4. Perderme un poco... más...

3205 Words
Capitulo 4 — Nath Sus ojos seguían clavados en mi, estaba tan cerca de mi y aun así por más que quisiera no podía alejarme. Una parte de mí, la que había aprendido a sobrevivir, supo que aceptar sería vender lo poco que me quedaba. —No puedo —dije bajando la mirada incapaz de seguirlo viendo. —Puedes —corrigió él con calma—. Solo no quieres. —No es lo mismo. —Tampoco lo es el precio —añadió, glacial. Metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y extrajo un sobre grueso. Lo abrió con la misma calma con la que dirigía empresas y colocó una pila de billetes sobre la mesa de cristal que estaba a un lado de nosotros. El olor del papel, la presencia tangible del dinero, me dejó sin aliento. —Cien mil en efectivo —dijo simplemente—. Un anticipo. Y luego, mensualmente, el dinero que necesites. En efectivo. Lo miré, aturdida. Cien mil. La cifra parecía un sueño febril. Con eso podría pagar los medicamentos, mi universidad, podría hacer mucho. No Nath, ni siquiera lo consideres, me reprendí por tener esos pensamientos, no podía creer que lo estuviera pensando. —¿Por cuánto tiempo? —pregunté con voz débil. Si lo estaba pensando. En mi vida ese dinero era una salvación. —Hasta que me canse —respondió sin vacilar—. Pero te advierto, no soy hombre que se aburra fácil. —No sabe ni mi nombre —murmuré, incapaz de mirar los billetes. —No lo necesito —contestó— Aquí eres solo una mujer misteriosa bajo ese antifaz y seras solo mía —añadió con voz baja, casi confidencial. El aire se volvió espeso. Todo en mí gritaba “no”, pero detrás de ese grito estaba la imagen de Natasha, conectada a una máquina, pálida y esperando. —¿Y si digo que no? —pregunté, tratando de sostener algo de dignidad. Él se encogió de hombros, implacable. —Entonces seguirás bailando para diferentes hombres cada noche. Se que conoces muy bien a Alicia, ella te venderá a cualquier otro y ese hombre tocará lo que fue mío. —No tiene derecho —murmuré. —No lo necesito —replicó—. Tengo poder, y tú tienes algo que quiero. —¿Qué? —susurré. —A ti —respondió sin vacilar—. Pero no por una noche. —Necesito pensarlo —dije tensa. —Tienes hasta mañana —dijo él, levantándose— Esta pila te la dejo como garantía de que no bromeo. El resto lo tendrás en efectivo mes a mes, te haré las entregas yo mismo, se lo rata que puede llegar a ser Alicia —dijo y se inclinó mas hacia mí, su aliento rozó mi oído—Piensalo bien. Se fue. Tomé el sobre con manos temblorosas y la sensación de tener el billete en la palma me pareció tan real como la culpa. Me quedé con el sobre apretado contra el pecho, la certeza de estar enjaulada y el olor del poder en la piel. No puedes hacerlo Nath, no puedes... Sus palabras quedaron resonando en mi cabeza, Alicia me vendería en cualquier momento, en eso tiene razón, pero estar con él cada vez que a él le apetezca no es algo que me agrade, pero tampoco quiero terminar siendo tocada por un hombre diferente cada vez que Alicia me demuestre el poder que tiene sobre nosotras. No puedo hacerlo, pero quizás esto sea una salvación temporal, con ese dinero puedo hacer muchs cosas y también podría ahorrarlo. Suspiré y guarde el sobre oculto bajo mi ropa. Apagué la música que aún sonaba bajo y salí de esa habitación con la sensación de estar siendo vigilada y él miedo de que alguien me descubra tomando dinero de un cliente cuando solo Alicia puede administrarlo. ... Llegué a casa agotada. Todo estaba en penumbras. Mis piernas dolían; esa noche había tenido más bailes privados de lo habitual. Odiaba cuando los hombres bebían demasiado e intentaban propasarse. Alicia solo aceptaba esos privados porque a un borracho podía sacarle más dinero fácilmente. Fui directo a mi habitación y me dejé caer sobre la cama. Me quité los zapatos y me hice un ovillo, envolviéndome con la sábana. Estaba tan cansada... solo quería cerrar los ojos y dejar de pensar. Las noches silenciosas son como un arma disparando sin remordimientos. Mi mente lo era: disparaba recuerdos, miedos y todo lo que no quería sentir. Cerré los ojos y, aunque no lo quise, aquellos ojos azules aparecieron en la oscuridad de mi mente. Fríos. Intensos. Inolvidables. ... Me levanté temprano. Debía ir a la universidad