2. ENFRENTAMIENTO EN EL ASCENSOR

2481 Words
Capítulo dos: Enfrentamiento en el ascensor >, mi fuero interno maldice. Ante mis ojos se encuentra el hombre con el que tropecé en la mañana. > He discutido con mi jefe, con el dueño de la empresa. Carajo, le he llamado patán y arrogante. ¡En una misma frase! >, me reprende una voz en mi cabeza. Él me mira. Creo que se encuentra igual de sorprendido que yo. Lo veo mover sus labios, pero no escucho una palabra. Estoy completamente aturdida. Creo escuchar a Eloy presentarme. Obligo a mi boca abrirse para hablar—: Amanda Roldan, señor —logro soltar. Él asiente. Por supuesto, el presidente de una corporación millonaria no extiende la mano hacia una simple asistente. Es tan arrogante. >, agrega mi fuero interno. >, le contesto. >, insiste. > le grito mentalmente. — Todo está listo, señor —la voz de Camille me trae a la realidad—. Pueden pasar. Ambos hermanos asienten y se dirigen hacia el salón de reuniones. — Yo te ayudo con los cafés —me dirijo a la rubia. Así gano un poco de tiempo para tranquilizarme. — Gracias —sonríe amablemente—. Por aquí —indica el camino y la sigo. — ¿En qué te has metido, Amy? —susurro solo para mí. El parloteo de Camille me distrae de lo que me espera en la sala. Es muy agradable. Creo que he encontrado una amiga en la editorial. >> Dime, el señor Gold es siempre así de intimidante —pregunto de buenas a primeras. No sé de dónde salió esa pregunta. >, mi voz interna hace acto de presencia. — Sí —contesta mi colega—. Al menos en el trabajo. Es lo que lo hace tan bueno en los negocios —se encoge de hombros—. Pero con su familia es más cálido, incluso con su hermana es todo sonrisas. — Supongo que hay que ser serio y arrogante para triunfar en el mundo de los negocios —comento al detenernos en la puerta. — Eso no lo sé con seguridad —dice—. Pero al señor Gold le funciona muy bien. Inhalo con fuerza antes de entrar en el salón con una sonrisa prefabricada. Me dispongo a distribuir los cafés y posteriormente, me siento al lado de Eloy. Antes había indicado que guardaría el puesto para mí. La primera hora de la junta transcurre entre planes, nuevos proyectos y números. Cuando es el turno de la parte creativa, comienza hablando Emma Tales. Ella es la editora encargada de todo lo que tiene que ver con el romance; desde los históricos hasta los dramas. Luego, es el turno de Mathew Emerson, el editor de ficción y Enya Queen, la encargada de los poemarios y otros. Justamente ahora se encuentra exponiendo un proyecto sobre recetas de cocina. Tengo entendido que la autora es Riley Gold, hermana de mis jefes y accionista de la empresa. Según me ha contado mi mejor amiga, la editorial es un legado familiar de los Gold. La empresa ha pasado de generación en generación y se ha ido ampliando. Hoy en día, cuentan con varias sedes en distintos estados del país. Tienen una en España, donde se dedican a publicar libros en castellano, y además a traducir los de mayor éxito de aquí. En fin, los Gold son los reyes del mundo editorial en el país y fuera de este. Es el turno de Eloy para exponer. Él es el encargado de las crónicas y novelas de temas sociales y políticos. Para ello estudió periodismo. Fue en la universidad donde conoció a Becca. Sin embargo, mientras mi amiga trabaja en el diario The New York Times, Eloy quiso dedicarse al negocio familiar. Y por lo que me ha contado, es muy feliz con su trabajo. Mi jefe comienza hablando sobre los contratos renovados con los viejos autores. Luego los nuevos proyectos, destacando el de Rita Turner, contrato que quedó cerrado en la mañana. Es en este momento, en cual me percato que soy la única asistente presente en la reunión, aparte de Camille. > Comienzan debatiendo los manuscritos aprobados, en especial mi favorito. No tenía idea de que los proyectos pasaban por las manos del presidente. Pensé que solo se dedicaba a la administración de la empresa. Sus comentarios me sorprenden —aunque no comparto todos ellos—; es evidente su conocimiento sobre literatura y redacción. — Creo que este proyecto es demasiado pretencioso —comenta el presidente—. Es muy feminista. Ataca mucho a la sociedad. Puede llegar a molestar