Subir al autobús fue difícil para ella, porque una parte de ella continuaba suplicando porque regresara a esa casa y pidiera una oportunidad para ser alguien diferente y, de esa manera, quedarse cerca de Estrella, la pequeña niña que no podía sacarse de la cabeza y que, sabrá el cielo, si alguna vez podría sacarse del corazón.
Sin embargo, una vez en él, volvió a ser como había sido el taxi, cada metro lejos de esa ciudad se sentía como que recuperaba una parte de sí misma y se olvidaba de esa familia que, seguramente, cada que apareciera en su mente, le volvería a doler; y esa sería justamente la razón por la que ella no pensaría en ellos muy a menudo.
El viaje fue largo, once horas de camino e hizo una escala para cambiar de destino. Ella había viajado todo el día, revisando su teléfono y, al final, encontró entre el millón de publicaciones que leyó, una publicación de una amiga con quien no hablaba seguido, pero que recordaba querer demasiado, porque habían sido amigas durante toda la universidad.
Recordaba bien que ella era de un estado cercano al que estaba por pisar, así que cambió su destino original por ese en el que ella vivía, pensando en que, en un lugar donde al menos conocía una persona, sería más fácil iniciar de cero.
“Estoy en Puebla” escribió la joven en un mensaje, sin muchas esperanzas de que fuera respondido pronto, pero, cuando aparecieron las dos palomitas azules y el texto “escribiendo” en la parte superior de esa conversación en línea, ella no pudo evitar sonreír.
“Voy para allá” respondió Roberta cuando Jessica le pidió que, por favor, se diera un día para viajar a su bello estado, prometiendo que la llevaría por todos lados para que al fin lo conociera, como muchas veces planearon juntas, pero no habían tenido la oportunidad.
Jessica era originaria del estado de Veracruz, pero, cuando sus padres se divorciaron, cuando ella terminaba la secundaria, su madre, su hermana y ella decidieron volver al estado de su madre, donde Jessica estudió la preparatoria y la universidad, siempre con piensas de regresar a su bello estado de Veracruz; y al final lo hizo.
Y, ahora Roberta estaba de camino a ese lugar, con la esperanza de poder curar su corazón roto y poder iniciar una nueva vida que, con suerte, no doliera tanto como la que estaba dejando atrás y a la que no podía evitar aferrarse, a pesar de que, para empezar, esa fue una vida que no le perteneció jamás.
Ella había sido contratada para ser ella, y su rol como impostora había terminado ya, así que debía olvidarse de ello, por mucho que le doliera.
Poco más de tres horas después, con el cuerpo entumecido y el rostro ardoroso por haber llorado tanto, la joven Roberta Franco bajó del autobús y tomó esas maletas que, quizá por el adormecimiento de sus brazos, ya no se sentían tan pesadas; entonces las rodó al inicio de esa nueva vida que estaba ansiando poder comenzar.
En la sala de espera de la central de autobuses, encontró un rostro conocido en esa mujer que agitaba las manos al aire mientras le sonreía, y ella no pudo evitar sonreír y arreciar el paso para poder sentir los cálidos brazos de su mejor amiga rodeándole.
—¿Qué te pasó? —preguntó Jessica en un tono de juego que desapareció cuando le vio el rostro a su mejor amiga, entonces la abrazó de nuevo, esta vez sin tanta efusividad y sin ese bailecito que las había sacudido de un lado a otro la primera vez que se abrazaron.
Roberta ya no lloró, a pesar de que aún tenía ganas de hacerlo, ella simplemente sonrió agotada y respiró de verdad profundo.
» Tienes que contarme todo —pidió Jessica, sujetando las manos de su gran amiga—, por ahora, ¿ya decidiste dónde te quedarás?
—No —respondió Roberta, negando con la cabeza—. El plan no era venir aquí, así que no busqué mucho; pero, cuando me sentí cerca de ti, mi corazón me pidió que viniera corriendo a ti.
—¿Cuánto tiempo planeas quedarte? —preguntó esa joven de cabello muy oscuro, rizado, piel muy clara y ojos cafés.
—Pues, si logro adaptarme, tal vez para siempre —respondió la falsa rubia y su mejor amiga abrió la boca enorme, esto por la sorpresa que le provocaba escucharla decir eso.
Es decir, ella siempre había dicho que no le gustaba viajar, pero que por ella haría el esfuerzo de visitarla alguna vez, para poder conocer ese estado del que la azabache siempre presumía.
Roberta había prometido ser valiente por amistad, y aun así lo había estado aplazando tanto como podía; sin embargo, ahora estaba ahí, con la carita medio hinchada y el ánimo totalmente apagado, a pesar de la felicidad que se notaba por el reencuentro, así que, si la intuición no le fallaba a Jessica, algo de verdad malo había pasado con ella.
—Bueno —habló la azabache, tomando una de las maletas de su amiga para comenzar a rodarla afuera de la estación—, si será por mucho tiempo, tengo el lugar perfecto, aunque te va a tocar compartirlo.
—¿Qué clase de lugar es? —preguntó Roberta, tomando su otra maleta y caminando de la mano de su mejor amiga quien, por alguna extraña razón, sentía que la arrastraba un futuro no tan malo como el que podía iniciar ella sola.
—Casa de huéspedes —respondió la joven veracruzana—. Era la casa de mi abuela, luego de que ella falleciera me fue heredada, y, como yo ya tengo mi casa, y esa es de verdad grande, está muy céntrica y todo eso, pues decidí convertirla en una casa de huéspedes... Aunque te va a tocar compartir áreas comunes, la habitación y el baño son privados.
—Espera —pidió Roberta, deteniendo sus pasos y, por ende, deteniendo los de su mejor amiga—… ¿Qué no dijiste que en la casa de tu abuela se aparecía un monje y una niña?
Jessica soltó una tremenda carcajada, porque no solo el tema era algo raro de retomar a media banqueta, sino que, la expresión de la de cabello castaño lleno de luces claras era de verdad hilarante.
—Sí, creo que aún lo hacen —respondió Jessica y la mandíbula de Roberta se fue al piso—, pero también te dije que ellos son inofensivos, ¿recuerdas?
Roberta negó con la cabeza, pero no pudo evitar ser empujada dentro de la camioneta a la que Jessica subió sus dos maletas, entonces ambas se dirigieron hasta ese nuevo comienzo que Roberta tanto había ansiado, aunque, cuatro horas atrás, no se hubiera imaginado que sería de esa manera como comenzaría de nuevo.