Mi primer incidente fue con un joven llamado Freddy. Llegó tarde, cuando ya estaba en plena clase de Historia y estaba haciendo un dictado.
-Permiso-, dijo y fue y se tumbó a su silleta con todo desparpajo.
-Buenas noches-, le dije alzando mi naricita.
-No son buenas-, se quejó malhumorado. Tenía el rostro ajado y los pelos sin peinar.
-Los problemas que pudieras haber tenido en el día, Freddy, no los traigas aquí-, le aclaré.
-Tú no sabes qué problemas tengo, mujer-, me desafió colérico. El resto permaneció en silencio.
No le respondí y reanudé el dictado, pero Freddy volvió a interrumpir, esta vez en forma soez.
-¡Maldita sea olvidé el lapicero!-, alzó la voz golpeando la carpeta.
-Te presto el mío-, intenté calmarlo, pero él estaba furioso, fuera de sí. Se enardeció de pronto.
-No quiero nada-, rezongó y cruzó los brazos desafiándome con la mirada.
-De nada vale que les enseñe Historia si no aprendemos, primero, a respetar, amigos-, dije a toda la clase.
Freddy se puso rojo como un tomate.
-Conocí a un hombre, muy malcriado, que se burlaba de los demás, los insultaba, también, y los humillaba. Se llamaba José. Una vez despreció a un mendigo que le pidió una limosna y le dijo que él no regalaba la plata. Con el tiempo, al desatarse la pandemia, José enfermó de Covid y agonizando en un hospital, vio a ese mismo mendigo que había sobrevivido a la epidemia y salía del hospital por sus propios medios. El mendigo empujaba en un cochecito el balón de oxígeno que lo había salvado y mirando al doctor le dijo, denle a ese hombre que lo necesita ahora más que yo. José no hizo más que llorar-
Toda la clase quedó en silencio. Me acerqué a Freddy y le di mi lapicero.
-Lo siento, Miss-, fue lo único que me dijo.
Sonreí y reanudé el dictado.
*****
Maricarmen era una de la mejores alumnas. Muy inteligente, hábil, despierta e intuitiva. Sumaba 21 años, trabajaba en el área de limpieza de una municipalidad y no había podido culminar su secundaria porque se abocó a trabajar al quedar huérfana. Se encargó de cuidar a sus hermanos pequeños y ahora quería recuperar el tiempo perdido y alcanzar mejores logros en la vida.
-Eres muy joven, Maricarmen, puedes incluso estudiar una carrera-, le dije esa tarde. Ella había llegado temprano al salón y estaba sudorosa. Revisé su tarea y mereció una buena nota. La felicité.
-Quiero estudiar medicina-, me sonrió guardando su cuaderno con la calificación en su mochila.
-¿Por qué no? Tú eres muy inteligente, puedes lograr muchas cosas-, le dije compartiendo su sonrisa.
-Mi enamorado no quiere-, arrugó su naricita.
Quedé turbada. -¿Por qué no quiere?-, me extrañé.
-Porque dice que yo no debo estudiar y no ser más que él-, me respondió.
El machismo sigue siendo un problema latente en estos años de globalización. Pese a que estamos en la era cibernética, aún no se destierran comportamientos e ideas propias de la era de las cavernas. El caso de Maricarmen era una muestra.
-No le hagas caso y tú sigue adelante con tus sueños-, le aconsejé resoluta.
Pero esa tarde, Maricarmen llegó con su ojo hinchado y moreteado. Intentó disfrazarlo con unos lentes oscuros. Supe, de inmediato, que él , su enamorado, le había pegado.
Pedí disculpas a la clase y jalándole la mano la saqué al patio.
-¿Por qué te pegó?-, le pregunté, alisando sus pelos y secando sus lágrimas.
-Porque estoy sacando buenas notas con usted-, rompió a llorar.
¿Qué se hace en casos así? Le dije que denunciara a su enamorado y que pidiera protección. -Ya, eso haré-, me prometió.
Maricarmen ni lo denunció y lo que es peor, dejó a venir a clases. Cuando cumplió una semana sin que se presentara, acudí donde Hugo Campos.
