Así, Teobaldo se peleó una tarde con sus compañeros, a puñetazos y patadones, y esa fue la peor experiencia de mi vida y me marcó para siempre. Yo no lo sabía. Recién llegaba al colegio, tranquila, repasando la clase que iba a dar, cuando Campos me dijo que había escuchado fuertes golpes, empujones, muchos gritos y alaridos, pero que no podía moverse de la puerta, así es que no sabía qué es lo que estaba pasando en mi salón de clases.
-Ten cuidado, Vanessa, parece que hay una pelea allí dentro, podrían golpearte-, me advirtió preocupado.
Corrí de prisa. Por suerte me había puesto jean y zapatillas y no tuve problemas para llegar en dos trancos al salón y en efecto, encontré a mis alumnos dándose de golpes, aporreándose con fiereza, escupiéndose y lanzándose maldiciones tumbando carpetas con estruendo, entre muños puñetes y patadas.
-¡Chicos! ¡Chicos! ¡Chicos! ¡¿Qué pasa?! -, grité aterrada porque se estaban dando puñetazos feroces y habían rastros de sangre chorreando en paredes, carpetas y el piso.
Como pude, me metí en medio de ellos y logré apartarlos de cualquier manera, dándoles empellones. Me cayeron varios escupitajos y me arañaron la cara y me jalaron el pelo, pero logré separarlos luego de una titánica lucha.
-¡Qué demonios pasa?-, me enfurecí. Mis lentes habían volado por los aires y se hicieron trizas al estrellarse en el suelo.
-Teobaldo empezó, insultó muy feo a Guido, le dijo eunuco-, me relató muy molesta Teresa. Ella tenía un moretón en el pómulo. Le habían atinado un fuerte golpe.
Perdí los papeles. Lo reconozco. Me puse fuera de sí, presa de la furia y la ira, viendo a Teresa herida, y sin meditar en nada, le di una gran bofetada a Teobaldo.
Todos quedaron en silencio mirándome echar humo de las narices, turbada y con los ojos dibujados de rabia. Tenía mi cara pintada de rojo y llevaba la frente y la boca arrugada. Temblaba, además, y no dejaba de verle a los ojos con la ira inyectando mis pupilas, queriendo darle un nuevo golpe, quizás quebrarle la nariz y hasta pensé en retorcerle el cuello. Jamás había tenido, en mi vida, una reacción así.
Teobaldo quedó entumecido y sin reacción. El resto de mis alumnos quedaron en silencio.
Luego de un rato, los ánimos se calmaron y Teobaldo fue a su silla. Yo seguí soplando mi cólera y mi furia sin poder contenerme. Vilma me alcanzó mis lentes. como les digo, luego de volar por los aires se estrelló con el piso y se quebró. Ya no servían. Sentí lástima porque los valoraba mucho.
Traté de serenarme, entonces, desacelerar mi corazón y exhalé mi cólera. Se hizo un vaho grande. Me tumbé a la silla soplando varias veces, echando humo por mis narices.
-Perdón Miss-, dijo Guido puesto de pie con la cabeza gacha. -Nos comportamos como unos niños, eso no se va a volver a repetir-, insistió a nombre del salón.
Estoy segura que se asustaron por mi reacción. Ellos siempre me habían conocido tranquila, sonriente, paciente, de buen humor, dócil, tierna y muy dulce con ellos. Ahora habían visto iracunda, convertida en una energúmeno y eso me aterraba también.
No contesté. Le sonreí, abrí mi cuaderno, llamé lista y me salteé el nombre de Teobaldo porque seguía furiosa con él.
Teobaldo no protestó ni se incomodó ni nada. Eso me molestó más.
-Ya no quiero verte más en mi aula-, le dije, luego, y seguí con mis clases normal.
Teobaldo se paró y se fue, indiferente, como si no hubiera hecho nada.
Campos me sirvió café de su termo. Ya se habían ido todos y se aprestaba a entregar las llaves al sereno. Me invitó también galletas.
-Te equivocaste con tu reacción-, me llamó la atención, sentados en las mayólicas de entrada.
Acepté y le dije que me acogía cualquier sanción. -Debí controlarme, pero ya te imaginas, ver peleándose a los hombres y a los mueres gritando como locas., Me sentí realmente mal, impotente. Y descargué mi furia con Teobaldo porque sabía que él había comenzado todo-, le conté.
-No te preocupes, no habrán sanciones, pero no debes explotar-, me dijo él muy considerado.
-¿Qué pasará con Teobaldo? No lo quiero más en mi clase-, dije molesta, mordiendo una galleta.
-Hablaré con el director. Veremos qué se puede hacer-, me dio ánimos.
Teobaldo no volvió más a mis clases ni al colegio ni habló con el director ni nada. Simplemente, desapareció.
El director, además, me respaldó pero me amonestó con un e-mail. -Que no se repita, Vanessa-, me exigió.
Ese serio incidente lo considero mi peor fracaso en ese mágico mundo de la educación. Creo que debí hablar más con Teobaldo, tratar de modificar su conducta, orientarlo, pero no supe manejar la situación y lo peor es que exploté, como me recriminó Campos. Me marcó la vida además y me convencí que la labor del pedagogo va más allá que enseñar: también debe ser una amiga.
Una tarde tuve que llevar un encargo de mi tía Luisa a su hijo Melchor que es capitán de la policía.
-Necesita urgente sus documentos-, me dijo.
Recogí el cuadernillo y fui de inmediato a la comandancia donde trabajaba Melchor. Lo encontré pasando revista a su unidad. Apenas me vio, ordenó romper filas y estar listos para un operativo.
-Gracias, prima, me están pidiendo esos documentos que dejé en casa de mi mamá. Ya sabes, me casé y al mudarme dejé muchos papeles valiosos donde mi madre-, me fue explicando. Fuimos a su oficina y mientras engrapaba los documentos vi la foto de un muerto que me pareció conocido en su mesa, en un naipe de imágenes con muchos otros documentos.
-¿Qué le pasó a ese tipo?-, le pregunté juntando los dientes.
-Ahhh, era jefe der una banda de sicarios que pedía cupos a los obreros en diferentes construcciones. Murió en una balacera. ¿Lo conoces?-, se sorprendió mi primo.
Agaché la cabeza y me puse a llorar sin contenerme. Melchor corrió y tuvo que abrazarme y besar mi cabecita, sin entender nada de lo que estaba pasando y por qué mi llanto incontrolable.
El tipo muerto en la balacera y que era un sicario y pedía cupos a los obreros, era Teobaldo.