Me quedaba allí hasta entrada la tarde. Almorzaba en un restaurante cercano. Luego, resignada, apagada, desalentada y triste, me iba a mis clases.
Willy se molestó conmigo. -No estás descansando lo suficiente, Vanessa. No estás preparando tus clases, te estás descuidando mucho-, me dijo molesto cuando llegué a la casa, a ducharme, cambiarme e irme al colegio.
-Me siento mal sin saber qué hacer ni cómo ayudar para que encuentren a Timoteo-, le confesé.
-Las autoridades portuarias están a cargo, ellos están buscando a la lancha día y noche-, me aclaró.
Pero yo soy terca. Seguí yendo hasta la comandancia portuaria, cinco días seguidos. Y jamás habían noticias de Timoteo y los otros pescadores. Y siempre encontraba a los familiares entumecidos, desalentados, llorando en silencio, encorvados, enfrascados en sus desalientos, sin prorrumpir palabra alguna, como fantasmas pincelados en la tarde gris.
En el colegio tampoco la pasábamos bien. Todos estábamos consternados y no hacíamos más que hablar de la desaparición de Timoteo.
-Ya se les habrá acabado el agua, Miss-, se aterró Teresa.
-El calor les estará afectando mucho, estarán deshidratados-, conjeturó Luisito.
-¿Cómo es posible que un avión no pueda verlos? Es el único barco a la deriva-, se molestó Vilma.
-Es que es muy inmenso el océano-, suspiré desgarrada.
-Podrían haber volcado y luego hundirse-, fue pesimista Fabricio.
Las clases se hicieron desabridas, insulsas, sin la emoción de otras veces. Yo misma estaba apagada, sin recursos, tediosa y aburrida. Mis dictados eran tétricos y horripilantes. Me sentía mal, en verdad.
Pero todo cambió esa mañana. Llegué como de costumbre, a las 9 en punto de la mañana, al parque, desalentada y cabizbaja, pero el ambiente era distinto a la de otras veces en los familiares de los pescadores. Había una gran vocinglería, todos hablaban, se miraban, y los rostros pálidos se habían coloreado de repente. La hermana de Timoteo, apenas me vio llegando a lo lejos, caminando sin prisa, corrió y me abrazó.
-¡Los encontraron, profesora! ¡los encontraron!-, empezó a gritar eufórica, llorando y estrujándome como si fuera una almohada.
La información la había dado un canal de cable. La comandancia, sin embargo no se había pronunciado. Casi un centenar de periodistas llegaron en sus unidades móviles, con sus cámaras, micrófonos y celulares transmitiendo en vivo. Todo se hizo un loquerío.
-Un avión de la marina divisó a la lancha que quedó varada al norte del país. La marina ha enviado, de inmediato un crucero para rescatar a los pescadores-, había dicho el periodista. Y esa era la noticia que entusiasmaba a todos.
Pero la comandancia seguía guardando silencio. El uniformado que estaba en la puerta nos reiteraba que no había ninguna comunicación oficial y rogaba paciencia y calma. -Pronto tendrán noticias-, intentaba alentarnos.
Era emotivo. Los parientes se abrazaban, pintaban de esperanzas sus caras y sus miradas, lloraban, y todos, ahora, hablaban, se motivaban, se alentaban unos a otros. Su preocupación, ahora, era que estuvieran bien.
Los periodistas hacían entrevistas, transmitían en directo. Trataban, igualmente de entrar a la comandancia, dándose empellones y empujones entre ellos, creando caos y desconcierto.
Yo intentaba infundir ánimo, pese a que no habían informaciones oficiales. -Los periodistas siempre están bien enterados, no pierdan la fe-, decía.
Pasó la mañana, el mediodía, la tarde y casi, a las cinco, cuando me disponía ir na mis clases, salió la capitana Flores. Fue hasta donde estábamos todos y subiéndose al monumento, se puso un megáfono en la boca.
-Los encontramos y están bien-, dijo y eso fue una fiesta. Todos saltaban, lloraban, reían, se abrazaban, gritaban hurras y daban gracias al cielo. Yo me confundí, también en abrazos con todos, llorando como una adolescente.
-La nave naufragó y la encontramos a la altura de Tumbes. Una fragata acudió de inmediato a su alcance y rescate. El capitán Quispe nos ha dicho que están todos bien, deshidratados, hambrientos, pero bien. Están internados en un hospital de Trujillo-, siguió informando la capitana Flores rodeada por un centenar de periodistas, haciendo mil preguntas, aumentando más el caos en el parque.
Los parientes ahora estaban afanosos en ver a sus seres queridos cuanto antes. Querían viajar a Trujillo y se empujaban unos a otros en busca de más respuestas.
