2. No tengo a nadie

2110 Words
Capitulo 2 —No tengo a nadie Nath Me levante de la cama, mis piernas temblaban, todo mi cuerpo lo hacía, recogí mi ropa, me puse el corset de nuevo, mis bragas y tomé el dinero que él había dejado para mí. No podía sentirme más mal de lo que ya estaba, me miré en espejo de la habitación, mi maquillaje corrido bajo aquel antifaz y mis mejillas bañadas de lágrimas, me las limpie y respiré hondo. Me oculte el dinero entre mis pechos, si Alicia se daba cuenta de que había recibido más dinero me lo quitaría y ya le había dado lo suficiente. Me obligué a tragarme las lágrimas y salir de esa habitación, me quite los tacones porque no me creía capaz de caminar con ellos hasta el vestidor. Camine por los pasillos sin mirar a nadie, mantuve la cabeza en alto, nadie podía ver que había llorado, el maldito antifaz me cubría. Entre al vestidor, tome mis cosas y me cambie, necesitaba salir de aquí, ir a casa y tomar una ducha, meterme a mi cama y tratar de dormir. Conté el dinero que me había dejado aquel hombre, para mi era mucho y serviría para la universidad, solo esperaba que mamá no me pudiera más. —Bien hecho —Alicia entró de repente y volví a ocultar el dinero en mis pechos y fingí acomodar mi blusa— aquí esta tu parte—me entrego un sobre con el dinero por vender mi cuerpo— el cliente estaba satisfecho, si quieres puedo conseguirte más clientes ahora que... —No, no pienso seguir haciendolo —dije con firmeza. —Piénsalo, te iría muy bien, en una sola noche ganarías el triple, hay clientes que pagan demasiado bien —insistió. No pensaba acostarme con un hombre y con otro solo por dinero, si lo había hecho era porque lo necesitaba, mi hermana lo necesitaba, era su única esperanza. —Dije que no, esta es la única vez que haré eso —espete. Alicia sonrió, una sonrisa que me produjo escalofríos. —Está bien, pero se que tu misma decidirás hacerlo y lo sabes —dicho esto salio del vestidor. Una lágrima rodó por mi mejilla, quizás si, lo haría de nuevo, no porque quisiera, si no porque necesitaba el maldito dinero para sobrevivir. Guarde el sobre muy bien en mi bolso, lo tomé con rabia y salí del vestidor, mi trabajo aquí estaba terminado por ahora. Cuando el de seguridad había revisado mi bolso y comprobar que la paga que llevaba era la cantidad correcta que Alicia le había dicho, por fin pude salir de aquel maldito lugar. Caminé hasta casa durante casi una hora. La oscuridad me abrazaba, y aunque sabía que era peligroso andar sola a esas horas, más peligrosos eran mis pensamientos. Las luces estaban encendidas cuando llegué. Mamá aún debía estar despierta. Apenas escuchó la puerta, salió de la cocina. —Por fin llegas. ¿Lo tienes? —preguntó, con la esperanza brillando en sus ojos cansados. Era lo único que le importaba: el dinero. Pero esta vez no podía culparla. Era para Natasha. Al menos una de las dos tenía motivos para seguir creyendo. Saqué el sobre y se lo entregué. —Ponte de acuerdo con el médico. No deben tardar más —dije, tragando el nudo que se formaba en mi garganta cuando vi su sonrisa. —Lo haré a primera hora —susurró, con una emoción que hacía años no le veía—. Mi Nathy va a estar tan feliz… Se alejó con el dinero en la mano. Ni siquiera preguntó si yo estaba bien. No le importaba. Nunca le importé tanto. No tengo idea de por qué me trajeron al mundo si ya tenían a la luz de su vida. No culpo a Natasha; la quiero más de lo que quisiera admitir. Pero a veces… a veces solo desearía un poco del amor que ella siempre tuvo. Me encerré en mi habitación después de bañarme. El agua no bastó para limpiar lo que sentía. Aun podía olerlo. Aquel aroma a whisky, a poder y a peligro seguía impregnado en mi piel, mezclado con el jabón barato que usaba desde niña. Me abracé a la almohada, intentando borrar de mi mente esos ojos azules, fríos