Mi primer enamorado fue Adrián. Lo conocí en una fiesta de una amiga en común y me gustó su porte muy masculino, alto, de buenos bíceps, músculos pronunciados, el pelo cortadito y la sonrisa siempre a flor de labios. También estudiaba para docente. Éramos bastante jóvenes y con él fue mi primera vez. Lo hicimos en su casa, aprovechando que sus padres habían salido. No fue nada romántico y yo estaba turbada y nerviosa. Recuerdo sus besos y caricias, también sus susurros, pero luego fue monótono y sin mayores emociones. Quedé decepcionada, incluso porque esperaba un eclipse absoluto, ver estrellar, flotar en las nubes y hasta quedar obnubilada en ese momento mágico que había leído en revistas y en el internet, pero no ocurrió nada de eso. Me sentí tonta, desilusionada y todo fue insulso y carente de sentimientos.
Creo que por eso no duramos mucho. Rompimos al poco tiempo y luego de un corto paréntesis empecé a salir con Mauro. Yo ya trabajaba en el kinder y me permitía tener un dinerito para mis gustos. Él era auxiliar de contabilidad en una firma importadora. Hicimos empatía y al poco tiempo disfrutaba de sus besos y caricias, bajo la luna, arrullados por grillos y el canto de los pájaros.
Con él todo fue diferente. Era vehemente y febril hasta en sus besos. Me estrujaba y me estremecía. Le gustaba ir y venir por mis curvas y sentía mucha predilección por mis caderas. Estaba entusiasmado con mis encantos y era impetuoso, audaz, sobre todo para llegar a los rincones prohibidos de mi amplia geografía.
Mauro sí me eclipsaba. Me hacía arder en llamas con sus caricias y me volvía una inmensa antorcha que él disfrutaba acaramelado y dichoso, quemándose en mis fuegos. Invadía mis abismos con un desbordante afán y desataba mis quejidos y gemidos como una sinfonía que lo hacía gozar. Lo volvía más viril y se sumergía en mis vacíos con encono, llegando hasta los parajes más lejanos de mis fronteras, provocándome una delirante excitación.
Siempre terminaba convertida en una piltrafa entre sus brazos, obnubilada y parpadeando con insistencia, estremecida hasta mi última célula. Me hacía sentir súper femenina, doblemente sensual y maravillosamente sexy. Acaba soplando fuego en mi aliento, exhalando humo por mis narices y chisporroteando llamas por todos mis poros.
Sin embargo, Mauro era demasiado dominador, quería convertirme en su muñeca, ser enteramente suya y eso no me gustaba. Soy respetuosa de los espacios en una pareja y él no compartía eso. -Tú eres mía-, me reclamaba cuando le decía que no tenía tiempo, que debía trabajar o que estaba indispuesta.
No solo eso, se ufanaba conmigo delante de sus amigos. Me exigía leggins, jeans apretados, minifaldas cortas y vestir ultra sensual para ser la envidia de sus amistades y compinches de borracheras-
Decidí, entonces dejarlo.
Finalmente estuve saliendo con Peter, seis años menor que yo. Fue una mala decisión. Yo estaba en una mala época, no tenía trabajo y estaba desesperada y queriendo paliar esos malos ratos, acepté estar con él. En la cama fue excelente, haciéndome delirar y consiguiendo, justamente, hacerme olvidar de mis aflicciones, pero era inmaduro. Eso me contagió bastante. Me volví frágil, dubitativa, temerosa y hasta sumida en el desconcierto y mi vida se tornó un caos. Entonces opté por no seguir con él pese a sus llantos y ruegos.
Willy vive frente a mi casa. Es muy atento conmigo, me ha invitado varias veces al cine, pero la decepción que tuve con Peter, me hicieron muy desconfiada. Sin embargo, ahora que estoy con los alumnos de la nocturna, me siento más realizada, otra vez segura de mí misma y con deseos de tener a un hombre a mi lado.
Lo había visto varias veces, bastante apuesto, alto, de brazos grandes y su espalda muy amplia. Me gustaba en realidad, porque se le veía muy varonil, seguro de sí mismo, desafiante, incluso, como un caballero medioeval, de lanza, armadura y escudo. Mordía mis labios o apretaba mis dientes viéndolo salir de casa, siempre elegante, pulcro, distinguido y caminando a paso firme, sin apuro.
Él me sorprendió varias veces mirándolo a través de la ventana. Trataba de disimular arreglando mis pelos, mirando a los lados, o sorbiendo mi café, pero creo que era inútil. Willy sabía que lo miraba y lo admiraba, sobre todo por sus brazos y piernas grandotes como troncos de árbol.
Yo pensaba que no me haría caso, cuando de repente, esa mañanita, salió como siempre y en vez de dirigirse hacia la casa, se vino a mi ventana.
Ayyy, soplé angustiada. No pude esconderme ni hacerme la tonta. Me sonrió.
