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La profesora que enseñaba amar

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Amor, aventuras, romance, acción, suspenso y mil enredos en esta divertida y súper romántica novela, "La profesora que enseñaba a amar" y que lo cautivará de principio a fin. Una hermosa profesora se hace cargo de una escuela nocturna teniendo como alumnos a personas mayores de edad, que desean culminar sus estudios de secundaria y así poder optar por una carrera profesional. Todos ellos no pudieron continuar sus clases, cuando jóvenes, y será la profesora Vanessa quien se encargue de ellos. De inmediato se iniciarán todo tipo de de historias muy humanas y conmovedoras, hilarantes, muy románticas y de gran contenido social, que atrapará al lector de principio a fin. Mucho amor, pasión y grandes emociones se sumarán en esta cautivante novela escrita en forma sencilla que deleitará a los lectores.

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Capítulo 1
"Solicitud aprobada". No lo podía creer. Parpadeé y mi corazón tamborileó eufórico en mi pecho. Me puse a brincar y gritar como loca, súper emocionada y feliz. Era el esperado premio a tanto esfuerzo, y terminar al fin, las largas horas de angustia, de lamentos, de sufrimiento y padecimientos, sin conseguir empleo, pensando siempre en lo peor, aterrada de innumerables pesadillas. Recién me había titulado de profesora y no había tenido suerte en mis solicitudes de trabajo. Siempre encontraba la misma respuesta, tajante y lapidaria: "no hay vacantes" y recibía un portazo en las narices. Empezaban a acumularse las deudas y me molestaba pedirle ayuda a papá y aunque él encantado me enviaba el dinero necesario, me sentía mal porque, finalmente, no podía valerme por mí misma, que era la idea cuando me independicé y decidí afrontar la vida sola. Mis padres ya habían hecho mucho ayudándome con los pagos de mis estudios y la tesis. Estuve trabajando varios años como auxiliar en un kinder y eso me permitió sufragar los gastos y capear el temporal, pero cuando me titulé de profesora quise trabajar en lo mío, sin embargo no fue tan fácil como lo suponía y estuve naufragando casi medio año entre las marejadas de la desocupación, recibiendo sucesivas negativas, sin poder encontrar un empleo. Pero todo ese drama había terminado. ¡¡¡Ya tenía trabajo!!! Me presenté a primera hora al colegio para firmar el contrato. Me puse un pantalón beige, una blusa verde floreada, un saquito crema y zapatos oscuros discretos. Me hice una cola, además, con mi pelo. El director me recibió encantado. -Señorita La Torre, es un gusto conocerla. Su solicitud nos llegó en un momento preciso-, me hizo la fiesta el señor Esteban Surco. Era alto, delgado, de cabellos canos, el rostro sereno y las manos llenas de vellos, también blancos. Me invitó a pasar a su oficina. -La profesora de nocturna renunció por una mejor oferta y nos dejó en el aire. Y justo llegó su solicitud, ha sido el destino-, sonreía él largo y tupido, meciéndose en su silla. Nocturna son clases no escolarizadas en los niveles primaria y secundaria. Y están destinadas a personas adultas que, por equis motivos, no han podido completar sus estudios. Abarcan, además, talleres, sin embargo la prioridad es que los jóvenes y mayores logren culminar su aprendizaje básico. Me entusiasmé. -Claro, director-, dije. Estaba convencida que me sería más fácil tener clases con personas de mayor edad, deseos de aprender y culminar su educación básica y así no tener problemas con mi noviciado. Surco abrió un file donde estaban las matrículas de los estudiantes, lo repasó varias veces. -Es una aula muy bonita la que le corresponde. Son veinte personas, todos mayores, no tendrá inconvenientes. La otra profesora se llevaba de maravillas con ellos, pero, como le expliqué, ella tuvo una mejor oferta y nos dejó-, me contó. Le confesé que era mi primera experiencia como profesora y que anteriormente había trabajado como auxiliar en un kinder. -No hay problema, señorita La Torre. Se le nota muy preparada, con mucha personalidad y dominio-, me alabó convencido. Las clases empezaban a las seis de la tarde. Todo el resto del día me la pasé revisando la currícula y preparé mi clase inicial. Hice muchos apuntes y cargué mi tablet. Tomé un buen lonchecito y me puse un jean, zapatillas, blusa floreada y una casaca deportiva rosada. Me solté el pelo para lucir informal y distendida, nada seria ni amenazante. No voy a mentir. Temblaba. Tenía mi corazón acelerado en el pecho y sentía flaquear mis piernas. Llegué en mi escarabajo celeste. Lo tengo desde los 18 años que lo compré con la ayuda de mi padre. Pese a los años, la modernidad y todo lo demás, sigue conmigo porque me es fiel y jamás me ha fallado. Lo adoro. -¿La profesora Vanessa La Torre?-, me vio llegar el auxiliar, revisando su tablero de control. -Sí, es mi primer día de clases-, junté los dientes. -Así es, el director me informó. Yo soy Hugo Campos, el auxiliar, asistente, vigilante y todo lo demás-, rompió a reír. -Un hombre múltiple-, le seguí el juguete. -Aún no llega la muchachada-, me anunció. El salón que me correspondía estaba en un segundo piso. El colegio era grande, de tres pisos, con patio enorme y brindaba, también, turnos escolarizados hasta las tres de la tarde en inicial, primaria y secundaria. Cuando abrí la puerta solo había una jovencita, leyendo un diario de chismes con suma curiosidad. Se puso de pie como impulsada por un resorte. -Hola-, dije muy nerviosa. -¿Usted es la nueva profesora?