—Conviértete en mí —pidió Rebecca y a Roberta casi se le salen los ojos de las cuencas, pues, definitivamente, ni en su peor escenario, ella se imaginó que la otra le pediría eso—. No me mires como si estuviera loca, por favor, tengo una buena razón para pedirte lo que te estoy pidiendo, así que solo escúchame, por favor.
» Pero, para empezar, necesito que me asegures que nada de lo que te diré saldrá de este lugar —pidió la falsa rubia y la otra asintió.
Ella no era de andar en chismes, además, con lo misteriosos que ellos dos estaban, probablemente todo lo que escucharía sería difícil de creer si lo contaba, y no quería terminar pareciendo loca; además, definitivamente no se quería meter en problemas con ese hombre de expresión tan seria que casi parecía peligroso.
» En nuestro círculo social —comenzó a explicar Rebecca—, y ante nuestras familias, somos personas muy influyentes y poderosas, y estamos involucrados en una lucha por más poder del que ya tenemos.
Roberta no dijo nada, a pesar de que no entendía del todo lo que ella estaba diciendo, pero no quería preguntar y parecer interesada en algo que, en realidad, le parecía tan absurdo que quería mantenerse al margen de ello.
» Para proteger a mi familia, necesito que actúes como yo en algunos eventos sociales, porque no puedo dejar la cama —declaró la mayor de las dos jóvenes—, el resto del tiempo sería acompañarme y ayudarme con mi hija. Y esto solo será hasta que nazca mi bebé y yo pueda reintegrarme a mis actividades cotidianas.
La joven de cabello oscuro apartó la mirada de esa mujer que había estado viendo fijamente mientras ella hablaba, y con los ojos muy abiertos apretó los labios con fuerza.
» Entiendo que esto te parezca una locura —dijo Rebecca, percibiendo las ganas de esa joven de salir corriendo de ese lugar—, pero, aunque yo no soy un riesgo para esa gente, mis hijos sí, por eso ahora estoy en cama con un embarazo de alto riesgo que necesito, sí o sí, salvaguardar, y no porque quiera que mi hijo entre a esta lucha de poder, es porque yo lo amo y lo necesito para poder ser más feliz de lo que soy ahora.
Roberta suspiró. De alguna manera, ella no sentía que fuera seguro el convertirse en la mujer que terminó con un embarazo de alto riesgo solo por ser ella y hacer esas “actividades cotidianas” que ella mencionaba.
—Lo lamento —dijo de pronto Roberta, que había estado en silencio todo el tiempo, escuchando y meditando las palabras de la joven, las acciones que solicitaba y las posibles implicaciones de llevarlas a cabo—, pero, de alguna manera, siento que sería peligroso; además, es ilegal, ¿no? Me refiero a usurpar la identidad de alguien más. Yo no creo que...
—No es peligroso —aseguró Rebecca, que comenzaba a ver, en la convicción de esa joven, el rotundo no que no había recibido antes—, no para ti, porque definitivamente nadie atentaría contra mi vida; además, no tendrás problemas por fingir ser yo, porque a quien le debería afectar que usurpes mi identidad es a mí, y te estoy pidiendo que lo hagas.
Roberta lo pensó un poco, pero al final sintió que no sería capaz de hacer algo así, ni siquiera por todo lo que le ofrecieran que, viendo sus posibilidades, definitivamente sería mucho.
» Solo piénsalo un poco, con calma —pidió Rebecca, casi frustrada por la renuencia de esa joven que parecía ser la solución definitiva a sus problemas—. No estarás en peligro jamás, el trabajo no será difícil y te pagaremos muy bien...
—Además —intervino Alessandro en la conversación—, te ofrecemos un lugar para esconderte de tu exnovio, un lugar para estar segura, aunque no podrás decirle a tus familiares o amigos en donde estás, porque, mientras estés fuera de la casa donde nadie podría encontrarte, y donde vivirías con nosotros, no serías tú, sino Rebecca.
—No, lo lamento —repitió Roberta, que de verdad convencida de que ese no era un trabajo para ella—. No diré nada de lo que escuché, porque de todos modos nadie me lo creería, pero de corazón espero que encuentren una mejor solución.
Rebecca Morelli, escuchando una negativa tan tajante, se talló la frente con frustración, entonces vio a su doble irse y, tal vez por sus hormonas, o porque estaba viendo desvanecerse lo que creyó era su solución, la joven de treinta y dos años comenzó a llorar, enfureciendo a Alessandro que, en lugar de abrazar a su amada para consolarla, salió de la habitación mientras tomaba el teléfono.
Y es que, para que su amada estuviera bien, él no estaba dispuesto a consolarla ni a empujarla a resignarse a no tener lo que quería, a ella le daría lo que pedía usando todos los medios a su alcance para lograrlo.
—Destroza la casa —ordenó el hombre, furioso, a quien le escuchaba del otro lado del teléfono y que recibía tanto dinero de él que hacía sin rechistar lo que Alessandro Bianco ordenaba, lo que pedía y hasta lo que sugería.
Roberta, que había decidido olvidarse de semejante propuesta, en realidad no podía apartar de su cabeza todo lo que había escuchado y hasta lo que pareció un deje de desesperación en el siempre sonriente rostro de Rebecca Morelli.
Pero, cuando llegó a su destrozada casa y revisó cómo no quedaba nada útil entre todas esas cosas que tanto les había costado tener, algo en su cabeza le gritó que, de haber estado en ese lugar, y no con esas personas con quienes estuvo hablando antes, ella estaría en peor estado que sus destrozados muebles.
Roberta sentía que necesitaba un lugar seguro para ella, pero no tenía los recursos para conseguirlo; además, algo dentro de su cabeza seguía susurrándole que aceptara la protección que esa pareja antes le ofreció, porque, definitivamente, estaba claro que Toribio no se detendría hasta acabar con ella, y era mucho mejor que ella desapareciera por su cuenta a que el otro la desapareciera.
Necesitaba salvaguardar su vida, y si podía conseguirlo ayudando a esa que parecía ser su hermana gemela, lo mejor era correr hacia ella y desdecirse, cambiar su rotundo no por un sí, o por una súplica, porque necesitaba que alguien la salvara de eso que la estaba enloqueciendo poco a poco, mientras la mataba de miedo.