—Yo—comenzó a hablar el hombre—... En realidad, no sé si esto te sirva, porque no sé si me puedas creer, pero, aun cuando en realidad no quiero que la sustituyas a ella, por el bien de ese par de niños, quiero que te conviertas en su madre, de verdad, así que no necesitas estar preocupada por la separación, porque no va a ocurrir.
Roberta, escuchando al padre del par de niños que más amaba en la vida, se quedó sin palabras. Era cierto que ella no podía creerle, sobre todo cuando Alessandro inició su declaración de intenciones diciendo que no quería que ella sustituyera a Rebecca, a la mujer que era, ni más ni menos, la madre de ese par de niños, como él los había llamado, y que era justo por esa intención por lo que ella se había convertido en la madre de ellos, sustituyendo a Rebecca Morelli.
Sin embargo, eso no era lo único que a Erik ale molestaba; para ella, la forma en que él llamaba y trataba a los niños era un problema más grande, sobre todo ahora que comenzaba a sospechar que Alessandro Bianco se estaba alejando de sus hijos porque, ahora, de verdad los consideraba hijos de ella, y no de su amada Rebecca.
Ese pensamiento era aterrador y de alguna manera le disgustaba en serio, a pesar de lo mucho que la tranquilizaba. Es decir, ¿acaso no estaría dejando sin padre a un par de niños solo por necesitar convertirse en su verdadera madre? Eso era demasiado cruel para los pequeños, y para su corazón, que, idiotamente, no se había desenamorado de ese hombre tras recuperar sus memorias.
Aun así, ese amor era algo que moriría, Roberta se encargaría de ello, porque no tiene caso amar a quien no te ama, y ese hombre no la amaría nunca, estaba claro en la forma en que incluso prefería no ser el padre de sus hijos que compartirlos con ella.
Eso era, sin duda alguna, algo estúpido, pero no lo detendría, si eso la convertía en la verdadera madre, sería madre sola, sin más apoyo de su lado que el económico porque, si su intuición no se equivocaba, ese hombre no la desampararía en ese ámbito, al menos por sus hijos a los que, por unirlo para siempre al verdadero amor de su vida, debería estarse aferrando y no entregándoselos tan fácilmente.
Pero de verdad ella no se quejaría, porque ser la madre de ese par era algo que le daría fuerzas para dejar de amar a ese idiota, y también le devolvería la paz, aunque debiera pasar el resto de su vida como Rebecca Morelli, así que solo se aseguraría de que nada pudiera poner en riesgo su futuro.
—Entonces —habló la joven, con un extraño hormigueo envolviendo su cuerpo—, si nos separamos, ellos se podrán ir conmigo.
—No nos vamos a separar —advirtió Alessandro, con el rostro serio y desafiante, de nuevo.
—Señor Bianco —habló Roberta, confundida y algo consternada—. ¿Cómo se supone que vivamos juntos cuando me desprecias de esta forma? No es sano...
—No me interesa que tengamos una sana relación —aseguró el hombre—, dentro de estas cuatro paredes eres la madre de los niños, y en los eventos volverás a ser la falsa Rebecca Morelli, la que fingiré amar, pero, no importa cómo te sientas al respecto, no puedes irte de aquí, así que aprende a vivir con esto.
Roberta suspiró, dejándose caer en la cama, porque ni siquiera recordaba el momento en que se había puesto de pie; sin embargo, ella no creía que aprender a vivir con él siendo indiferente y casi grosero con ella fuera tan malo si podía ser la madre de Estrella y Chase, así que decidió aprender a vivir con eso, tal como el hombre lo había dicho.
—Tal vez solo es cuestión de dejarlo de amar —musitó Roberta una vez que escuchó la puerta de la habitación de ese hombre cerrándose, luego de haberlo visto irse de su habitación sin siquiera acercarse a Chase—, y, con esa actitud hacia mis hijos, puede que no sea tan difícil de hacer.
Roberta escuchó a Chase volver a llorar, ahora sí era momento de que despertara, así que se puso en pie, meciendo de nuevo al niño, mientras se dirigía a hacer su mejor esfuerzo para preparar la mamila con una mano, porque soltarlo sería el acabose, y no quería tener a dos niños llorando a semejante hora de la madrugada.
**
—¿Se te olvidó que tienes un padre? —preguntó Roberto Morelli tras ver a su hija abrirle la puerta de la casa en donde vivía con el esposo de su otra hija y los hijos de esa pareja.
—No, lo que pasó es que recordé que no tengo un padre —respondió Roberta y Roberto la miró contrariado hasta que entendió que la joven ahora sabía que ella no era Rebecca, así que solo le quedó el dolor en el corazón por escucharla decir eso—. Supongo que lo sabe, ¿no? Que no soy Rebecca Morelli, que soy una simple impostora.
—Lo sé —confesó Roberto, aceptando el pase que la joven le daba con ese movimiento de mano.
—Lo lamento —aseguró la joven, disculpándose por todo lo que debiera disculparse, porque no estaba del todo segura de lo que había hecho mal—; además, me disculpo por todos los inconvenientes, parece que mi corazón deseoso tenía a mi cabeza confundida, debió ser complicado tener que verme después de perderla.
—Bueno —habló Roberto—; aunque, si te soy completamente franco, esperaba que no lo recordaras pronto. A mí me gustaba la forma en que creías que eras ella, porque, para mí, era como si hubiera recuperado un poco de lo que perdí.
—Eso podría parecer de pronto —declaró la joven, volviendo a abrazar a Estrella, a quien había tenido sobre las piernas antes de levantarse a atender la puerta—, pero la diferencia pesa tanto que incluso yo me siento incómoda a ratos. Creo que será inevitable que usted se sienta incómodo tratándome cómo su hija, cuando en realidad no lo soy.
Roberto iba a decir que no sería incómodo para él, porque ya la quería así, como su hija, pero no pudo hacerlo, Alessandro entrando por la puerta rompió la comunicación entre ese par, sobre todo cuando Estrella dejó las piernas de la mujer que amaba como a su madre y corrió a abrazar al hombre que le había dado el ser.
—¡Papito! —gritó la niña, provocando que Chase llorara al ser despertado por ese grito y que Roberta suspirara con pesar por verlo despertar de semejante manera.
Pero, definitivamente, lo que más pesar le provocó a la joven fue que ese hombre no se acuclillara para recibir en sus brazos a la pequeña que corría hacia él con tal efusividad, por eso apretó los dientes y frunció el entrecejo, dándole la espalda al hombre que solo acariciaba el cabello de Estrella mientras le sonreía casi con pesar.
Roberta estaba dolida. A pesar de que pensó que sería posible solo dejarlo de amar y no permitir que la apática actitud del hombre le molestara, le molestaba en serio que Alessandro fuera apático con sus hijos por su causa, tanto era así que la joven terminó por lagrimear, de nuevo, esta vez frente a un hombre que lo podría cambiar absolutamente todo por su hija y por sus nietos.