a nuestros lectores habituales. Y definitivamente, los críticos destriparán el libro como carroñeros. — Estás pensando como hombre y ejecutivo, Daniel —objeta Eloy—. Tal vez necesitamos otro punto de vista, uno femenino. Amy, ¿tú que opinas? Respiro antes de responder—: Discrepo con el señor Gold. Es verdad, es feminista. Es por eso que puedo prever su éxito. Es el tipo de libro que atrae solo con leer el título. Sobre todo, a la población femenina; quienes representan, casualmente, nuestro mayor número de lectores. >> Sí; ataca a la sociedad, incluso, la condena. Pero lo hace de una manera muy sutil, y lo envuelve en palabras suaves y sugerentes; dejando el resultado a la reflexión de cada lector. Por supuesto que generará muchas críticas. Sin embargo, estoy segura de que habrán quiénes lo destaquen y alaben. Sin duda se creará una gran polémica. Creo que es eso precisamente lo que logra un buen libro y lo que posteriormente, garantiza su éxito. Termino mi exposición dejando sorprendido a más de uno en la sala. Sin embargo, solo puedo prestar atención al par de ojos áureos que me observan fijamente. Su mirada no me intimida como lo hizo antes en el corredor, ahora es más profunda, me excita. > — Bien, señorita Roldan. Le daré el beneficio de la duda —delibera el presidente—. Utilicemos la web de la editorial. Publicaremos pequeños adelantos, algunos borradores; lo que le parezca más interesante de la obra. Si tiene éxito, firmamos contrato. Luego desvía la mirada para dirigirse a todos. >> Con esto terminamos la junta señores. Nos vemos la próxima semana. Sale de la oficina y los demás lo siguen. — Bien hecho —susurra Eloy a mi lado—. Los has impresionado, a todos. Esto se te da muy bien, Amy. Sus palabras me hacen suspirar aliviada—. Gracias —respondo. Realmente estaba nerviosa. — ¿Necesitas un aventón? —Inquiere. — No. Me quedaré a ayudar a Camille a recoger. Esto ha quedado hecho un desastre. — Sabía que te agradaría. Hice bien en presentarlas. — Es agradable —comento. — ¿Te veo más tarde? Sugar muere por verte. — Es mutuo —comento. Sugar es la hija de Becca y Elloy. Tiene cinco años y es un amor de niña—. Ahí estaré. Se despide y se marcha, mientras me dispongo a ayudar la asistente de presidencia. Menudo día llevo. >, añade mi voz interior. >, replico. > >, pienso recordando mis propias palabras. >, insiste. > > Esto es ridículo. Ahora resulta que hablo conmigo misma. Sí que me has perturbado, Daniel Gold. Ayudo a Camille a organizar el salón, mientras nos conocemos un poco más. Me ha contado que siempre ha vivido en New York. Además, estudió administración de empresas. Me sorprendí al saber que no solo es la asistente de Daniel Gold, sino también su mano derecha. — ¿Y tú eres de la ciudad? —Indaga. — No. Ni siquiera soy originaria del país —añado—. Soy venezolana. Solo llevo viviendo tres meses en la ciudad. — Vaya… —dice algo sorprendida—. Nunca pude imaginarlo. Tienes una dicción perfecta. — Gracias. Estudié inglés desde pequeña —me encojo de hombros mientras dejo la última silla en su lugar. Seguimos conversando hasta salir del salón. >> ¿Nos vamos? —Pregunto tomando mi bolso. — No. Aún tengo un par de pendientes —responde—. Pero podemos quedar para tomar una copa otro día. — Por supuesto —sonrío—. Me encantaría. Nos vemos, Camille —me despido antes de abandonar la oficina. Entro en el ascensor y antes de cerrar sus puertas, alguien se adentra también. Pensé que solo quedábamos Camille y yo en el piso. Menuda sorpresa me llevo, al identificar la imponente figura de Daniel Gold frente a mí. Sus ojos penetran directamente en los míos. > — Señorita Roldan —saluda con su voz helada, penetrante. — Señor Gold —correspondo. Luego bufo. — ¿Algo que decir, señorita? —Inquiere al ver mi gesto. — No. Solo me extraña que teniendo un ascensor privado, tome este —comento. >, me reprendo mentalmente. >, responde mi fuero interno. — Es mi empresa —afirma—. Y puedo utilizar el ascensor que desee, señorita Roldan. La forma en la cual pronuncia mi apellido me estremece. Me hace sentir extraña. >, alardea mi subconsciente. >, y otra vez estoy hablando conmigo misma. ¿A quién engaño? Daniel Gold es súper