—¿Qué estoy haciendo? —se preguntó Roberta luego de que, tras no poder dormir y de pensar que, tal vez, podría hablar con Rebecca un rato, ya que ella constantemente no podía dormir, caminó hasta su habitación y se detuvo detrás de la puerta cuando la escuchó hablando con Alessandro.
Roberta había podido escuchar las palabras de ese hombre, pudo escuchar la dulce manera en que se preocupaba por la verdadera Rebecca, y también cómo la mimaba para que ella se sintiera un poco mejor.
La joven educadora lo pensó un poco, y dedujo que esa desagradable sensación en su pecho, tan desagradable que casi la empujaba a devolver el estómago, eran nada más y nada menos que celos y se obligó a sí misma a ocultar esa información.
Ella no debía estar celosa de que Alessandro amara a la verdadera Rebecca Morelli y no a ella, porque no había ido ahí a enamorarse de ese hombre, y mucho menos a enamorarse de esa niña que con gusto se llevaría consigo cuando se tuviera que ir, porque la amaba mucho más de lo que alguna vez amó a sus alumnos, la amaba como si fuera su hija de verdad.
Lo que Roberta necesitaba era dejar de soñar y de creerse que era Rebecca Morelli, para así poder despegarse de esa familia sin sufrir demasiado, porque, cuando ella se fuera, ellos se olvidarían por completo de ella, y para eso no faltaba tanto tiempo.
Es decir, solo estaba ahí mientras Rebecca daba a luz y su hijo nacía a salvo, entonces esa joven podría tomar de nuevo el lugar que le correspondía, que era suyo por derecho, y a Roberta no le quedaría de otra más que irse de ese lugar que, sin dificultad alguna, al menos mientras era la falsa Rebecca, podía llamar su hogar.
La educadora caminó hasta su habitación, y entonces se dio cuenta de que necesitaba hacer mucho más que irse de esa casa una vez que su contrato terminara, por eso decidió comenzar a buscar empleo en otra ciudad; de todas formas, estaba segura de que, si se lo pedía, Alessandro le daría el suficiente dinero para iniciar una vida en cualquier parte del mundo.
Pero, encontrar trabajo a mitad de la noche no era algo que daría resultados inmediatos; además, ella no necesitaba resultados inmediatos. Roberta estaba segura de que, por lo menos en un mes, ella no podría dejar ese empleo en el que pasaba todo el día fingiendo ser alguien más.
» Si tan solo ella no... —las palabras que iba a pronunciar se atoraron en su garganta, y entonces la culpa por lo que iba a desear le pateó con fuerza en la conciencia y en el corazón.
Roberta no se podía creer que ella hubiera estado a punto de desearle el mal a esa mujer, sobre todo cuando ella solo le había hecho bien al sacarla de su horrible mundo y darle un espacio para respirar mientras ganaba dinero haciendo prácticamente nada.
La joven maestra se reprendió por ser tan mala, y tan cruel, porque definitivamente, si algo le pasara a Rebecca Morelli, habría muchas personas con el corazón roto; así que, intentando dejar de sentirse asquerosamente culpable, decidió hacer una oración por el bienestar de esa mujer y de su bebé.
Pero no solo rezó por su doble, también elevó una oración al cielo por sí misma, para poder dejar de tener tan horribles pensamientos por comodidad. Sí, esa fue la solución a la que ella llegó, que todo era por no perder el lugar que ahora tenía a pesar de que solo lo estaba usurpando temporalmente.
Sin embargo, el destino es caprichoso y, tras un par de semanas sintiéndose incómoda con Alessandro, por haberse atrevido a pensar que si esa mujer no se levantaba en la cama ella podría continuar en su lugar; y de sentirse mal al querer a una pequeña que no era de ella, Roberta supo lo que era la verdadera culpa por desear lo ajeno.
Tras una noche tormentosa, donde todo el mundo corría para atender el parto de una joven en cama, Alessandro dejó la habitación de su esposa, con un niño en los brazos, el rostro desencajado y temblando de pies a cabeza.
No solo el embarazo había sido malo para el cuerpo de Rebecca Morelli, el parto también había sido un suplicio que terminó en Rebecca muerta.
En cuanto esa información llegó a los oídos de Roberta la joven se quedó sin aire, incluso fue como si algo le hubiera golpeado con tal fuerza en el pecho que la sofocó y le dolió, por eso comenzó a llorar; bueno, en parte por eso, en otra parte por toda la tristeza que le provocaba ver a ese hombre tan destrozado.
Alessandro estaba perdido en sus pensamientos y en su dolor. Él jamás imaginó que las cosas terminarían de semejante manera, porque creyó que ya todo estaría bien cuando su hijo naciera y ahora, que él ya había nacido, todo estaba terriblemente mal.
—Alessandro —habló la médico, que salía detrás de él un par de minutos después—, lo lamento mucho, de verdad, pero creo que debemos avisarle a él sobre esto.
Alessandro lo pensó un poco, sabía que ella tenía razón, por eso asintió y aceptó la propuesta de que la médico avisara.
Andrea era amiga de ambos, de Rebecca y de Alessandro, y tenía pleno conocimiento de la doble de su amiga que había estado viviendo con esa pareja y que se había estado haciendo pasar por Rebecca mientras la joven madre tenía tranquilidad.
Pero, fuera de ellos dos, y de los empleados de esa casa, que eran completamente leales a Alessandro y la difunta Rebecca, nadie sabía que había en el mundo una joven con la misma apariencia de Rebecca, y que se había estado haciendo pasar por ella.
Y, según los planes de Alessandro, nadie más lo sabría jamás, por eso le pidió a Roberta que cumpliera su parte del trato, y se fuera en cuanto se despidiera de su hija, porque fue lo único que Roberta pidió, esa joven maestra, que tenía mil cosas en la cabeza, solo quería que la pequeña Estrella tuviera un sueño en donde su mamita le decía adiós, porque las separaciones sin despedida eran demasiado dolorosas.