CAPÍTULO 11

1159 Words
—Entonces —habló Alessandro Bianco, abuelo de todos los que con él estaban, excepto de Cianna Santaella—, ¿me tienen buenas noticias? La falsa Rebecca sonrió, miró a su falso marido, que también la miró sonriente y que le colocó una mano sobre ese falso vientre de embarazo, y ambos asintieron al mirar hacia el anciano sentado a un par de metros de donde estaban ellos. —Es un niño —dijeron ambos y solamente el anciano se emocionó. Para Alessio, que ese hombre anunciara al fin un hijo, era como una sentencia de muerte, pues significaba que nada de lo que ahora disfrutaba le pertenecería en el futuro; lo mismo fue con su madre y su hermana. Y es que, al parecer, ellas se habían equivocado de lado. Cianna, conociendo a sus dos hijos, uno extrovertido, fiestero y mujeriego, concluyó que sería ese joven quien terminaría teniendo el nieto que necesitaban, pero fue su serio hijo Alessandro quien se estableció primero, se casó y tuvo hijos primero. Alice, por su lado, solo siguió los pasos de su madre, todos, desde confiar en alguien que no era para nada confiable hasta hacerle la vida imposible a la mujer que, a ellos tres, no les convenía que fuera madre de un niño. —¡Felicidades! —declaró Alessandro, abuelo, a la pareja que sostenía sus manos mientras la pequeña Estrella estaba entre ellos, abrazándolos por el cuello—. Es una gran noticia que demos celebrar, así que pasemos al comedor y brindemos por esto. Y fue justo eso lo que hicieron, envueltos en un silencio incómodo, todos pasaron al comedor para celebrar lo que solo a dos del total de personas en ese lugar les alegraba de verdad. Roberta no sentía emoción alguna porque ese bebé fuera un niño o una niña, después de todo, a ella solo le tocaba hacerse pasar por Rebecca hasta que esa mujer pudiera dejar la cama y enfrentar a todo el mundo con su pequeño bebé en brazos, bebé que, a diferencia de la pequeña Estrella que amaba con todo su corazón, no sería su hijo, probablemente ni siquiera lo podría sostener en brazos alguna vez. La cena fue lo mismo que el camino al comedor, solo ambos Alessandros hablando sobre negocios; y de vez en cuando hablaban sobre su felicidad por ese niño que Rebecca gestaba, entonces, cuando ese tema surgía, Roberta, disfrazada de Rebecca, les sonreía, y luego continuaba jugando con Estrella. La pequeña Estrella se había convertido en el escape de la realidad de la falsa Rebecca, pues, atendiéndola a ella, no debía verles las caras a los familiares de Alessandro, personas que parecían querer comérsela viva, o al menos eso sugería la manera en que la miraban. Cianna y Alice estaban furiosas, incluso se les notaba cómo se marcaba la mandíbula de ambas mujeres por lo fuerte que estaban apretando los dientes, y también en la manera en que sus ceños se fruncían mientras la veían. Pero lo que a esa joven más le preocupaba era que Alessio no dejaba de beber, lo que le recordaba montón de cosas malas en donde ella terminaba algo lastimada tras tener que enfrentarse a un hombre ebrio. De pronto, el hombre al que intentaba no mirar demasiado, pero del cual estaba demasiado pendiente debido a sus malos recuerdos, se acercó a ella y el cuerpo de la joven se estremeció. En un primer instante, la joven abrazó a Estrella, como si de esa forma pudiera protegerla, pero, al sentir le olor del alcohol inundarle el olfato, entendió que había cosas queriendo salir de su boca que no podría contener por mucho tiempo, por eso entregó a la niña a su padre y, con los ojos llorosos, caminó hasta un baño que había visto antes, cuando pasó de la sala al comedor. Alessandro, nieto, que la vio sorprendido por la repentina acción, abrazó a Estrella y caminó detrás de su esposa para escucharla devolver el estómago y eso lo desconcertó. —¿Qué le pasa a mami? —preguntó Estrella, aplastando el rostro de su padre entre sus dos manitas—. ¿Por qué corrió al baño? —No lo sé —respondió el hombre, sonriéndole a esa pequeña que amaría por el resto de su vida—, preguntémosle ahorita que salga. Acto seguido, el hombre, al ya no escuchar a su falsa esposa devolviendo el estómago, golpeó con suavidad la puerta en dos ocasiones. » ¿Estás bien? —preguntó el hombre y la joven adentro dijo que sí, aunque, en realidad, no se sentía para nada bien, no solo tenía náuseas fuertes, también tenía ahora dolor de estómago y de cabeza. —Lo lamento —dijo la joven, saliendo del baño con los ojos rojos y la piel pálida—. Había un olor que no pude soportar, lamento la escena. —Está bien —aseguró el mayor de los Bianco, que también llegaba hasta ellos—. Los embarazos son difíciles a todas horas. En el embarazo de Carlo vomitó por nueve meses, y todos los olores le parecían escandalosos y desagradables. —Sí fue algo desagradable —declaró la chica, entrecerrando los ojos por ese fuerte dolor de cabeza que le estaba aquejando. Alessandro Bianco, el joven, se preocupó un poco por su falsa esposa, y se acercó a abrazarla para que ella se apoyara sobre de él, entonces la chica lo hizo y, respirando profundo, cerró de nuevo los ojos, como si de esa manera pudiera recuperar un poco de la paz que había perdido cuando sintió a un hombre ebrio acercarse hasta ella. —¿Quieres irte a casa? —preguntó el hombre y la mujer entre sus brazos asintió. Ella de verdad no se sentía bien, necesitaba dejar de ser la perfecta Rebecca Morelli, que estaba fingiendo ser, y darse un baño caliente para relajarse un poco, porque el susto que había tenido no era poca cosa. » Abuelo, vamos a retirarnos ahora —señaló Alessandro y el abuelo del joven asintió, pues no solo estaba en el rostro de su nieto la preocupación por esa joven que, de la nada, se había sentido enferma; sino, también, se notaba la preocupación en la carita de la pequeña Estrellita. —Mami, ¿te duele tu pancita? —preguntó la niña y Rebecca le sonrió, negando con la cabeza; pues, a pesar de que sí le dolía, esa no era una preocupación que debería poner sobre su pequeña falsa hija. —Solo tengo sueño —señaló la joven, sintiendo que su estómago se revolvía al ver, al fondo del pasillo, a Alessio Bianco mirándole—. ¿Vamos a dormir a casita? —Yo mejor te cuido mientras duermes —sugirió la pequeña, y Roberta vestida de Rebecca, sonrió, alzando la mano para acariciar el rostro de la pequeña que, definitivamente, era su vaso de agua fría en una tarde de intenso calor.
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