sexy y caliente. El hombre más guapo que he conocido. Y sí, me encanta provocarle. — Ahora que sabe quién soy, espero y se retracte de lo que dijo esta mañana —comenta. — No lo creo, señor —objeto—. Sigo fiel a mi opinión. En cuestión de segundos, estoy siendo acorralada por él. Me observa profundamente. Veo sus ojos oscurecerse. Su cabeza se encuentra a escasos centímetros de la mía, mientras su cuerpo me aplasta por completo. — ¿Estás segura, Amanda? —su tono de voz bajo, casi ronco me estremece—. ¿Solo soy un patán arrogante para ti? Se acerca lentamente. Puedo sentir su aliento en la comisura de mi boca. Trago con dificultad. >, me obligo a recomponerme. — Absolutamente —respondo—. Podrá ser mi jefe, pero no deja de ser un idiota, señor —digo la última palabra con sarcasmo. > — Tendré que hacerte cambiar de opinión, entonces —advierte, demasiado cerca. Siento sus labios rozar los míos; su aliento golpear mi rostro; nuestras respiraciones se acoplan al mismo ritmo… El timbre anuncia nuestra llegada a la planta baja. — Buenas tardes, señorita Roldan —expresa, una vez abiertas las puertas. Lo veo marcharse mientras intento normalizar mi respiración. > > Mierda, esa vocecita ya me está hartando. Lo admito, Daniel Gold me gusta y creo que la atracción es mutua. > me reprendo. >, replica mi fuero interno. > >, admito. Una pícara sonrisa se dibuja en mi rostro. Ya veremos a dónde nos lleva este jueguecito con el señor Gold. *** — ¡Amy! —grita la pequeña antes de correr hacia mí y abrazarme. — Pero si es la princesa de oro —ríe ruidosamente—. Cada día estás más guapa. — Menos mal que llegas —aparece Eloy en el salón—. Lleva horas gritando ¡Amy viene! ¡Amy viene! — ¿Estabas ansiosa de verme, princesa? —pregunto a la niña mientras la cargo y nos sentamos en el sofá. — Sí —responde—. Es que papá me ha comprado un liblo nuevo —dice acurrucándose en mi regazo. — No ha querido abrirlo —comenta Becca—. Dice que solo tú lees los cuentos como le gusta. Tienes a mi hija mimada. En cualquier momento se mudará a vivir contigo —sé que bromea. Sugar es una ternura. Desde que nos conocimos, ambas nos encariñamos mutuamente. Es como la hija que nunca podré tener. — Pues yo estaría encantada de tenerla en casa —intervengo—. ¿Cierto, pequeña? Ella solo se ríe. Es tan maravilloso escuchar su risa infantil. >> Además —continúo—, es bueno dejarse consentir por la tía Amy. Hemos pasado una tarde y parte de la noche encantadora, entre risas y conversaciones triviales. También me he puesto al día de cotilleos con mi mejor amiga. Llevaba dos días sin venir a visitarles. Esta pareja, junto a su princesa se ha convertido en mi familia. En algún punto de la noche Eloy ha comentado sobre lo sucedido en la junta. Y yo no he podido evitar pensar en unos ojos ambarinos mirándome fijamente, mientras un voluptuoso cuerpo me acorrala en el ascensor. — Amy, ¿me lees el cuento? —pregunta Sugar restregando sus ojitos. — Por supuesto, cariño —digo parándome de la mesa y cargándola para ir a su habitación. *** La pequeña duerme plácidamente. Es tan hermosa, tiene los ojos verdes de su padre, mientras sus mejillas regordetas y su pelo rubio con ondas los heredó de su madre. Es una perfecta combinación de ambos. — ¿Se durmió? —susurra Eloy a mi lado. Asiento. Él procede a besar su mejilla y me hace señas para salir. >> Adoro verla saltar por toda la casa, pero es tan hermosa cuando duerme —comenta, una vez nos encontramos fuera de la habitación. — Es una niña muy dulce —digo. Llegamos al salón y mi mejor amiga me espera en el sofá con una copa de vino. Conversamos por otra hora. Cada vez que cruzo la puerta de este apartamento, el tiempo se me pasa volando. Mis amigos forman una familia maravillosa. Me hace pensar tanto en mis padres. Aunque les llamo todos los días, no puedo evitar extrañarlos. Por mucho tiempo estuve reticente ante la idea de dejarles solos, con la situación actual de mi país. Pero los tres sabíamos que irme era la mejor solución para nosotros… y para mí. En la soledad de mi apartamento no dejo de reflexionar sobre las últimas veinticuatro horas. Hoy ha sido un día agotador.
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