-, sonrió ella poniendo sus manitos atrás. -Sí, soy Vanessa La Torre, Vane para todos-, dije acomodando mi cartera, mis apuntes, mi móvil y un tablet en el pupitre. La chica se empinó para ver el tablet. -¿Para qué lo usa?-, se sorprendió. Sonreí acomodándome en la silla. -Para todo, el internet es una gran enciclopedia-, le dije. Al rato entró un hombre enorme, muy robusto, de bigotitos cortitos, meciendo sus brazos gigantes. -Buenas noches-, saludó apenitas. Parecía un bote naufragando en una marejada. Arrastró una silla y se sentó con mucha dificultad. Luego llegaron más alumnos. Una mujer de unos cuarenta años, de pelo rulo, mirada inquieta, riéndose y muy distendida, un joven veintiañero, pálido y sombrío que no saludó y una atractiva chica, también joven, muy curvilínea y coqueta, mascando chicle. En un instante todo el salón estaba lleno. -Hora de la verdad, Vane-, me dije para mis adentros y me puse de pie delante de todos. ¡Qué emoción! ¡Mi primera clase! Todos me miraban, tratando de adivinar mi edad, mi carácter, viendo mis pecas (tengo algunas debajo de los ojos) quizás analizando mis caderas y mi pelo caoba. Creo que mi corazón sonaba como cañonazos rebotando en mi pecho. -Soy su nueva profesora, Vanessa La Torre, simplemente Vane, y espero que nos llevemos muy bien-, dije mordiendo mis labios con mis tobillos juntitos. Un señor de barba recortada, de unos cincuenta años, levantó la mano. -Vane, soy Eleuterio Rodríguez, delegado del salón, y a nombre de todos, te damos la bienvenida-, dijo muy solemne, pulcro, ceremonioso. Me gustó el detalle. -Ah, gracias todos-, me incliné también ceremoniosa, haciendo una venia virreinal. Todos rieron. Decidí empezar con matemática. Es el curso más complejo por el manejo de los números y las operaciones y es necesario que estén más atentos y no tan cansados como podría ocurrir en la última hora de clases, pensé. El señor robusto se sorprendió y levantó la mano. -Miss, me dijo solemne, matemáticas con la otra profesora la hacíamos al final- Le pregunté por su nombre. -Guido, Miss-, me dijo mientras sus compañeros le hacían "uuuuhhhhh". -Es que, mi amigo Guido, es que debemos aprovechar que aún no están tan cansados para que puedan aprender bien el manejo de las fórmulas-, le expliqué. Guido trabajaba como operario de máquinas pesada en una construcción. Dejó de estudiar muy joven, casi un niño, y quería recuperar el tiempo perdido. Tenía, incluso, la opción de ser capataz pero necesitaba aprobar la secundaria. -Buena idea, Miss-, sonrió y empezó apuntar apurado las fórmulas que pintarrajeé en la pizarra. Me equivoqué no una, sino varias veces. Los nervios me traicionaron y me confundí repetidamente. Replanteé mil veces las fórmulas y tartamudeé explicándole los resultados. El tablet me ayudó mucho para salir airosa. -Calma, Vane, calma-, intentaba serenarme, pero me era difícil. Sentía las miradas de todos, parecían púas que me hincaban y no me gustaba el silencio tan sepulcral. Nadie hablaba. Ni siquiera habían cuchicheos, Por allí un tosido y el sonido de los lapiceros garabateando las hojas. Incluso me sentí angustiada y demasiado torpe. Sin embargo nadie se dio cuenta. Los alumnos apuntaban detenidamente, concentrados, y hacían los signos con mucho cuidado. Luego hicimos Literatura y Ciencias Naturales. Fue mucho más fácil y divertido. Les hablé de géneros literarios, estilos de narración y grandes genios de las letras. -Miss, alzó la mano una señora cincuentona, ¿es verdad que Miguel de Cervantes era manco?- Todos estallaron en risas. Pedí silencio. -Por supuesto, Teresa, le decían el manco de Lepanto. Lo hirieron en una batalla y aunque no perdió la mano, no pudo volver a utilizarla- -Entonces, Miss, cómo hacía para escribir-, insistió Teresa. Otra vez todos rieron. -Fue herido de la mano izquierda pero se supone que Miguel de Cervantes era diestro-, le aclaré tratando de no contagiarme de las risas. Un largo ohhhh se apoderó del salón. Me encantó ese entusiasmo de todos. Me divertí mucho para ser mi primera clase. Al terminar el turno, les encargué algunas tareas y trabajos de investigación. También dibujos. -Quiero que hagan las ilustraciones. No importa si no lo hacen bien, lo que importa es el esfuerzo-, les dije. -Prefiero ilustraciones de los libros-, dijo un chico bastante joven. -No. Nada de figuras ni pegatines. Quiero que dibujen-, aclaré. -Tengo mucho trabajo, Miss, no podré dibujar-, dijo un hombre treintón, muy delgado, demacrado y de pómulos amplios. -Trata de darte un tiempito. Quizás almorzar rápido, al levantarte o antes de venir-, le recomendé. En la salida encontré a Hugo Campos. Despedía a todos con cortesía. -¿Qué tal su primer día de clases, Vanessa?-, me preguntó sonriente. -Me divertí bastante-, le dije mordiendo un labio y alzando un hombro. -Lo bueno de enseñar a gente madura es que no son traviesos como los chiquitines-, ensanchó aún más su risa. -No creas, mordí mi lengua, los adultos también son bastante quisquillosos- Y reímos de buena gana.

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