Wesley Tres meses después —¿Quién quiere huevos revueltos? Me giré con la sartén en una mano y una espátula en la otra, sonriéndole a mi familia. Dylana se irguió en su silla, arrodillándose sobre ella. —¡Yo! —Te daré huevos cuando te sientes correctamente en tu silla, jovencita —bromeé. Dylana posó su trasero en el asiento. Aplaudió con las manos sobre la mesa del rincón de desayuno. —¿Por favorcito, papi? —Enseguida, media pinta. —Serví un montón de huevos en la espátula y los dejé caer sobre su plato, junto a su panqueque empapado de jarabe. La luz de la mañana se derramaba sobre la mesa de madera del desayuno. Un par de arrendajos azules graznaban afuera, posados en las tablas de la terraza. —Come. Ya casi es hora de irnos. —Revolví el cabello de Dylana, cuidando de no estrope