Yo ya estaba más tranquila. Llamé de inmediato a Guido. Él se había quedado todo ese tiempo con los hermanitos de Timoteo y les hacía sus alimentos, los mandaba al colegio y los ayudaba en las tareas. Hizo un trabajo heroico.
--Ya los encontraron, Guido-, soplé toda mi angustia.
-Sí, estoy viendo en la televisión. Sus hermanitos están muy contentos. Han llorado mucho-, me contó.
-Ay, Guido, no sabía-, me sobrecogí.
-No te dije nada para no preocuparte-, me reveló.
Guido había faltado varias veces a clases y cuando lo llamaba me decía que estaba con los hermanos de Timoteo y que se quedaría hasta tarde, hasta que se durmieran, pero nunca me dijo que lloraban, que ansiaban el regreso de quien era padre y madre para ellos.
-Eres un héroe-, le di un besote a través del móvil. Guido solo estalló en carcajadas.
Ordené turnos, entonces, para atender a los hermanitos de Timoteo. Guido tenía que recuperar sus clases, también el sueño perdido y rehabilitarse de toda esa angustia. Fabricio, Luisito, Vilma y Teresa se ofrecieron encantados y así lograba equiparar las clases con esas responsabilidades. Yo iba los fines de semana que estaba libre. Willy también venía conmigo, llevando víveres y ayudándome a lavar sus ropitas.
La hermana de Timoteo venía a casa además. -Dicen que estaban muy desnutridos, deshidratados, enfermos. Se les acabó el agua y tomaban sus propios orines-, me fue contando ella mientras cocinábamos. Yo estaba aterrada.
Después de veinte días, Timoteo y sus compañeros fueron trasladados a Lima. Ya estaban en franca mejoría.
Lo vi recién a Timoteo un mes después, cuando volvió a clases. La hermana asumió la responsabilidad de los pequeños y pude dedicarme, en cuerpo y alma al colegio.
Y entonces, apareció él, demacrado, ojeroso, caminando despacio, tambaleante pero sonriente. Corrí, lo abracé y le besé su frente emocionada. Sus compañeros lo aplaudieron mucho. Le tomé la mano y lo llevé hasta su carpeta.
-Gracias, Miss-, susurró apenitas. Estaba demacrado, pálido. Muy débil.
Pedí a sus compañeros no hacerle recordar esas horas terribles que pasó en alta mar y ayudarlo, por el contrario, a recuperar las clases perdidas.
Un mes después, Timoteo era el de siempre, afanoso, meticuloso, más alegre que nunca, movedizo y bromeando con sus compañeros.
-Estás muy efusivo-, mordí un labio, viéndolo tan jovial.
-¿Sabe Miss? A veces es necesario estar en peligro para valorar la vida-, me dijo meditabundo, tratando de subrayar sus palabras, mirándome aún con el terror dibujado en sus ojos.
-Por eso siempre digo, Timoteo, que no seamos tan soñadores, la realidad siempre es distinta a la ilusión-, le di la razón.
Me regaló un peluche. A Guido le dio un vino y al resto de los muchachos les obsequió guantes y chullos que hace su hermana y vende en el mercado. Se puso delante de toda la clase y después de pedirme permiso, les agradeció a todos por el apoyo que le dieron en esos días aciagos que estuvo perdido en alta mar.
-Ahora comprendo que la unión hace la fuerza-, dijo y todos aplaudimos.
Pensé que ya no volvería a las faenas de pesca. Con Willy estuvimos pensando, incluso, en buscarle otro trabajito, pero esa noche, después de clases me anunció que se haría a la mar el fin de semana.
-Es mi mundo, Miss, es lo que sé hacer, es mi pasión, también. Toda la vida lo he hecho-, me explicó.
Yo no era nadie en su vida para oponerme o negarme, era una decisión enteramente de él.
-Ten mucho cuidado, revisa bien tu lancha, lleva bastante avituallas, medicinas-, se me ocurrió aconsejarle.
-Usted tiene razón, Miss. La realidad es diferente a la ilusión. Yo no puedo vivir de sueños-, me respondió entonces, decidido y enfático.
Timoteo siguió dedicándose a la pesca, por muchos años más, hasta que culminó sus estudios, ingresó a la universidad y se recibió de abogado. Ahora representa a todos esos sencillos hombres de mar en sus litigios y es muy considerado porque es un hombre muy humano, gentil y excelente profesional. Yo soy madrina de su último hijo. Él se casó con una compañera de la universidad y a su menor vástago siempre le cuenta de esa increíble aventura que le deparó la vida perdido en la inmensidad del océano.