unas horas, y luego al hospital, a ver a Natasha antes de su cirugía. Busqué algo de comer antes de salir, mi estómago ardía; últimamente, saltarme el desayuno me estaba pasando factura. Abrí la nevera… y me quedé inmóvil. Vacía. Ni una rebanada de pan. Ni un trozo de queso. Cerré la puerta con fuerza y fui hasta la alacena. Nada. Sentí cómo la sangre me hervía. Caminé hacia la habitación de mi madre, conteniendo la rabia. —¡Mamá! —llamé al entrar. Ella estaba terminando de arreglarse para ir al hospital. —¿Qué quieres? No puedes entrar así —dijo, molesta. —¿Se puede saber por qué no hay ni un maldito pan para comer? —solté. —Bájale a tu tono, niña. No tienes derecho a hablarme así —replicó. —¿Qué le baje? ¡Te di dinero para la comida! Esa nevera no debería estar vacía. —La comida no es lo único que hace falta en esta casa —respondió sin inmutarse—. Tengo que pagar los pasajes, las cuentas, mi comida en el hospital... Mi rabia se mezcló con ganas de llorar. —Tú también trabajas, mamá. Yo no puedo con todo. —Ay, Nathalie, deja tus dramas —bufó—. Hemos hablado de esto miles de veces. Tu hermana nos necesita. Eres la única que puede ganar dinero de verdad, así que aprovéchalo. Mi sueldo no alcanza para nada. La miré, incrédula. ¿Cómo podía decir eso con tanta frialdad? —Trabajo para todas, mamá. ¡Merezco comer algo! —mi voz se quebró—. Te doy el dinero para que no falte nada y ni eso puedo tener. —Eres tan sensible —escupió—. Vienes a reclamarme en vez de preocuparte por tu hermana. Ve y cómprate algo, no vaya a ser que te mueras de hambre. Tomó su bolso y salió de la habitación. Cerré los ojos con fuerza. Respiré. “Respira, Nath... es tu madre”, me repetí. Conté hasta tres. No funcionó. Fui a mi habitación, busqué entre mis cosas unas monedas, lo poco que me quedaba para comer algo en la universidad. Las manos me temblaban. Joder. Soy yo quien se ofrece como un pedazo de carne para sostener esta casa, y ni siquiera puedo comer algo decente. Estoy cansada. Harta. No quiero parecer insensible, pero a veces quisiera irme lejos, muy lejos, y dejar todo esto atrás. No lo hago solo por Natasha. La amo, y no puedo abandonarla... pero ¿quién me salva a mí? Me pregunto tantas veces por qué nací. Por qué parece que Natasha es la única hija que importa. Por qué, si yo también soy su hija… También lo soy. Las lágrimas me nublaron la vista. Tomé mi bolso, cerré la puerta con un portazo y bajé las escaleras sin mirar atrás. Ya no podía más. Necesitaba una salida. Y él… ese hombre, podía serla. Voy a aceptar su trato. Seré su exclusiva por unos meses. Haré lo que tenga que hacer para que mi hermana esté bien y para poder salir de este infierno. Aunque eso signifique perderme un poco más. ... Después de estar una parte del día en la universidad y dejar de pensar en mi madre y en todo lo que me rodea, por fin pude ir al hospital para ver a mi hermana. El pasillo del hospital olía a desinfectante y soledad. Las luces eran tan blancas que dolían en los ojos, y el silencio se rompía solo por el sonido intermitente de las máquinas conectadas a los cuerpos que aún luchaban por seguir vivos. Caminé hasta la habitación 207. La puerta estaba entreabierta, y dentro, la luz tenue iluminaba la figura de mi hermana. Natasha estaba despierta, con la mirada perdida en el techo, los ojos ojerosos y ese tono grisáceo en la piel que ya se había vuelto parte de ella. Mi hermana era mayor que mi, tiene veinticinco años, pero su fragilidad la hace parecer una niña. Un gorrito azul cubría la cabeza donde antes caía su cabello rubio, ese que siempre envidié, ahora lo poco que queda lo lleva sujeto en un pequeño moño que es lo que su gorrito cubre. Aun así, su sonrisa seguía siendo la misma de siempre, hermosa. —Pensé que ya dormías —dije al entrar. —No puedo —respondió sin apartar la mirada del techo—. No dejo de pensar en mañana. —Todo saldrá bien, Naty —le aseguré, dejando mi bolso sobre la silla y acercándome a su cama— el médico dijo que el cuerpo respondió bien al tratamiento previo, y el trasplante será rápido. Ella giró lentamente la cabeza hacia mí, con los ojos cansados. —Dices eso como si no tuvieras miedo y además no eres tu la que estará en esa sala. —No lo tengo —mentí— y yo se que