
Milenka Romanov, estaba ansiosa de empezar el nuevo año de preparatoria. Estaba segura de que le iría mejor. A diferencia de otros chicos, no importa cuanto se esforzara por dar lo mejor de sí en la clase del profesor Raymond, siempre le iba mal y no lograba sacar la nota perfecta.
Cansada de lo mismo y a sabiendas de que ya sería su último curso en “Bradford” aprovechó de estudiar durante el verano.
Pero…
El señor Price había firmado su carta de renuncia. Aquello significó un gran alivio, de todos modos no se había esforzado en vano porque lo aprendido lo aprovecharía para elevar su promedio flojo.
Todo volvió a dar un giro cuando vio por primera vez a su profesor de física. Y sí que tenía físico el hombre, no parecía real, tenía que ser una broma.
Había llegado tarde ese día, y tras empujar la puerta del salón de clase frenó en seco. Sus compañeros no estaban solos, delante de ellos, un fornido y alto hombre dirigía la clase parado cerca de la pizarra.
En el momento en que sus ojos se encontraron con los suyos, algo extraño entró en su torrente sanguíneo bombardeando más sangre de lo habitual, tenía el corazón a mil por hora.
Se habría imaginado un viejo con calvicie, o algún escuálido como Raymond, todo menos un espécimen de hombre sacado de Hollywood o de una famosa pasarela de moda.
Tragó duro.
Ya no sabía que era peor, tener a alguien tan apuesto al frente o a un gruñón profesor.
—Señorita, Romanov, ¿podría justificar su retraso? —cuestionó educado, sin embargo la pregunta también envolvía cierta molestia, no dejaba de atravesarla con su fija mirada, era tan obvio el enfado porque ella había interrumpido con su explicación.
Milenka no supo qué decir de inmediato. Ni siquiera notaba que estaba quedando como tonta ante sus compañeros.
La señorita Romanov supo desde ese momento que su último año se volvería un reto.
Burak tuvo la sensación de que la muchacha le traería problemas.

