Capítulo9

1069 Words
No pude resistirme al encanto de Totto Pérez. En realidad mi vida romántica naufragaba, estaba demasiado confundida, me sentía flotando en el vacío, no habían luces para mis dudas, cavilando entre desilusiones y decepciones. Yo había quedado muy lastimada con lo que me hizo Malásquez, jugando con mis sentimientos, y eso me estremecía, estrujaba mi corazón y sumía en lamentos mis horas de alcoba. Quería mucho a Willy también, sin embargo llevaba abierta, aún, la decepción de ese amor furtivo del que me ilusioné demasiado porque la pasé muy bien y disfruté de mi feminidad en su máxima expresión. Todo había sido delicioso, embozado, a escondidas, con miedos de por medio, con mucha adrenalina y eso me encantó mucho porque era disímil a mi verdadera personalidad, siempre recatada, sobria y a veces cucufata . Entonces fue que se apareció en mi vida Totto, en momentos en que me sentía débil y vulnerable, sin defensas. El colegio me había pedido mis títulos y diplomas actualizados y firmados notarialmente para revalidarlos con el ministerio y acudí a la universidad para que me extiendan mis certificados. La secretaria de grados y títulos me atendió. -Han habido muchos cambios en la administración de la universidad, me advirtió, el nuevo director es un tipo muy estricto, seguramente va a revisar tus documentos y eso podría demorar algún tiempo- Sin embargo, yo tenía todo en orden. Presenté y aprobé mi tesis, obtuve mis diplomas y licenciatura y estaba, como se dice, okey en todo, hasta el más mínimo detalle. En eso no me preocupaba. Lo que requería era actualizar los documentos y que me lo firme el notario de la Universidad para presentarlo donde el directos para que los eleve al ministerio y así no tener mayores inconvenientes con el trabajo que venía con los señoras y señoras del turno de noche. Nada del otro mundo. -¿Vanessa La Torre?-, preguntó un tipo enorme, de barbita bien recortada, muy varonil, ojos verdes, nariz larga y sus manos callosas, grandes y recubiertas de muchas vellos. súper atractivo, con la espalda grande, que me llamó de inmediato la atención. -Sí, soy yo-, me puse de pie de inmediato, incluso bastante azorada. Yo llevaba un jean bien pegadito y una blusa verde floreada. Calzaba zapatillas y había soltado mis pelos que resbalaban en forma sensual sobre mis hombres dándome un aire de seductora empedernida. Todo eso le impresionó al tipo. Me quedó mirando largo rato recreándose con mis caderas, mi mirada tranquila y mi boquita chiquita, también mis pupilas encendidas, mi busto redondeado y mis piernas que el pantalón bastante ceñido evidenciaba con adorable hipnosis. -Soy Totto Pérez. Ya tengo todos sus documentos-, me dijo luego, trastabillando con su admiración, parpadeando, sumido en una inusual hipnosis, rendido a mis encantos. Eso también lo noté. Yo también estaba perpleja, como les digo, admirada, eclipsada y sentía mucho fuego alzándose en mis entrañas. Me gustaba esa sensación. Golpeaba mis rodillas, juntaba mis dientes, mordía mi lengua, ponía en eles mis manos, me calcinaba en una sola palabra. Me impresionó el vozarrón de Totto, su porte, su elegancia y la forma cómo me miraba, desarmándome, convirtiéndome, en un abracadabra, en un montón de carbón humeante, ardiendo en deseos que me haga suya. -Pase a mi oficina-, me dijo. Me deleité con su amplia espalda, su figura muy masculina y volví apretar los dientes. Estaba excitada. -¿Está trabajando?-, me preguntó, sacando las copias de una gaveta. Les puso un sello y los firmó. -Sí, estoy en un colegio no escolarizado, con personas mayores de edad, queriendo terminar su secundaria-, le informé. -Claro, claro ¿me puede creer que yo terminé la secundaria en un colegio no escolarizado? Estudiaba en las noches, hasta las doce a veces hasta la una de la mañana-, me contó. No lo hubiera creído. -¿Por qué no pudo terminar su secundaria?-, me sorprendió sobre manera. -La historia de todos. Trabajé de niño cuando murió mi padre. Ayudaba a mi madre en la casa, en fin, creo que es una historia que han vivido millones de personas en el mundo. Cuando ya era mayor de edad, me di cuenta que era necesario terminar mi secundaria, así es que volví a clases-, relató meciéndose en la silla, sin dejar de mirarme a los ojos. -Vaya, ahora es un profesional, director en una universidad-, seguí sorprendida. -No debería sorprenderse, me insistió, hay muchísimos profesionales, empresarios de éxito, personas que acumularon y acumulan millones, pero que debieron, antes, estudiar en nocturna, completando sus estudios. Y es que nunca es tarde para aprender y progresar en la vida, señorita, aún se tenga veinte, treinta, cuarenta o sesenta años-, sonrió. Me encantó esa sonrisa. Me desbarató por completo. Me sentí derretir como una mantequilla y estaba encandilada. Era muy masculino, dominador, avasallador y me arrollaba con su encanto, con su voz, su forma de ser. Él era, simplemente, un rey y yo estaba a sus pies. No dejaba de apretar los dientes, golpear mis rodillas. El fuego me calcinaba las entrañas y sentía mis pechos muy duros, emancipados en mi blusa. De repente me sentía sucumbida a su enorme masculinidad. -Entre mis alumnos hay varios que apuntan a grandes logros-, dije orgullosa. Él lo notó. -No lo dudo, tienen una inteligente y muy hermosa profesora-, me elogió. Sentí las llamas chisporroteando por todos mis poros. Me sentía en las nubes viéndolo tan gallardo como un conquistador de la edad media. Él me pidió para cenar el sábado. Fui desconfiada sin embargo. Como les digo, tenía la herida abierta de Malásquez. -¿Usted es casado?-, pregunté de inmediato, alzándome de la silla. -No, no soy casado-, sonrió Totto. De inmediato se dio cuenta que no me gustaban los juegos ni las informalidades. -Solo deseo conocerla un poco más-, se mostró turbado. Me sentí incómoda, pero le acepté su invitación. La realidad es que él me gustaba mucho. Me había impactado mucho. Era muy altivo, elegante, pulcro y sentía mi corazón rebotando frenético en el busto. Desataba mis fuegos y quería probar sus labios, sentir sus caricias, descubrir su bíceps, convencerme qué tan firmes eran sus músculos. Pérez también estaba interesado en mí. Se deleitaba con mis pelos lisos y sedosos, mis ojitos dulces y m boquita larga y la sonrisa blanca y cautivante. Estoy segura que me miró las caderas cuando me despedí y me retiré de su oficina.
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