Damien giró un poco el rostro hacia él.
Leonardo apretó el teléfono con más fuerza, mientras las cicatrices que no eran suyas comenzaban a dolerle como si lo fueran.
Y en el silencio cargado entre ambos, la mañana continuó su curso.
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Horas después
La tarde caía lenta sobre la ciudad, deslizándose entre los rascacielos como un suspiro. El cielo, cubierto por nubes, anunciaba lluvia, pero Damien Brown no se detuvo a mirar el cielo ni una sola vez. Manejaba él mismo, algo que raramente hacía. Sus manos, acostumbradas a portar armas, hoy sujetaban el volante con firmeza, mientras el rugido del motor de su Maserati n***o rompía el murmullo habitual de la calle frente al jardín de niños.
Damien no conocía otra forma de estar en el mundo que no fuera con su porte elegante e intimidante: ca