-Hay una jovencita que no viene a clases, se llama Maricarmen, quiero saber qué pasa, ¿tienes su número?-, le pregunté dubitativa.
Campos revisó el folder de matrículas. -No tiene fono fijo ni celular, Vanessa-, me desanimó.
-No importa, dije convencida, deme su dirección-
Hugo lo apuntó en una hoja de papel. -Ten cuidado que es zona peligrosa-, me advirtió.
Y lo era. El barrio estaba formado por callejones, terrenos baldíos, casuchas de cartón y palos, no habían pistas ni veredas y todo eran corralones. Unos hombres fumaban en una esquina, en actitud sospechosa, y una mujer tendía ropa en la azotea de una casa destartalada.
Iba en mi escarabajo, culebreándome en los terrales, asustada y con los pelos de punta. Tenía las puertas bien cerradas y tenía una llave inglesa junto a mis pies para cualquier cosa. Di muchas vueltas hasta que di con la dirección. Era un callejón largo, de adobe, techos de esteras y palos y ladraban algunos perros. Me detuve y cogí la llave. Aseguré bien mi carro.
Los perros seguían ladrando y algunos sujetos me miraban con las bocas estrujadas. Me desnudaban. Ellos estaban con los torsos desnudos y no dejaban de fumar. Yo estaba aterrada.
-¿Quién?-, preguntó Maricarmen cuando toqué una puerta carcomida por el tiempo. Reconocí su vocecita.
-La profesora Vanessa-, dije.
-¡Váyase Miss!-, me gritó molesta.
-No me voy hasta hablar contigo-, crucé los brazos.
Y al abrir la puerta encontré una imagen tétrica que aún tengo claveteada entre mis sesos, martillándome y sumiéndome en la angustia. Maricarmen tenía los labios partidos, los pómulos hinchadas y los dos ojos escondidos en horribles moretones.
-Ya no voy ir al colegio-, me dijo y trató de cerrar la puerta. Puse mi rodilla.
-Esto no puede quedar así, me molesté, vamos ahora mismo a presentar la denuncia-
-No, no, no lo haré-, me dijo, arrimó mi rodilla y cerró la puerta.
Presenté la denuncia. Tenía los datos de ella y su dirección. La capitana Ampuero me atendió. -En ese barrio han ocurrido muchas denuncias de ataque a mujeres. Es frecuente. Hay un machismo arraigado-, me explicó. Acomodó su arma, se puso su gorra y fuimos juntas al callejón. Me sentí más protegida con ella.
Justo encontramos al sujeto zarandeando a Maricarmen. -Ya te he dicho que debes ir al mercado-, le recriminaba y mi alumna lloraba a gritos.
Apenas vio a la capitana Ampuero, trató de escapar subiendo a los techos, pero ella, en un salto felino lo cogió del tobillo y ¡pum! lo tiró al piso. Yo estaba demasiado furiosa por lo que había visto que empecé a patear el sujeto en las costillas una y otra vez, lanzando maldiciones y lisuras, alarmando a todo el vecindario.
-Cálmese, señorita-, se sorprendió la capitana Ampuero viéndome tan furiosa y descontrolada.
-Es un maldito-, soplaba la ira por las narices.
El tipo fue denunciado por intento flagrante de homicidio. Había tenido otras denuncias de mujeres también agredidas por él, incluso su hermana y eso sirvió al juez para darle varios años de cárcel.
Esa misma semana volvió a clases Maricarmen. Sus compañeros se alzaron para verla entrando al salón cabizbaja, tratando de ocultarse con sus pelos. Corrí a la puerta y la abracé. Arreglé sus pelitos. Los moretones habían desaparecido, igual los de sus pómulos y sus labios estaban bien pintaditos de rojo. Me dio gusto.
-Gracias, Miss-, me dijo ella.
-No, le respondí, tratando de no llorar, gracias a ti por enseñarme la realidad de la vida-
Y todos puestos de pie aplaudieron enfervorizadas y hasta le acomodaron su silleta, Guido le regaló una manzana y Freddy se comprometió a pasarle todas las tareas que no se hizo en su ausencia.
-Hoy hemos aprendido que no hay que rendirnos nunca para alcanzar nuestros sueños-, dije delante de todos.