Como bien imaginan me cité a escondidas con Douglas. Lo esperé muy lejos de mi casa, incluso embozada en una capucha, lentes negros y me había puesto jean zapatillas y una camiseta blanca y me hice un gran moño con mi pelo. Llevaba una canasta nueva, discreta, diferente a las que siempre uso, ocasionalmente, para que nadie me reconozca, colgada al hombro donde tenía mi móvil, mis cosméticos, mi billetera y un bloqueador número 30. Perales apareció después de un rato, llevando su maletín deportivo, como siempre sonriente, los ojos iluminados y la sonrisa larga y pintada de blanco. Tenía una camiseta y bermudas jean mostrando los muchísimos vellos que alfombraban sus piernas y que me electrizaban. Me encantaban también sus pelos esparcidos en sus brazos. Se había recortado su barbita y lucía lindo, apuesto, majestuoso, con su pecho de toro, muy varonil y excitante, sumamente atractivo.
Fuimos a una playa al sur de Lima y escogí un rinconcito discreto, con poca gente.
-Pareces el 007 para que los enemigos no te vean-, sonrió Perales mientras me veía sacarme el jean y la camiseta, mirando a todos lados, pensando que alguien nos había seguido.
-Ya sabes, chica precavida goza toda la vida-, saqué mi lengüita coqueta, desatando sus carcajadas.
Y cuando quedé lista, ¡pum! Perales se cayó de espaldas a la arena al ver la súper tanga que me había puesto para la ocasión. En realidad casi no tenía nada porque las microscópicas pitas se perdían en mi inmensa geografía en mis curvas tan sinuosas y redondeces voluptuosas.
-Te van a meter a la cárcel por impúdica-, echo a reír él, sin dejar de buscar la tanga extraviada entre los rincones de mi cuerpo.
Me dio mucha risa. -Idiota-, le dije y le pedí que me echara todo el chisguete de bloqueador. Lo hizo encantado, sobre todo por mi ombligo, los muslos, mi espalda y también, más abajito, je.
-Parece que gozas con eso-, me divertí, excitada, entusiasmada, sintiendo sus manos ásperas recorriendo mi piel lozana, yendo por mis curvas, deleitándose con la suavidad de mi cuerpo, acaramelado a todos mis encantos.
Yo quería un buen bronceado, pero él solo quería besarme, acariciarme y sentirse empalagado conmigo. Me convencí que fue un error ponerme una tanga tan pero tan diminuta que apenas se veía con lupa.
La pasamos bien, nos metimos al mar, nos revolcamos entre las olas y correteamos a los cangrejos que escapaban apurados de nosotros. También nos divertimos hablándole a un pelícano que no dejaba de mirarnos y abrirnos su picazo enorme.
Terminamos en un hospedaje cercano haciendo el amor, en forma vehemente, entre muchos besos y caricias. Él, por supuesto, era el más animoso, engolosinado con toda mi anatomía perfecta. Sus manos iban y venían mis curvas, por mis caderas, y no dejaba de besarme el cuello, las orejas, los hombros y lamer mis pechos y mi ombligo.
Yo suspiraba entusiasmada con su ímpetu, gemía y exhalaba fuego en mi aliento mientras Douglas se apoderaba de todos mis preciados tesoros. Luego invadió mis entrañas como un río caudaloso y se convirtió en un volcán haciendo erupción dentro de mí. Grité encandilada y me arranché excitada mis pelos maravillada de sentirlo mío, llegando hasta mis límites más lejanos de mis entrañas.
Febril como estaba le mordí los brazos, le arañé la espalda, incluso aullé como una loba cuando él alcanzó el clímax, estremeciéndome por completo, llevándome hasta las estrellas donde fulguraban muchísimos luceros.
Quedamos tumbados en la cama, sin fuerzas, exánimes, sudorosos, chisporroteando mucho fuego, luego de haber pasado una magnífica velada. Al final nos quedamos dormidos, saboreando tanta pasión.
*****
Al día siguiente me sentí muy mal, traidora, ruin y miserable con Willy. ¿Por qué lo engañaba? No lo sé. Yo no estaba enamorada de Douglas. Lo único que buscaba de él era gozar de la pasión, me encantaba la forma cómo me dominaba y me conquistaba, rincón a rincón de mi cuerpo. Me gustaba, y mucho, cuando alcanzaba el clímax de la pasión y me sometía a su fuerza y virilidad. Era diferente, colosal. Disfrutaba demasiado ese momento en que quedaba obnubilada sintiendo llegar mis límites más lejanos, logrando mi máxima feminidad. Yo, en brazos de Perales, me sentía súper sexy y sensual, demasiado hermosa y seductora, seducida también.
Me sentía tan mal por lo que había hecho, que corrí llevándole desayuno a Willy, a su casa. Él ya se había bañado y se aprestaba a comprar el diario.
-¡No te preocupes!, le dije contenta, ya lo compré-
Willy se sorprendió. Cogió el diario, lo puso bajo el brazo y me ayudó con los panes y la mortadela. Corrí, luego, a la cocina, tomé dos tazas y los puse en la mesa. Les vacié el café con leche que había traído en un termo rojo y me apuré en cortar los panes. Él no dejaba de mirarme asombrado.
De inmediato, le puse a cada pan dos lenguas de mortadela y hasta le eché cucharaditas de azúcar al café con leche de Willy. A él le gusta bien azucarado.
-Está bien, Vanessa, ¿qué hiciste?-, me descubrió. Bueno era obvio que lo hiciera, je, con tantas atenciones que le estaba dispensando.
-Es que te quiero mucho-, le confesé. Y era cierto. Esas escaramuzas a escondidas con Douglas me convencían más y más, que en realidad Willy era el hombre de mi vida.
-¿Por qué estás tan quemada?-, siguió él sospechando de mi traición.
-Ayer fui a la playa con unas amigas-, le mentí.
-Tú no tienes amigas-, me acorraló.
-Sí, me defendí, de la universidad, nos encontramos después de tiempo-
Mordí un pan y estaba crujiente, delicioso. El café con leche también estaba exquisito.
-Estás de vacaciones, entonces-, también empezó a comer y a beber, Willy.
-Sí, mordí mi lengüita, soy toda tuya-
Él sonrió. Le gustaba, y mucho mi coquetería. Eso lo había notado. Mis gestos lo entusiasmaban y acaramelaban. Entonces yo me ponía disforzada con él.
-Quiero ir al zoológico-, me pidió.
Mordí mis labios y junté mis manitos. -Hay un hipopótamo nuevo que se parece a ti-, le bromeé y él me tiró muchas migajitas de pan.