Capítulo 1

2054 Words
Gabriella Hace cinco años —¿Estás bromeando? —grité, mirando a Noel. Él se recostó en su silla, despreocupado como si nada, como si no acabara de destrozar todo mi mundo. —Vamos, nena. Es mejor así. Negué con la cabeza. No podía entender que Noel me hubiera llevado a una cita solo para terminar conmigo. ¿Quién organiza una cita para una ruptura? —¿Cómo va a ser mejor? —pregunté, tratando de que mi voz no temblara, de no sonar como si fuera a llorar. Que era exactamente lo que sentía que iba a hacer—. Hemos estado juntos dos años y lo estás tirando todo por la borda. —No lo estoy tirando todo por la borda, nena —dijo, inclinándose hacia adelante, buscando mi mano sobre la mesa. —No me llames así —dije, retirando la mano antes de que pudiera tocarme—. Me estás dejando. Puedes volver a usar mi nombre. —Está bien, Gabriella —dijo Noel, haciendo que mi nombre sonara como si le supiera amargo en la boca—. Estoy tratando de ser amable, pero no estás siendo muy receptiva conmigo ahora mismo. Solté una carcajada sarcástica. —Tienes razón, qué descortés de mi parte. Tomaré nota para que la próxima vez que me dejes, sea más amable al respecto. Él suspiró. —No seas así. Crucé los brazos sobre el pecho. —Seré como se me dé la gana. Ya no puedes exigirme nada. Encogió los hombros. —Está bien. Claro. Supongo que tienes razón. Claro que tenía razón. Noel me estaba dejando. De pronto, me di cuenta de que no tenía por qué seguir allí. Ya había dicho lo que tenía que decir: estábamos terminados. Ya me había explicado que no estaba listo para comprometerse. No quedaba nada más que hacer o decir. Me puse de pie para irme. —Espera —dijo Noel—. ¿No vamos a dividir la cuenta? Se me cayó la mandíbula. —Paga tú la cuenta, imbécil —le dije y me di la vuelta, alejándome de él a grandes pasos. Contuve los sollozos hasta salir del bar donde nos habíamos encontrado, y al menos hasta la mitad del camino hacia la parada de autobús. Cuando finalmente las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, un sollozo se me escapó del pecho. Busqué mi teléfono y llamé a Scarlet. —Me dejó —lloré en el teléfono. —¿Qué? ¡Gabby, Dios mío! —Lo sé —dije—. Me invitó a tomar algo. Tomamos una cerveza, comimos esa comida grasienta del pub que tanto me gusta… y luego me dejó. Después de haber tenido una tarde tan linda juntos. —No lo puedo creer —dijo Scarlet—. Tengo que agregar a Kate a esta llamada también. Asentí, esperando mientras Scarlet marcaba a Katherine para que estuviéramos en una llamada a tres. Mis dos mejores amigas eran unas santas, siempre estaban para mí cuando todo se iba al carajo. Y justo ahora, todo se había ido al carajo en grande. Las tres íbamos a la universidad. Yo estaba en la carrera de arte, Scarlet estudiaba comunicaciones y Kate iba para maestra, pero habíamos compartido dormitorio el primer año y desde entonces estábamos unidas como uña y carne. —¿Gabby, estás bien? —preguntó Kate cuando se unió a la llamada—. Scarlet me contó antes de conectarme. —Estoy bien —mentí. Me sentía como si fuera a colapsar en la acera, hecha un mar de lágrimas. —Él no te merece —dijo Kate con fiereza. —Esta vez le dejé pagar la cuenta. Normalmente la dividimos —dije. Por alguna razón, me sentía mal por haber hecho eso. Pero ese era mi problema: era demasiado buena. Siempre terminaba dejándome pisotear porque era amable y no quería que la gente se incomodara por mí. Así que acababa poniéndome en segundo lugar. Todo el tiempo. Era un personaje secundario en mi propia historia, cuando debía ser la protagonista que se lleva toda la gloria. Y esto lo confirmaba. Ni siquiera Noel quería estar conmigo ya. —Qué bueno que le hiciste