Fuera de la propiedad corrió lo que sus piernas le permitieron, destacable que nada aún estaba en su estómago, pero pudo alcanzar el bus que pasaba, subió y de inmediato tuvo todas las miradas clavándose como filosas cuchillas en ella. La excesiva atención estaba ligada a su espantoso uniforme, ya se lo temía. Ignorando al montón de desconocidos sacó el iPad y se puso los audífonos. Todavía faltaba un poco para llegar a su destino.
Al avistar la imponente fachada de la secundaria Bradford sintió como los nervios la apresaban. El nudo en el estómago nunca fue así de gigantesco, tampoco la ansiedad que cada segundo rozaba los límites.
—¡Me quedo aquí! —exclamó al conductor.
Lejos de las miradas que la señalaban sin decir una palabra como un “bicho raro”, y es que nunca se había considerado bonita, se encaminó hacia su salón de clases. En el fondo la tentación por saltarse esa clase se hizo fuerte, pero… ¿valía la pena ganarse una inasistencia? Suficiente con la tardanza.
Guardó el iPad y continuó con dirección al salón de clases.
Urgida caminó a través del largo pasillo, la extensión que solía estar inundada por estudiantes en pleno parloteo, se visualizaba exenta de chicos, en otra circunstancia cuando llegaba en pleno revuelo, se le hacía difícil conseguir meterse entre la multitud y evitar los codazos o golpes. Respiró al llegar. Tocó dos veces, desde ahí, sin atreverse a asomar la cabeza por el espacio de la puerta que se consideraba una pequeña ventana, escuchó esa profunda voz varonil que le erizó la piel, aumentó el nerviosismo y le dio terror. Impaciente, porque ya había tocado como hace un minuto sin recibir respuesta, entonces empujó la puerta del salón de clase, pero frenó en seco. Sus compañeros no estaban solos, como ya sabía, delante de ellos un fornido y alto hombre dirigía la clase parado cerca de la pizarra.
En el momento en que sus ojos se encontraron con los suyos, algo extraño entró en su torrente sanguíneo bombardeando más sangre de lo habitual, tenía el corazón a mil por hora y el molesto temblor en sus piernas.
Estupefación e incredulidad la abordó de inmediato, Milenka se habría imaginado a un viejo con calvicie, o algún escuálido como Raymond, todo menos un espécimen de hombre sacado de Hollywood o de una famosa pasarela de moda.
Tragó duro.
Ya no sabía que era peor, tener a alguien tan apuesto al frente o a un gruñón profesor.
—Señorita, Milenka, ¿podría justificar su retraso? —cuestionó educado, sin embargo la pregunta también envolvía cierta molestia, no dejaba de atravesarla con su fija mirada, era tan obvio el enfado porque ella había interrumpido con su explicación.
Milenka no supo qué decir de inmediato. Ni siquiera notaba que estaba quedando como tonta ante sus compañeros. Su cabeza estaba volando, además de que seguía repitiendo la forma en que pronunció su nombre, tan sensual, o definitivamente estaba loca.
Batió la cabeza.