y penetrantes. Quería olvidar esa noche. Olvidarlo todo. Si pudiera desaparecer, lo haría. No tenía a nadie. A nadie más que a mí misma. Esa noche lloré. Lloré de rabia por haberme vendido como si fuera un objeto. De dolor, porque dolía la vida… mi vida. Lloré porque sabía que nada iba a mejorar. Lo sentía dentro de mí, como si el destino ya hubiera decidido mi final. Y, aun así, debía seguir. A veces desearía estar en el lugar de Natasha. Porque a mí nadie me salvaría. Mamá no haría por mí lo que haría por ella. Y lo sé, lo acepto. Por eso, aunque Natasha quisiera ayudarme… yo sí moriría. Y nadie lloraría por mí como llorarían por ella. ... Caminaba entre los pasillos de la facultad rumbo a mi próxima clase. Las ventajas de trabajar de noche eran pocas, pero la más grande era esta, tener todo el día para estudiar, para distraer mi mente en cualquier cosa que no fuera mi miserable vida. El aire olía a flores recién abiertas, a una ciudad que parecía despertar del invierno. Pero dentro de mí no había estaciones, solo un invierno eterno que no sabía cómo dejar atrás. Yo no tenía sueños como los demás. No aspiraba a ser una gran modelo, ni una mujer exitosa, ni la típica chica con metas y frases motivadoras pegadas en la pared. No. Esta Nath era lo que había. Una chica que sobrevivía como podía, día tras día, sin esperar demasiado del siguiente. Cuando estaba a punto de cruzar al salón me tope con Lili. Iba acompañada de dos chicas más. Lili es amiga de Kyra, mi única amiga que he conocido en aquel horrible lugar. —Nath —mencionó Lili, me miró de pies a cabeza. Ella llevaba un hermoso conjunto en color pastel y yo vestida con ropas holgadas. Sabía lo que pasaba por su mente. Ella creía que yo quería parecer una santa cuando prácticamente bailaba desnuda para hombres, si ella sabía eso. —Lili —dije en voz baja. —¿Una mala noche? —preguntó mirando directamente a mis ojos, los cuales eran adornados por unas lindas ojeras y aún estaban hinchados por haber llorado hasta quedar dormida. —Como cualquier otra. —contesté con calma y pasé a su lado, rumbo al salón. Podía sentir sus ojos en mi espalda, los murmullos que se escapaban entre risas discretas. No las odiaba, no. Solo odiaba la facilidad con la que la gente se creía con derecho a juzgar. Mi trabajo no me definía. Mi cuerpo tampoco. Pero eso, ellas nunca lo entenderían. Me senté en el último asiento, el de siempre, junto a la ventana. Las últimas semanas mi nombre había sido escuchado en los pasillos de la universidad, solo porque según muchas fui una tonta que dejó a uno de los chicos más guapos de la universidad y otros hablan de que lo mejor que pudo hacer él era alejarse de una chica como yo. Ahora ya no se escuchaba nada de eso. La profesora aun no habia llegado y las chicas a mi alrededor hablaban de fiestas, de vestidos, de amores. Yo solo pensaba en sobrevivir un día más. Pero sin embargo… una parte de mí, muy pequeña, aún deseaba sentir algo diferente. Algo que no doliera... Al salir de la universidad llamé a mamá, se suponía que me llamaría en cuanto hablará, con el médico pero no tengo ni una sola llamada suya. Cuando respondió solo me dijo que habían programado la operación para dentro de dos días, fue lo único que dijo y cortó. No quise molestar a Natasha, ella debe descansar. Decidí ir a casa y descansar un poco antes de ir al club. Mi idea si era descansar pero cuando llegue la casa era un desastre, mamá llegaría en un par de horas, lave los trastes sucios y limpie toda la casa, después me encerré en la habitación para hacer mis tareas, así se me pasaron mis supuestas horas de descanso. Tome una las pastillas qué había comprado en una farmacia de paso, me dolía la pelvis y debía bailar esta noche. Yo a diferencia de Kyra bailo cada noche en el club, a menos que Alicia me diga que no, lo