Capítulo 29

1225 Words
Fabricio estaba muy entusiasmado. Apenas llegó a clases, vi destellar sus ojos y se le notaba bastante eufórico y radiante. Brincaba cuando entró al salón y todos nos reímos. -¿A qué se debe tanta alegría, Fabricio?-, me contagié de su entusiasmo. Yo estaba en el pupitre y ordenaba mis tarjetas mientras llegaba el resto de los chicos. Me había hecho una cola con mi pelo y tenía mis lentes puestos, esos redondos, grandotes que me hacen lucir muy sexy. -Además que hoy está muy bella, Miss, es que me confirmaron la pelea por el título sudamericano-, me reveló Fabricio ensanchando aún más su sonrisa. Todos los muchachos aplaudieron, dieron hurras y hasta golpearon las carpetas. La verdad, yo no sabía de qué me estaba hablando, pero me imaginé que era una pelea muy importante. También aplaudí. -Si gano esa pelea, Miss, entro al ránking mundial-, estalló eufórico, desatando aún más aplausos. Fabricio estuvo todos esos días muy animoso, haciendo las tareas, sacando buenas notas en los exámenes, realizando estupendas exposiciones y presentando las asignaciones pulcras y puntuales. Acaparaba las mejores notas del salón. Contento, como estaba, esperó a que todos los compañeros se vayan a sus casas y cuando yo ya había recogido mis cosas, me atajó llegando a la puerta. -Miss, quiero que vaya a la pelea de mañana-, me dio un boleto. -Es zona VIP, exclusiva-, estiró otra vez su sonrisa. Era para ese combate por el título sudamericano del que había estado hablando todos los días y que todos los chicos del salón no dejaban de hablar. Sonreí. -Claro, Fabricio-, le sonreí y le acaricié su mentón tosco y pétreo. -Llegue temprano que habrá mucha gente-, me recomendó. Me puse jean, zapatillas, camiseta blanca, un abrigo y llevé mis pelos sueltos. Fui temprano al coliseo como me había recomendado Fabricio. Había mucha gente, en efecto, haciendo colas interminables. El alboroto, en realidad, era colosal. La gente se daba empellones, gritaba, otros cantaban y la vocinglería insistente parecía un tornado rebotando en todo sitio. Se levantaban banderas, atronaban cornetines y hasta había un bombo retumbando como estallidos de truenos. El ingreso para la zona VIP estaba despejado. De todas maneras me apuré. El boletero miró en su tablero de apuntes. -¡¡¡Ahhhh!!!, dijo haciendo brillar sus ojos, la señorita La Torre, le corresponde el asiento cerca a la esquina de Fabricio- No sabía de lo que hablando. Él llamó a una azafata. -Ella es la recomendada de Fabricio. Pidió el asiento cerca a su esquina-, subrayó. La dama se colgó de mi brazo. -Hoy Fabricio tiene que ganar sí o sí-, sonrió. El coliseo estaba repleto. Los cánticos eran aún más atronadores, retumbaban los bombos y cornetines y habían gritos destemplados que me turbaban. La azafata me llevó hasta la fila de adelante y me acomodó en una butaca justamente abajo del ring. Estaba absorta. Habían terminado ya los preliminares y en los parlantes anunciaban la pelea por el título sudamericano. Todos aplaudieron a rabiar, dando brincos incluso. Yo también, contagiada de tanta euforia. El rival ya había subido al ring. Un tipo enorme que parecía un cerro, con unos brazos gigantes, igual a grúas, su espalda le hacía competencia a los búfalos y tenía la mirada iracunda que me atemorizaba. Fue recibido con pifias e insultos por el público. A él no le importó. Vestía una bata multicolor, ya tenía los guantes puestos y empezó a correr, brincar, moverse en el ring, dando puñetazos al aire. Por lo menos medía dos metros. Entonces anunciaron por los parlantes la presencia de Fabricio. Un ensordecedor rugido, remeció el coliseo. Tuve que