La mañana del lunes había comenzado como cualquier otra en la mansión Brown: con el olor del café amargo colándose por las rendijas del salón principal, el suave sonido de los tacones del personal cruzando los pasillos, y Damien de pie frente al ventanal que dominaba el jardín.
Aquella mañana, Khalil había sido el encargado de llevar a Alina al hospital y a Dante al jardín de niños, pues Damien tenía muchos asuntos de la mafia que no podía dejar para después.
El cielo estaba despejado, y en el silencio denso de ese amanecer cálido, los asuntos de la mafia pesaban sobre sus hombros como una capa invisible.
Papeles sobre tráfico, rutas y nuevos contactos estaban regados sobre el escritorio frente a él. A su derecha, una laptop abierta mostraba números que solo pocos sabían leer sin perd
