Teobaldo estaba muy molesto conmigo. Refunfuñaba, mascullaba, tenía la mirada colérica, lanzaba puñetazos al aire y restregaba los dientes. Tuvo baja nota en el historia universal y él consideraba que yo le puse una nota baja porque le tenía animadversión, tirria, me caía mal o algo por el estilo. No me lo había dicho pero se leía en sus ojos, en su furia, en sus ademanes colérica y la forma cómo me hablaba.
Él llegó dos meses después que empezamos las clases. Trabajaba como capataz en construcción y sus jefes le exigieron que complete sus estudios secundarios si quería continuar en la empresa inmobiliaria.
-El ministerio nos reclama que los trabajadores tengan sus estudios completos-, le dijeron, a manera de ultimátum.
Después de buscar en varios centros no escolarizados, se matriculó finalmente con nosotros.
Campos me dijo que tenía un alumno nuevo, refiriéndose a Teobaldo. -Trata que se ponga al día porque está demasiado atrasado, dos meses es bastante por la forma acelerada en que estamos avanzando-, arrugó su nariz Hugo revisando la currícula del año.
Pero Teobaldo tenía un carácter tosco y áspero, rudo y prepotente. Dueño de un gran vozarrón que incluso remecía las paredes, tenía un humor grosero y trataba mal a sus compañeros, incluso en forma despectiva y con desprecio. Hacía gala, siempre, de sus brazos enormes, de sus músculos, remangándose la camisa o llevando camisetas bien pegadas a su enorme cuerpo o de esos tops sin mangas, mostrando, en forma descarada, su ombligo lleno de vellos.
Desde un comienzo me miró mal, como les digo, como si yo estuviera fastidiada con él porque recién se integraba a clases o porque, simplemente, se creía un macho alfa a quien yo debía tener sumisión.
Estaba muy mal en matemáticas apenas tenía nociones para sumar y restar, no sabía dividir, y escribía pésimo, incluso pintarrajeaba las hojas tal como hablaba, sin respetar signos de puntuación, tildes ni nada, tan solo escribía lo que se le ocurría o se le venía a la mente.
-Debes leer mucho, trata de leer libros didácticos, cuentos, revistas, el diario mismo, hasta el último renglón, así podrás mejorar bastante tu ortografía-, le dije después de un exigente percentil. Todo lo había escrito mal y obviamente le puse una baja calificación que a él le enfureció y me miró como si quisiera degollarme.
-Yo leo los letreros Miss-, estalló en carcajadas. Me pareció insolente, pero lo pasé por alto y traté de llevar la fiesta en paz.
Tuvo, casi de inmediato, problemas con Guido y Nemesio, incluso Teresa me dijo que Teobaldo andaba diciendo que le pegaba a todos, que sabía boxear y que era muy respetado en su barrio, que había tumbado a tipos grandotes y que era muy macho.
-El respeto entre compañeros es la base de todo éxito en el mundo actual-, empecé esa noche las clases y él se sintió aludido.
-Me llega el respeto-, ladró y volvió a reventar en carcajadas.
Cuando revisé las tareas de geografía encontré dibujos obscenos en las hojas finales.
-No solo debes respetar que soy tu profesora, sino también debes respetarme como mujer-, le reclamé.
-Las mujeres solo son buenas en la cama-, me disparó con insolencia.
Me quejé con Campos. Él tomaba un café en el quiosco del colegio.
-Tenle paciencia. Viene de un ambiente muy rudo y debe lidiar con hombres tan o más prepotentes que él-, me pidió.
-La paciencia a veces se agota-, alcé mi naricita.
Y entonces fue que sacó muy mala nota en historia universal, tanto que escribió que la edad media divide en dos mitades al mundo en que vivimos.
-Usted me ha puesto mala nota porque me tiene cólera-, me dijo entonces, al final de la clase. Había estrujado su examen y tenía la furia dibujada en sus ojos.
-Tus respuestas han sido incorrectas-, le aclaré.
-Siempre he dicho que las mujeres profesoras sí sirven para enseñar pero para enseñar las piernas-, se mofó y se fue.
Empezó a fastidiar en las clases, con sus pésimos chistes de doble sentido, haciendo bromas pesadas, mortificando a la clase y burlándose de todos. Calificaba a los personajes celebres de eunucos, incluso, para provocar las risas.
-Dime que es un eunuco-, lo encaré, entonces, en medio de la clase.
Teobaldo se turbó. No supo qué decir. -Que no puede hacerla feliz, Miss-, estalló en carcajadas.
-Eunuco es un hombre que ha sido castrado-, le dije delante de todos.
No sabía que era la palabra castrado. Se puso rojo como tomate. Había perdido su primera batalla y justo ante una mujer, ser al que él consideraba inferior en todos los sentidos.
Todos lo quedaron mirando, esperando una de sus salidas groseras, sus chistes con doble sentido, sus bromas pesadas, sin embargo él no sabía qué significaba castrado y confundía eunuco con impotencia. Se turbó y estrujó su boca.
Quedó en un absoluto ridículo.
En las siguientes clases continuó fastidiando aún más, pero el impacto inicial que tenía, el temor que se había ganado con sus prepotencias y malcriadeces ante los demás se había evaporado. Ya nadie reía de sus bromas y chistes, quedaba siempre desairado y su vozarrón y sus carcajadas se hicieron intranscendentes.
-Con estas notas no puedo aprobarte-, le dije luego de darle las evaluaciones del primer semestre.
-Podemos arreglar en la intimidad, Miss-, sonrió con esa prepotencia que hacía hervir mi sangre de furia en las venas.
-Tendrás que arreglar, sí, pero con tus jefes de la inmobiliaria cuando vean que no pudiste culminar sus estudios-, le dije, me puse de pie, cogí mis cosas y me fui meneando las caderas, con la cabeza alzada, dejándolo en un pie, otra vez, sin repuestas, absurdo y hasta tonto. Sus compañeros se mofaban de él, riéndose con los ojos.
Continuó haciendo dibujos groseros en su cuaderno y yo se los tachaba con plumón. A él le daba risa, sin embargo, sus risotadas ya no contagiaban y se esfumaban en el silencio. De pronto se sintió solo, sin apoyo, sin respaldo, como un paria al que nadie hacía caso.