lo orgulloso que me encuentro de él. Sé que ese era su mayor inseguridad, pero siempre intenté quitarlo de su cabeza. Porque fuera de lo que hiciera con su vida, con sus cosas y demás, siempre iba a ser mi hijo. Mi niño pequeño. Fue inevitable que no rompiera en llanto ante sus palabras. Mayormente, porque de cierta manera me hacían recordar a mi padre también. La manera en la que siempre intentó lo mejor para nosotros a pesar de toda la vida distinta que llevábamos desde el momento en el cuál nacimos. Siempre nos puso primero que todo, y nos enseñó que la familia era lo último que se rompía.  Las lágrimas no dejaban de salir de mis ojos. No entendía, siendo que era una persona que no solía llorar, como podía encontrarme tan devastado. Mis sentimientos normalmente no rebasaban mi sentido común, pero en ese momento no veía nada más que dolor y mucha tristeza atosigando mi cuerpo. No podía pensar nada más. Él rodeó mis hombros con uno de sus brazos, consolándome. _Tranquilo, está bien llorar. A veces nos dejamos llevar por la falsa imagen de que alguien fuerte es alguien que no llora, cuando en realidad es todo lo contrario; aquél que demuestra ser humano y poseer sentimientos, y a pesar de ello sigue con su vida dejando que las emociones irrumpan en él, es quien demuestra verdadera fortaleza. _Nunca te había oído hablar tan pacíficamente. Mencioné, sorbiendo mi nariz mientras intentaba sonreírle.Él asintió, sonriendo levemente también. Miró hacia el horizonte en cuánto me otorgó la respuesta. _La muerte de Alex logró cambiarme. Para bien, supongo. Estoy pensando dejar el negocio de las ventas de armas y dedicarme a emprender algún pequeño negocio, quizás un poco más legal.-Bromeó, a lo que ambos reímos.-Ya no estoy para estas cosas, me encuentro cada día más viejo y prefiero abandonar el barco ahora, antes que termine hundiéndose por completo. _Eso es una buena noticia, supongo. _Lo es. Estoy feliz de hacerlo. Soy consciente de que no será el mismo estilo de vida, pero al menos tendré algo de paz. Por alguna razón, su pequeña charla me había logrado calmar bastante. Siquiera tuvo que ser larga. Sólo fue la manera en la cuál su voz parecía ser tan pacífica, que me otorgó la seguridad de que todo estaría bien, incluso si no lo estaba en esos momentos. Luego de unos cuántos minutos más observando el paisaje, ambos nos pusimos de pie dirigiéndonos dentro de la casa nuevamente. Poco después de volver a la sala, observé como llegaba por la puerta Nicolás, con un semblante neutro, ante la mirada de todos. No habíamos sabido nada de él, ni habíamos logrado contactarle por teléfono. Estaba seguro que tampoco teníamos mucha idea de cómo es que había hecho para enterarse de la noticia y el funeral, pero allí estaba. Caminó directamente hacia el ataúd, sin mirar a nadie de camino. Se detuvo frente a éste, y llenó sus pulmones de aire mientras acercaba su mano hacia el rostro de nuestro difunto padre. Acarició su mejilla antes de romper en llanto, sin perder los estribos. Simplemente las lágrimas se arrastraban por su mejilla mientras él se mantenía con esa misma expresión fría en su rostro, aún de pie frente a nuestro progenitor. Distraído ante la escena, sentí como Froy tocó mi hombro suavemente. Me giré a verle. _¿Qué sucede? _Trae a Nicolás escaleras arriba. Tú también debes de estar. Vamos a reunirnos en la oficina de papá. Arrugué mi entrecejo, sin entender. _¿En la oficina de papá? ¿Por qué razón? _Aquí se encuentra el abogado que dividirá la herencia entre los tres. Allí también se encuentran las últimas voluntades escritas de él, y supongo que es mejor hacerlas ahora que nos encontramos los tres aquí. Asentí ante sus palabras, comprensivamente. Luego dirigí mi mirada nuevamente hacia Nicolás. Era cierto; hacia un tiempo que no nos reuníamos los tres. Era irónico que este fenómeno sólo se hubiese dado a través de una muerte. Sin embargo, me encontraba preparado para oír algo de lo que ya levemente tenía una idea.  
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