pagar —dijo Scarlet—. Ojalá le hubieras hecho la vida imposible, en serio. Kate estuvo de acuerdo. —No quiero hacerle la vida imposible —dije—. Solo… quiero seguir adelante. Eso no iba a ser tan fácil. Aún estaba enamorada de Noel. Demonios, hasta hace media hora, ni siquiera sabía que algo andaba mal entre nosotros. Yo estaba por empezar mi último año de universidad, y él ya había terminado. Habíamos hablado de mudarnos juntos, de ver qué nos deparaba el futuro. Yo estaba lista para ir a largo plazo con él. Y él ni siquiera podía ver más allá del presente. Tragué con dificultad para contener otro sollozo. —¿Sabes qué necesitas? —preguntó Scarlet—. Un clavo —añadió antes de que pudiera adivinar—. Tienes que salir y meterte en la cama con un bombón que te haga olvidar a ese idiota. —¡Excelente idea! No pierdas el tiempo con ese perdedor —coincidió Kate con entusiasmo. —No lo sé, chicas… —Yo no era de ese tipo de chicas. Siempre había sido de relaciones largas. Las aventuras de una noche no eran lo mío. —Deberíamos salir —sugirió Kate—. Ahogamos tus penas en alcohol. Cuando estés demasiado borracha para juzgar si el tipo está lo bastante bueno para llevártelo a casa, nosotras te ayudamos a decidir —dijo con un tono triunfante. —Trabajo esta noche —dije. Llegué a la parada de autobús y miré a las otras dos personas que esperaban. Uno llevaba auriculares, así que no oiría mi conversación. El otro leía un libro. —Vamos —gimió Scarlet—. Cancela tu turno. —No puedo hacer eso. Además, estoy ahorrando para… —No supe cómo terminar esa frase. Estaba ahorrando para que Noel y yo pudiéramos alquilar un lugar después de la universidad. Ahora eso no iba a pasar. Pero igual iba a necesitar un lugar donde vivir, con él o sin él. El estómago se me revolvió y sentí náuseas. Dios, todo esto era tan inesperado. Y tan injusto. El autobús se acercaba, rugiendo. —Tengo que irme —dije—. Trabajo en mi turno, y luego me voy a la cama. Hablamos mañana. Las chicas protestaron un poco más por no poder sacarme aunque fuera un rato, pero luego cedieron, y terminé la llamada. Me subí al autobús, sintiéndome entumecida, y me senté en uno de los asientos cerca del fondo. Apoyé la cabeza contra la ventana y observé cómo la ciudad se deslizaba mientras el autobús serpenteaba por las calles de Los Ángeles, llevándome de regreso a la residencia estudiantil. Mi turno en Café Noir empezaba a las cinco y duraba hasta la una de la madrugada. El café era un lugar sencillo durante el día, ofrecía comida y café artesanal. Por la noche, sacábamos los menús de cócteles y cervezas artesanales, y el público cambiaba de trabajadores sensatos a estudiantes alborotados. Me gustaba trabajar allí; siempre tenía buena vibra, y como había trabajado en el café casi desde que empecé a estudiar, se sentía como un segundo hogar. —Hola, Gabby —dijo mi compañero Sergio cuando yo entraba a mi turno y él salía del suyo—. ¿Estás bien? Te ves… —Estoy bien —respondí antes de que pudiera terminar la frase—. Solo ha sido una semana difícil con las clases y los exámenes. —Tienes algunos días libres pronto, ¿no? Entonces podrás descansar —dijo. —Sí, es verdad —asentí, y él me regaló una sonrisa comprensiva antes de marcharse. Me dirigí al mostrador, lista para atender a los clientes que llegaban en la hora pico de la tarde, y traté de no pensar en Noel para nada. No serviría de nada llorar en el café de alguien. Eso sería muy poco profesional. El tiempo pasó y los pedidos cambiaron de café a cócteles cuando comenzaron a llegar las órdenes de cena. Trabajé duro, corriendo de un lado a otro, enfocándome en el trabajo para no pensar en nada más. Mi mente seguía volviendo a Noel, y