eres fuerte. Si tengo miedo. Mucho miedo. De perderla. De no tener suficiente dinero si algo sale mal. De no poder volver a verla reír. —¿Mamá se fue? —preguntó con voz débil. —Sí, fue a descansar un rato. Dijo que regresará temprano— respondí, encontré a mi mamá justo en la entrada del hospital. Natasha suspiró y miró hacia la ventana. —No tienes por qué venir, Nath. Tienes clases mañana… y trabajas mas tarde, ¿no? Negué de inmediato. —Queria verte, se que no vengo tan seguido, y me quedare un rato contigo —Tiré de la silla y me senté junto a su cama— No voy a dejarte sola, al menos por un par de horas. Ella sonrió apenas. —¿Cómo has estado, Nath? Te dije que no lo hicieras y lo hiciste ¿no? Era la única forma en la que podías conseguir ese dinero. —No pienses en eso —dije, acomodando su cobija— necesitas estar tranquila. El silencio se instaló entre nosotras. Solo el sonido del monitor cardíaco nos acompañaba. Vi sus manos, tan delgadas que casi podía sentir los huesos al tomar una. La acaricié despacio, con miedo a romperla. —No debes seguir haciendolo Nath —murmuró de pronto —¿Recuerdas cuando decías que cuando fueras lo suficiente mayor te irias de casa?. Asentí, sintiendo un nudo en la garganta. —Pues aun no lo has hecho, no debes de seguir solo por mi. —No es fácil, ustedes son mi única familia. —Y te agradezco lo que haces por mi, pero también debes pensar en ti... —No hablemos de eso ahora, lo importante es que todo salga bien mañana. —Nath no lo hagas más si no te sientes bien, quiero que seas feliz —dijo sonriendo débilmente. —No te preocupes por mi —le pedí acariciando su mano. —Te prometo que, cuando salga de aquí, voy a ayudarte. Voy a encontrar un trabajo decente, y podrás seguir con tu vida sin que te preocupes mucho por mi y las cuentas de la casa. Decente... mi trabajo no lo es y no lo será. —Primero sana, Naty —susurré— eso es lo único que importa ahora, que tu estés bien. Sus párpados empezaban a pesarle. Se acomodó despacio sobre la almohada, mientras yo le tomaba la mano. —¿Vas a quedarte toda la noche? —preguntó, ya casi dormida. — No puedo —respondí sin soltarla— pero estaré aquí mañana temprano. —Esta bien, te esperó mañana —dijo, y su voz se apagó poco a poco. La observé en silencio. Su respiración era suave, acompasada por los pitidos del monitor. Le acaricié el rostro, despacio, con miedo de despertarla. Cuando finalmente se durmió, me incliné para besar su frente. —Te amo, Naty —susurré, dejando que una lágrima cayera sobre su piel—. Y haré lo que sea para que sigas respirando, lo que sea… Me quedé a su lado viéndola dormir. Cada tanto, miraba el reloj y escuchaba el murmullo de los pasillos, el ruido lejano de los pasos del personal, el eco del miedo en mi pecho. No quería irme y dejarla sola, pero debía ir al club y dar mi respuesta a ese hombre. Miré su mano entre las mías, el rostro sereno de quien aún no sabe el precio que otra está dispuesta a pagar por salvarla. La amo por que es mi hermana la única compañía que he tenido en años y aunque hemos tenidos problemas como cualquier par de hermanas, siento que es la única persona que me puede querer de verdad. Y ahí, con los ojos enrojecidos y el corazón destrozado, supe que tenía que hacerlo, era lo único que podía hacer. R Aceptaría el trato. Por ella. Por mi... Pero no sabía el precio que realmente pagaría. Por amarla. Porque a veces, lo único que crees que puede amarte… te lastima. Te clavan un puñal, y descubres que aquello a lo que temías, más que tu perdición, puede ser tu salvación. Al menos por un tiempo. Un tiempo en el que necesitas aferrarte a algo para no terminar de hundirte. ... Estaba exhausta. Había comido poco, me sentía sin energías. El miedo me pesaba en el pecho, la angustia me recorría los huesos, y esa voz en mi cabeza no paraba de repetirme que lo que estaba a punto de hacer estaba mal. Pero ya no había vuelta atrás. Lo había pensado demasiado. Y lo había decidido. —Nath —la voz de Alicia interrumpió mis pensamientos. Entró al vestidor y cerró la puerta tras de sí—. Hoy no bailas. Te esperan en uno de los privados. Imagino que ya sabes quién, ¿verdad? Tragué saliva y seguí maquillándome frente al espejo. —Lo sé —respondí sin mirarla— imaginé que volvería