cual no ocurre muy seguido. ... Caminé por la acera con la chaqueta apretada al cuerpo, el cabello recogido en un moño apurado y el maquillaje dentro de mi bolso. La lluvia caía fina, como si intentara borrarme del mundo sin hacer ruido. Llegue al club, empujé la puerta y el calor del lugar me envolvió al instante, junto con el perfume mezclado de cigarrillos caros, alcohol y desesperación. Las luces eran suaves, doradas, casi poéticas, pero debajo de todo eso latía el ruido de los bajos, el roce de cuerpos, las risas forzadas. —Llegas justo a tiempo —dijo Alicia al verme entrar. Su voz era dulce, pero en sus ojos no había nada cálido— tu vestuario esta listo. Y sonríe un poco más esta noche, cariño. Hay mucho publico. No mencione nada. Solo asentí, como siempre. Cuando entre a los vestidores senti el aroma a perfume barato y spray para el cabello. Me oculte tras las cortinas y me cambié despacio, un top dorado, medias hasta los muslos, falda corta de tul oscuro. No era la ropa la que me hacía sentir desnuda, era la mirada que sabía que iba a recibir en minutos. Sali para maquillarme y colocarme el antifaz, me miré en el espejo y note que ya debería de teñir mi cabello nuevamente. Mi cabello es rubio natural, pero suelo llevarlo de color castaño. Natasha también es rubia, nos parecemos mucho y mi cabello teñido de castaño es lo que me distingue de ella. He sido diferente a ella siempre así que quería ser aun más diferente por eso teñi mi cabello. Aquí vamos otra noche Nath, dije estando lista para mí presentación. Cuando el DJ anunció mi nombre, todo dentro de mí se volvió silencio. Respiré hondo y caminé hacia el escenario. Las luces se concentraron en mí. La música empezó con un ritmo lento, un piano suave que pronto se mezcló con un bajo profundo. Mis movimientos fluyeron por inercia, mecánicos al principio, hasta que me dejé llevar. El escenario era mi refugio y mi castigo. Mientras bailaba pude sentir esa mirada de nuevo, pase mi mirada por todo el lugar. Y entonces lo vi... En la mesa del fondo, rodeado de humo y copas, estaba él. Su traje oscuro parecía absorber la luz del lugar. Tenía una mujer en su regazo, una de las bailarinas nuevas, que reía y jugueteaba con los botones de su camisa. Pero él no la miraba. Me miraba a mí. Su mirada era un ancla. Fría, controlada, casi aburrida… pero con una intensidad que me atravesó la piel. Sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo, como si la música hubiera cambiado solo para él. Intenté apartar la vista, continuar mi baile, mantener la sonrisa profesional que Alicia me exigía, pero su presencia me pesaba. Cada vez que giraba, ahí estaba su mirada, siguiéndome, desnudándome más de lo que la ropa podía cubrir. Jamás creí que esa mirada vendría de él, nunca lo vi en el club hasta la noche anterior en que me entregué a él. El verlo con una mujer me daba esperanzas de que no volviera a buscarme, pero su mirada me decía que lo haría. Cuando la canción terminó, me incliné en una reverencia. Los aplausos llenaron el aire, pero yo solo escuchaba el sonido de mi respiración acelerada. Antes de bajar del escenario, lo vi susurrarle algo a la mujer en su regazo. Ella se levantó, sonriente, y se alejó hacia el bar. Y entonces, sin dejar de mirarme, él alzó su copa y me dedicó un leve movimiento de cabeza. La esquina de su boca se curvó en una sonrisa. Tragué saliva y alejé mi mirada de él. Bajé del escenario sin mirar atrás, aunque podía sentir su mirada siguiéndome entre las luces y el humo. Algo dentro de mí lo sabía: esta noche, aunque no quisiera, estaría cerca de él nuevamente. Porque él podía tener lo que quisiera… y a quien quisiera. A mí ya me tuvo. Ya no podía quererme, pero sí podía desear volver a poseerme. Y eso, lo hacía peligroso.
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