La pelea terminó y ninguno de los dos contendores fue noqueado. El público brincaba, gritaba y todo se se hizo una infernal vocinglería. Escuché decir que los jueces definirían al ganador. Muchísimas personas se subieron al cuadrilátero y cundió el caos y los gritos destemplados. Retumbaban aún más los bombos y los cornetines atronaban como relámpagos. Yo estaba demasiado confundida. Los ayudantes de Fabricio lo felicitaban, lo abrazaban y él reía. Pero igual ocurría en la esquina del grandote.
Por fin escuché por los parlantes. -Ha sido una decisión unánime de los jueces-, dijo el anunciador. El público guardó silencio, los ánimos se calmaron, amainó la vocinglería y terminaron los empujones y empellones tratando de llegar al ring. Me puse de pie con mi corazón palpitando de prisa en mi pecho. Me invadieron los nervios y me tapé la boca con mis manos. Me puse pálida incluso.
-Gana, por decisión de los jueces, ¡¡¡¡Faaaaaaaaabriciiooooo Grau!!!!-, dijo el anunciador y yo me puse a gritar saltar al igual que todo el público, celebrando la sensacional victoria de mi alumno, convirtiéndose en el nuevo campeón sudamericano de boxeo.
Lo levantaron en hombros, lo aclamaron y hasta el grandote lo abrazó y le levantó la mano mientras le ponían, además, el cinturón de campeón a Fabricio.
No pude subir, había mucha gente. Intenté saludarlo pero era imposible. No me veía. Muchísimas personas se amontonaban en el ring que le ocultaban toda visión. Estuve allí casi como una hora y los abrazos, felicitaciones, cánticos, hurras y el incesante bullicio, continuaba. Como era ya tarde, casi las dos de la madrugada, tuve que irme a mi casa.
Fuera del coliseo había aún más gente, seguían atronando los bombos y los cornetines. Tomé un taxi apurada. El chofer escuchaba la radio de su automóvil.
-¿Estuvo en la pelea, señorita?-, me miró por el espejo retrovisor.
-Sí, ganó Fabricio-, sonreí orgullosa.
-Fue un peleón, ¿no?-, insistió ávido el piloto.
-Sí, Fabricio ganó por decisión de los jueces-, moví mi hombro.
Justo en la radio habló un periodista. -Escuchemos las declaraciones del campeón sudamericano-, decía.
-Quiero agradecer a todo este maravilloso público que me ha alentado, a mis padres, mis hermanos, a mi equipo técnico, mi entrenador, por soportarme, y a mi profesora Vanessa La Torre por su apoyo incondicional-, dijo Fabricio. Lo escuché clarito.
Me volví a tapar la boca emocionada y sin poder contenerme, emocionada, feliz, me puse a llorar.
*****
Willy me despertó tempranito. Tocó el timbre y hasta golpeó insistente los vidrios de mi ventana. Me levanté asustada, me puse mi bata, mis babuchas y corrí a la puerta. Pensé en una emergencia.
-¿Qué ocurre?-, me alarmé.
Mi enamorado tenía su celular en la mano.
-Estás en los videos, mírate-, me mostró y en efecto allí estaba yo, retando al grandote a darnos de puñetazos.
Abrí mi boca y aspiré mucho aire asombrada.
-Tienes más de un millón de likes-, echó a reír.
Guido también me llamó. -Vi la pelea Miss, pero lo mejor fue cuando usted retó a pelearse con el rival ja ja ja ja-, estalló él en carcajadas.
Me había hecho famosa. No solo en las r************* , sino también en la televisión. Los noticieros y los programas deportivos, incluso de espectáculos, hablaban de "la chica que había desafiado a pelear se con un boxeador". Incluso era más famosa que Fabricio pese haber ganado el título continental.
Mi repentina fama le daba mucha risa a Willy. Me besaba emocionado.
-Mejor no me molesto contigo o eres capaz de darme un puñetazo-, reía alborozado. Yo restregaba los dientes y le mostraba mis puños, fastidiada de sus bromas.
-Te recomiendo que no me provoques-, me divertía, sin embargo.
El señor que vende pan también aprovechó para reírse a mis costillas.
-¿En serio te ibas a trompear, Vanessa?-, me preguntó estirando una larga sonrisa.
-Ay no sé, pero estaba muy ofuscada-, le reconocí.