-Hola-, dijo y eso me pareció una campanada martillando mis sesos. Mi corazón empezó a golpear furibundo mi pecho.
-Buenos días, cómo estás-, abrí mi ventana, como una autómata. Sus ojos y su mirada eran muy varoniles, destellantes. Sin quererlo estaba demasiado excitada.
-¿Siempre está en a ventana, señorita?-, me desafió sin dejar de reír. Yo sentía relámpagos en todo mi cuerpo y la candela empezó a incendiar mis entrañas. De repente sudaba y me había tornado en una inmensa antorcha. Frotaba mis muslos entusiasmada.
-Me gusta contemplar la neblina matinal-, se me ocurrió decir.
A él le dio mucha risa.
A la mañana siguiente me invitó a desayunar.
-Siempre desayuno en casa, pero contigo haré una excepción-, intenté bromear.
-La he visto salir de noche, ¿trabaja tan tarde?-, se extrañó sorbiendo su café con leche.
-Así es, soy profesora de un colegio no escolarizado-, mordí un delicioso pan con mantequilla.
-¿Qué significa eso?-, se extrañó.
-Es para personas mayores de edad, aquellos que no pudieron terminar sus estudios y a través de ese programa, que puedan culminarlos-, le aclaré.
-¿Es entonces para gente mayor?-, se interesó.
-Sipi-, sorbí mi café. A él le gustó mucho mi repuesta.
-Nunca había escuchado eso, "sipi"-, sonrió con ironía.
Wow, qué guapo es, me dije mirándolo reír, con su sonrisa tan amplia como su pecho. Y su voz tan dulce y masculina, prendiendo todos mis fuegos. Me gustaban además los vellos emergiendo de su camisa y sus manos, bien cuidadas, firmes y enérgicas. Estaba seducida.
No tardaron ni cuatro días que me besó. Fue un sábado. Esta vez él mismo preparó un delicioso almuerzo que incluyó una sopa de choros, muy criolla, y arroz con mariscos. Hummm, fue una delicia, incluso hasta me chupé los dedos.
-Cocinas muy bien-, lo alabé.
-Me encanta la cocina-, subrayó él, también bastante satisfecho.
-¿Y qué más te encanta?-, pequé de ingenua.
-Tus labios-, me dijo y sin darme oportunidad a una reacción, me besó con esmero y afán, saboreando mi boca, acaramelado a su dulzor, probando todo mi encanto, con embeleso.
Sus manos fueron por mis muslos y sentí las llamas dispararse por todos mis poros. No hice nada, dejé que él siga disfrutando de mis caderas, mis curvas, mi espalda, deleitándose con la tersura de mi piel mientras yo gemía obnubilada por el gran beso que me daba y sintiendo la candela de sus dedos recorriendo mi geografía igual a las olas del mar acariciando la orilla.
Cerré los ojos maravillada de su beso, de sus caricias, dejando que el fuego me envuelva y me convierta en una gran antorcha. Él corrió la cremallera de mi vestido y se empalagó de mis pechos, también de mi cuello y se endulzó con toda mi piel. Se maravilló de mi vasta geografía y le encantó la música de mis gemidos, ansiosos, rebosantes de placer, gozo y delirio mientras él conquistaba todos mis rincones, llegando hasta las máximas fronteras de mi intimidad.
Entusiasmado con mis curvas, mis acantilados, mis llanos y vastos valles, me hizo suya, tumbados en el suelo, revolcándonos como animales lujuriosos y hambrientos. Hundí mis uñas en su espalda y le abrí surcos, debido a la excitación que me embargaba. Yo estaba completamente eclipsada con sus besos sus caricias y su virilidad conquistando mis vacíos, llegando a límites que no sospechaba ni había descubierto antes.
Aullé frenética cuando entró a mis vacíos con la furia de un huracán, desbordándose en mis entrañas como un río caudaloso, un torrente de pasión, lleno de fuego, que me hizo jalar los pelos excitada y febril. Parpadeaba eclipsada mientras él seguía avanzando hacia mis tesoros más profundos.
Mordí sus brazos, arañé sus caderas, me sumergí en un mar de suspiros y gemidos, y quedé completamente extasiada cuando fui enteramente suya. Me sentí en mi máxima sensualidad y fui más femenina que nunca desbordaba totalmente por Willy.
No fue la primera vez. Repetimos la velada una y otra vez y siempre quedé rendida, despeinada, con mis pelos hecho jirones de tanto placer y excitación, sudando a raudales, exhalando fuego en mi aliento y soplando sexo con afán y satisfacción a la vez, conquistada por el ímpetu de Willy.
-Contigo estoy aprendido a amar, señorita profesora-, me confesó tirados en la cama, exánimes, sin aliento, luego de habernos entregado a una intensa y desmedida pasión.
-Pues aprendes muy rápido-, le bromeé y me volví a entregar a sus besos y caricias con desenfreno y suprema emoción.