cuando la forzaba a alejarse de eso, pensaba en lo que Scarlet y Kate habían sugerido: un clavo. Pero no podía hacer eso. ¿O sí? Había estado en una relación de dos años hasta hoy. Estaba pensando a largo plazo. Mi mente estaba en el futuro, no en el presente, y mucho menos en satisfacer mis necesidades físicas. La gratificación instantánea era lo último que había querido. Sentía como si me hubieran arrancado la alfombra de debajo de los pies. —Dos cafés negros, y la mejor stout que tengas de barril —dijo una voz profunda. Alcé la mirada. Oh. Por. Dios. Los ojos más azules que había visto en mi vida me atravesaron, y estaban enmarcados en un rostro que solo podía haber sido tallado por los ángeles. Era la definición de alto, moreno y guapo, con piel bronceada que lo hacía parecer como si saliera a correr por la playa cada mañana, hombros anchos, una actitud confiada y una sonrisa en el rostro que me hizo revolotear el estómago. —Enseguida —logré decir, lo cual fue un verdadero milagro, porque la visión del Señor-Arde-Todo me había dejado sin palabras. Me di la vuelta y empecé a preparar su pedido. Dos cafés y una stout, ¿verdad? Menos mal que lo dijo antes de que yo viera su cara, porque de lo contrario no habría escuchado una sola palabra. ¿Qué me pasaba? Normalmente no me fijaba en tipos así. Pero si todos se vieran como él, seguro que sí lo haría. Tuviera o no pareja. Cuando terminé de preparar los dos cafés, los puse sobre el mostrador. Él me sonrió y el corazón me dio un vuelco. —Déjame traerte esa cerveza —dije. Él asintió, y me dirigí a los grifos para servir la stout. Llevé el vaso al mostrador y lo dejé frente a él, calculando el precio mentalmente. Sacó un puñado de billetes y volvió a sonreírme. Mariposas activadas. —Quédate con el cambio —dijo. —Gracias. Aquí tienes —respondí, ofreciéndole una charolita para el café y la cerveza, para que no tuviera que cargarlos todos en la mano. —Gracias —dijo. Me regaló otra de esas sonrisas y se alejó. La conversación había sido simple. Pero me estremecí, el estómago se me tensó otra vez, y lo observé mientras caminaba hacia una mesa con otro hombre y una mujer. El estómago se me hundió un poco. ¿Estaba comprometido? Le eché miradas furtivas el resto de la noche mientras trabajaba, observando el lenguaje corporal de su grupo. Estaban demasiado lejos del mostrador como para que pudiera oír lo que decían, y a medida que la noche se aceleraba y yo me ocupaba más, podía prestarles cada vez menos atención. Pero en algún momento, el otro hombre se inclinó y besó a la mujer, y sentí una extraña satisfacción. Ellos eran pareja. El Señor Soñado era el tercero en discordia. Lo cual no significaba necesariamente que él estuviera soltero—un hombre tan atractivo tenía que tener a una mujer con nivel de supermodelo. Pero bueno, una chica podía tener esperanzas. Se levantaron y se fueron, y mi estómago volvió a hundirse cuando la mesa quedó vacía. Me habría gustado, al menos, hablar con él otra vez. Pero hombres como él no se cruzan en la vida de mujeres como yo. Y mejor así. No necesitaba volver a salir herida. Aunque hubiera sido lindo que, por una vez, algo en mi vida saliera como en las películas. Ya que había perdido mi final feliz y todo, ya me tocaba un poco de buena suerte. Limpié el mostrador mientras esperaba al siguiente cliente. Ya casi era medianoche y el movimiento empezaba a disminuir. Pronto cerraríamos. Y luego solo tendría que ayudar a recoger antes de irme a casa. Alguien se acercó al mostrador y carraspeó. Cuando levanté la mirada, me congelé. Una vez más, estaba atrapada en la mirada de Ojos Azules.
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