Ese domingo me llamaron todas mis amigas, haciéndome bromas.
No solo eso. En las páginas webs del internet me hacían también numerosos memes.
-Así es que te robaste a mi marido, ahora baja para darte una paliza-, decía uno de esos ingeniosos chascarrillos que me dio mucha risa.
-Yo voy a ser, ahora, tu entrenadora-, decía otro refiriéndose a Fabricio y que me gustó bastante.
-Métete con chicas de tu tamaño-, rezaba un último meme refiriéndose al rival vencido, lo que me hizo estallar en carcajadas.
Cuando volvimos a clases, ese lunes, Hugo Campos, como no podía ser de otra manera, se divirtió conmigo.
-Llegó, Vanessa "La Bombardera" a sus clases-, anunció como si fuera el relator de las peleas. También le mostré mis puños y seguí de largo a mis clases, moviendo mis caderas, con mi naricita alzada.
Ya estaba la mayoría de chicos, gritando y haciendo bromas.
-¡¡¡Usted es mejor que Rocky, Miss-, gritó Teresa.
-¡¡¡La nueva campeona del boxeo!!!-, anunció Nemesio.
-¿Nos enseñará a boxear, Miss?-, bromeó Elena.
-Mejor a partir de ahora nos portamos bien, sino la Miss se enfurece-, hizo reír a todos, Eleuterio.
Pedí calma a los chicos. -Ha sido una bonita experiencia, muchachos, Fabricio es ahora nuestro campeón y ahora les toca a ustedes ser los campeones sacando buenas notas-, les dije, acomodando mis pelos.
Todos me aplaudieron e hicimos las clases con mucho entusiasmo.
Fabricio había pedido una semana de descanso por la dura pelea que sostuvo, así es que le mandaba las clases a su w******p y además coordinaba las tareas con Ricardo y con Freddy, así es que no se atrasó.
Perales me dijo que él podía recomendarme con los promotores para que me convierta en la chica ring para las próximas peleas.
-¿Qué es la chica ring?-, le pregunté mientras me acompañaba a mi casa.
-Son las muchachas que llevan los carteles anunciando el próximo episodio en las peleas-, me dijo sonriendo, mirándome de pies a cabeza, deleitándose con mi infinidad de curvas.
Ya la recordaba. La chica ring era la señorita que vestida en ropitas muy diminutas y pantimedias, con unos tacones enormes y los pelos alborotados se paseaba por el cuadrilátero sosteniendo en sus manos un letrero con un número grande impreso. Me molesté.
-Yo ni loca me pongo tanga que me vean miles de hombres-, junté mucho aire en la boca.
-¿Por qué no? Eres muy hermosa, y además lo haces siempre en la playa-, insistió Perales.
Me dio mucha risa. -Idiota-, le dije y nos fuimos riendo hasta mi casa.
Vilma no estaba conforme con todo ese asunto del boxeo.
-Es un deporte muy violento, Miss, no me gusta ver a dos hombres dándose de puñetes-, renegaba mientras tomábamos café, sentadas en las escaleras que iban al segundo piso del colegio, a la hora del recreo.
-Aunque no lo creas, Vilma, las mujeres también están practicando boxeo-, le aclaré.
Eso no lo sabía ella. Se sorprendió y hasta se empalideció.
-¿En serio, Miss? ¿Las mujeres se aporrean a puñetazos?-, preguntó.
-Claro, sorbí mi café, tienen sus propias categorías y participan en los Juegos Olímpicos-, le aclaré.
-¿En el de París también participarán?-, seguía parpadeando.
-Por supuesto. Habrán torneos selectivos en todo el mundo para clasificar a las mejores boxeadoras para los próximos juegos olímpicos el año entrante-, me sonreí de su sorpresa.
Luisito Roca había recortado todas las fotografías mías aparecidas en los diarios e hizo un álbum. Pegó los recortes en cartulinas y los engrapó y le puso, incluso, tapas de cartón. Con plumón escribió, "nuestra campeona de box", y me lo dio al final de clases, junto a todos los chicos. Me emocioné.
-Es un bonito recuerdo, muchachos, dije emocionada, pero creo que no lo volveré a hacer-
-¿Ir a las peleas de box?-, preguntó divertido Guido.
-No, desafiar a los boxeadores, ja ja ja-, estallé en carcajadas abrazada a todos mis alumnos.