a buscarme. —Es un hombre que paga muy bien —dijo con ese tono suave que usaba cuando quería manipular— y ya que no quieres estar con más hombres, puedes quedarte solo con él… claro, cada vez que él quiera pagar por ti. Sabía lo que intentaba. Su voz sonaba amable, pero detrás de cada palabra había cálculo. Seguí delineando mis ojos, fingiendo indiferencia. —Está muy interesado en ti —añadió con una sonrisa torcida— eres como un juguete nuevo. Apreté el labial entre los dedos, intentando no romperlo. Respiré hondo, me giré y la miré directamente. —Ya tienes un trato con él, ¿verdad? Por eso insistes tanto en que acepte. —Ganarías un buen dinero y... —Y tú ganarías más —la interrumpí. Su sonrisa desapareció por un segundo. —Ve con él, cumple tu trabajo. —Su tono se endureció— y piénsalo bien, Nath. Si aceptas estar con él, no tendrás que preocuparte por el dinero. Salió del vestidor dejándome sola. Sabía que no me dejaría en paz. Sabía que seguiría vendiéndome mientras yo se lo permitiera. Él ya habló con ella. Si Alicia no sabe cuánto me él me pagaría, era muy bueno para mi. Pero si ella lo descubría… su furia sería el menor de mis problemas. Me coloqué el antifaz. El reflejo en el espejo me devolvió la imagen de una mujer que no reconocía. Luzco igual que siempre, labios rojos, piel brillante, mirada vacía. Lista para robar miradas. Aunque esta noche, solo él podría verme. ... El pasillo estaba envuelto en luces rojas y un aroma a whisky derramado. Caminé con pasos lentos, intentando no pensar. El guardia de siempre me esperó frente a la puerta del privado, me saludó con un gesto y me indicó que el cliente ya estaba adentro. Respiré profundo antes de entrar. Y ahí estaba. Sentado en el sofá de cuero n***o, con una copa en la mano y esa calma peligrosa que parecía envolverlo todo. Cuando escuchó mis pasos, alzó la mirada. Ladeó una sonrisa. Cerré la puerta tras de mí y avancé hasta quedar frente a él. —Creí que no vendrías —murmuró. —Tenía que hacerlo. Es mi trabajo. —¿Solo trabajo? —preguntó, poniéndose de pie. Su voz sonó más cerca, más baja. Se acercó hasta quedar a un suspiro de distancia. Me obligó a levantar la mirada, com su mano sujetando mi mentón. Sus ojos buscaron los míos detrás del antifaz, como si quisieran descubrir a la mujer que se escondía ahí. —No tengo más opciones —susurré. —Claro que sí. Pero elegiste esta. —Su dedo trazó mi mandíbula con calma— te interesa el dinero, y no me importa dártelo. —La vida no es tan fácil para algunos —le respondí— a veces solo dependemos del maldito dinero. Él sonrió apenas, un gesto que dolía tanto como atraía. Su brazo rodeó mi cintura y me atrajo hacia él. Su perfume me envolvió, ese aroma elegante y oscuro que ya se había vuelto una condena para mí. —¿Entonces aceptas mi trato? —susurró, inclinándose hasta rozar mi boca. —Sí… seré exclusiva para ti, hasta que te aburras de mí. Las palabras salieron rotas, temblorosas, cargadas de vergüenza. —Buena decisión. No te vas a arrepentir. —Su voz bajó una nota más— disfruta esto tanto como yo. Déjate llevar, y todo será más fácil... más placentero. Y entonces me besó. Sus labios me reclamaron como si ya le perteneciera. Mis manos, temblorosas, se aferraron a su pecho. Mi cuerpo respondió como si fuera suyo, aunque mi mente gritaba que no debía hacerlo, no podia evitarlo. Cada caricia, cada roce, me hacía sentir más lejos de mí misma. Y aun así, no podía detenerme. No sé si fue el cansancio, la culpa o el deseo reprimido, pero esa noche me entregué sin luchar. Acepté mi destino. Mi cuerpo lo hacía por mí. Pero mi corazón se agrietó un poco más. Soy una chica que se oculta tras una máscara para sobrevivir, porque no tiene el valor de escapar de la vida que lleva. Sabía que esto me rompería. Pero en medio de la oscuridad, a veces, se encuentran cosas que brillan… aunque solo sean ilusiones. ¿Cómo alguien con una mirada tan fría puede incendiarte?No lo sé. Pero aprendí que muchos llevamos demonios dentro. Y lo más peligroso… es cuando empiezas a amarlos, se supone que no debes hacerlo. Él venía por mi cuerpo. Eso se suponía. Solo mi cuerpo. Pero aquella noche, sin saber cómo, él empezaría a llevarse algo más...
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