agarrarme a las butacas porque el estampido fue furibundo, tanto que me parecía llevar por los aires. Y él avanzó por entre el público recibiendo abrazos y deseos de buena suerte. Estaba sonriente, moviendo los hombros, con una bata blanquirroja, con capucha. Subió al cuadrilátero y el retumbo fue aún nos veces mayor. Me puse tanto o más eufórica que el público y me empecé a saltar aplaudiendo, gritándole a todo pulmón, ¡Vamos Fabricio! Él reconoció mis chillidos, fue hasta donde yo estaba y recostándose a las cuerdas, me gritó, entusiasmado y optimista. -¡¡¡Gracias por venir, Miss!!! ¡¡¡Ahora sé que gano!!!-, me dijo. Me tapé la boca emocionada. ¡Tan tan! Sonó una campana y Fabricio y su rival fueron al medio del cuadrilátero golpearon sus guantes y comenzaron a pelear. Yo no entiendo muchas de esas cosas pero los veía a los dos meticulosos, midiéndose, tomando distancia, tratando de golpear a la cabeza, moviéndose constantemente y tratando de escapar cuando avanzaba el contrario. El público aplaudía cada golpe que lanzaba Fabricio. Hasta el tercer episodio, la pelea tenía la misma tónica, mucho bailoteo, golpes aislados y aplausos y pifias constantes. En el cuarto asalto las cosas cambiaron. Fabricio empezó a atacar con fuerza, aporreando a su rival, atacando sus costados, llevándolo a las cuerdas y tratando de superar su defensa. El rival se cubría, siempre, con los brazos y trataba de aprovechar el mayor largo de sus manos. La gente aullaba de emoción, saltaba, brincaba por los repetidos golpes que daba Fabricio. -¡Eso, Fabricio! ¡Eso!-, gritaba, también yo, cuando veía que mi alumno golpeaba con fuerza en los brazos de su rival, en el plexo y a veces le atinaba en la cabeza. Cuando ocurría eso, desataba aún más euforia. Pero en el octavo round, creo que así se llama, ocurrió que el grandote le dio un empujón a mi alumno, que lo hizo trastabillar y resbalar. La gente protestó iracunda y yo me contagié de sus reclamos airados, tanto que fui corriendo hasta ponerme debajo de las cuerdas, El público me miraba turbado, sin entender mi reacción. Allí permanecía el rival de Fabricio esperando que el juez reanude el combate, porque le estaban limpiando los guantes. -Oye tú, grandote, le grité súper enojada, mostrándole mis puños, eres bien tramposo, a ver si te atreves a empujarme a mí- El boxeador grandote me miró con suma curiosidad, mientras yo le mostraba mis puños y le seguía gritando furiosa. -Eres tramposo, no sabes pelear, a ver métete conmigo-, le insistí afilando mis colmillos como una leona. Y le dio mucha risa viéndome tan pequeñita, frágil, retándolo a pelearse conmigo. Yo seguía en guardia y el boxeador no pudo contener las risotadas. Se sacó el protector bucal y estalló en carcajadas. El público entonces reventó en aplausos. Las cámaras de televisión me enfocaban viéndome en guardia, dispuesta a pelearme con ese inmenso búfalo que era el rival de Fabricio. El grandote tuvo, incluso la osadía de guiñarme el ojo y eso me sacó aún de mis casillas e hice el ademán de subirme al cuadrilátero, provocando más aplausos y risas. -¡A ver si eres valiente, pelea conmigo!-, gritaba yo, desconocida, fuera de mí, furiosa e iracunda. El juez ordenó seguir peleando y el grandote se puso el protector bucal y volvió a agarrarse a golpes con Fabricio. Yo recién volví a la realidad cuando las cámaras de la televisión me enfocaban, los fotógrafos me tomaban muchas imágenes y miles de celulares me grababan. Quedé boquiabierta, perpleja. ¡¡¡¡Había hecho un gran ridículo!!!! corrí a mi asiento y me senté, embozada entre mis hombros.
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